domingo, 23 de diciembre de 2007

Isis, modelo de mujer


La paz inundaba todo el reino. Los reyes vivían en armonía con sus súbditos y todos los ciudadanos de Egipto. Isis y Osiris ofrecían a los ciudadanos todas los materiales naturales que necesitaban para tener una vida próspera y feliz. Los hombres y mujeres tenían pan, agua y salud; los niños alborotaban por las plazas dando vitalidad al pueblo, y los más ancianos disfrutaban contando sus historias a vecinos y desconocidos.


Todo era perfecto para la tierra fértil, porque en el desierto Set planeaba la destrucción del imperio de su propio hermano. La envidia hacia Osiris era tal que pronto las fuerzas del mal inundaron el alma del dios contradiciéndole a la palabra de Maât, e incluso rodeándole sólo de varones, por lo que milenios más tarde, Set sería conocido como el dios de la homosexualidad. La venganza que Set preparaba a su hermano Osiris no era otra que una muerte cruel y deshonrada, repartiendo su cuerpo en pedazos por todo el reino. El plan hubiese sido bueno y triunfal para el dios del desierto, pero éste ignoraba la voluntad y poder de su otra hermana, Isis, esposa de Osiris.


Ayudada por su también hermana Neftis, Isis logró reunir los pedazos del cuerpo de su marido y devolverle a la vida. Pero para ello necesitaba las 14 partes en las que Osiris había sido dividido, y de todas ellas le faltaba el sexo, que se lo había tragado un pez del Nilo. Fue entonces cuando la diosa Isis se convirtió en milano hembra y batió sus alas para devolver el aliento vital al difunto. Se posó en el lugar del desaparecido sexo y lo hizo reaparecer, devolviendo la vida a su esposo. En ese momento tomó el papel de hombre siendo mujer y traspasó el umbral de la muerte siendo la única diosa que lo habría conseguido.


Isis logró que Osiris volviera a nacer, y después hizo que éste la fecundara, de lo que daría a luz a su hijo Horus, nacido de la imposible unión de la vida y la muerte. Horus era el faraón heredero del trono, el mismo que le donó su madre al nacer, por ello Isis es representada como un trono, fue madre de todo faraón y por tanto, protectora de la descendencia faraónica. Protectora porque ella también fue maga para proteger a su hijo de los múltiples peligros con los que amenazaba Set. La magia de Isis fue tan poderosa que llegó a convertirse en mujer-serpiente, en el uraeus que se erguía en la frente del rey para destruir a todos los enemigos de la luz.


Su lucha por el reinado de la luz en Egipto fue tal que bajo la forma de la estrella Sostis, Isis controlaba con sus lágrimas las crecidas del río Nilo, principal fuente de vida para Egipto. Además, a las orillas del río crecían las matas de papiros que no eran más que los cabellos de la diosa.


Set no logró acabar con el equilibrio de Isis y Osiris. La diosa logró vencer a su propia muerte siendo venerada por religiones posteriores, e incluso sobrevivió a la extinción de la civilización egipcia. Isis fue modelo de reinas, pero también de mujeres y madres. Única conocedora de todos los misterios, a su fidelidad sumaba un valor indestructible ante la adversidad y otorgaba a la mujer, ya en el principio del mundo, el papel del que aún no goza en la actualidad: el de madre, respetada esposa, protectora de la familia y los niños, con gran sabiduría e infatigable luchadora por el bien propio y por el de sus hijos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Oscuridad al final del túnel


Jamás había tenido que forzar la vista para leer un cartel, ni siquiera había necesitado poner gafas cuando todos los de su quinta empezaban a perder vista y los dos cristales se pusieron de moda entre su grupo de amigos. Aquel día no le dio importancia. El sol chocaba en su rostro y seguro era el culpable de tener que juntar los párpados para leer el cartel que sujetaba la farola del fondo del paseo, la que le quedaba a unos diez pasos.


Se apoyó en la barandilla del paseo, mirando al mar como siempre le gustaba hacer cuando llegaba a aquella altura y su nieta bajaba hasta la arena para hacer algún dibujo o figura en 3D, como ella decía. En el horizonte sólo se veía el mar, pacífico, azul como el cielo que lo cubría; era un hermoso día de primavera. Sumergido en aquella paz sintió un apretón en su mano, de la que su nieta le tiraba ya arriba en el paseo a su lado mientras le señalaba al horizonte, a un barco, o eso era lo que ella decía que había, un barco rojo.


- Que imaginación tiene - pensó él mientras seguía contemplando el mar sin ver nada, y mucho menos un barco rojo.


Rojo, como el color del semáforo que él veía morado cuando su hija le llevaba a algún lado.


- ¿Han cambiado el color de los semáforos? ¿Por qué razón? - se atrevió a preguntar un día.

- ¿Qué si han cambiado los colores de los semáforos? !Me estás tomando el pelo! - le había contestado su hija entre risas.


Fue en ese momento cuando comenzó a darse cuenta del barco rojo que no veía o de aquel cartel de la farola del paseo. No era que no estuvieran allí, era que él estaba perdiendo la vista. Al fin y al cabo, algún día la edad iba a vencer; pero así todo no se atrevía a decírselo a nadie. !Cómo iba a hacer eso él, que siempre había presumido de tener una vista de lince!


No lo decía a nadie, pero el sol ya no brillaba como antes. Cada día era más oscuro, y eso que se acercaban al verano, pero los colores no brillaban, las letras de los carteles se convertían en líneas descifrables y a cinco metros no distinguía quién se le acercaba. Se estaba metiendo en un túnel donde se apagaban todas las luces, un túnel sin luz al final porque todo se estaba convirtiendo en sombra. Un mundo en gris, un mundo triste y una situación que pedía a gritos ayuda para no caer en un pozo- también negro - y sin fondo. Entonces decidió ir al oftalmólogo, él sólo y sin avisar a nadie.


Jamás había pensado en aquel resultado. Él, un hombre previsor que se imaginaba todo tipo de circunstancias posibles en la vida para buscarles la mejor solución antes de que se planteasen. Cómo era posible que un experto buscador de retales para agujeros no tuviese ni un sólo trozo de tela para paliar su problema. El informe era claro y sin posibilidad de malentendidos:


'El paciente sufre principios de retinosis pigmentaria, una enfermedad degenerativa de la vista'


¿Y ahora qué? ¿Qué hacer ante una enfermedad sin cura? ¿Qué hacer en un túnel cuando ya te encuentras sólo en su interior y sin la posibilidad de dar la vuelta? El mundo se le caía encima y no sabía muy bien qué hacer, aunque tuviera todos los días a los suyos apoyándole y ayudándole en todo lo que podían para que no se sintiera diferente a hacía un año, o apenas unos meses.


El túnel fue duro y cada día más oscuro, con piedras en las que tropezar y dificultades que superar tanto física como psíquicamente. La vara que le servía de guía para abrirse camino se había convertido en su mejor compañera en cuestión de meses y cada día se daba cuenta de una habilidad nueva que tenía y no conocía, o no utilizaba. Desde que sólo veía sombras, había aprendido a saber quién estaba o pasaba a su lado sólo por la fragancia que dejaba a su paso, siempre que fuera alguien conocido. Su sentido de la orientación y su memoria para saber dónde estaba cada silla, cada mueble y cada esquina de su casa y de su calle eran cada vez mejores; tanto que ya no necesitaba a nadie que le acompañara para ir de su casa al parque, al banco o al chigre donde sus amigos se seguían reuniendo como antaño para echar una partida.


Su tacto también parecía haberse desarrollado; tanto que incluso él se sorprendía de que aquellas manos tan maltradadas durante tantos años de trabajo pudieran identificar diferentes texturas. Era como aquel juego que de pequeño jugaba con sus hermanos cuando vendaban los ojos a uno de ellos y le acercaban las cosas que su madre tenía por la casa para adivinar de qué se trataba. Un juego. Así veía ahora su situación, después de cuatro años de tener que haber forzado la vista para leer un cartel o no ver el barco rojo surcando las olas de su mar. Ahora ya no lo podía ver, pero según el rugir de las olas sabía de qué humor estaba el mar y de qué color era en manto que las olas acercaban a la orilla.


Y con todo ello, había aprendido a ser más prudente con sus comentarios, a no presumir y a conocer un mundo ajeno para él. Después de cuatro años se dio cuenta que aquellas sombras que ahora veía cada vez con más dificultad habían aparecido para mostrarle que era antes, cuando veía todos los colores y formas, cuando sufría la ceguera que le obstruía el olfato, el oído y el tacto. Cada día veía menos, pero cada día que pasaba aprendía algo nuevo de todo lo que le había rodeado tantos años silenciosamente, sin hacerse notar, y que tan importante era para el día a día.


Curioso - pensaba - que todas las cosas realmente importantes son las que tienes todos los días delante y no ves ni reconoces con la mirada; aquellas que te acompañan durante todo tu camino sin hablar ni dejarse notar, pero aquellas que pase lo que pase las necesitarás y serán las únicas que no te abandonarán. ¿Pasará lo mismo con las personas?

domingo, 9 de diciembre de 2007

HiPoCreSía disfrazada de iLuSióN

Levantó la persiana y abrió la ventana. Era el ritual de cada día, pero el ambiente era diferente. Era un nuevo episodio del año, la melodía de la calle lo decía.

Su calle, una de las más céntricas de la ciudad, abrazaba a una multitud de viandantes más abundante que cualquier otro día . Sí, era un periodo nuevo. La caricia del frío invierno en su cara, el olor a castañas asadas que salía de un precario casucho custodiado por una anciana en el paseo del parque que quedaba justo enfrente de su apartamento, las melodías que escupían los altavoces, y brillantes cervatillos pastando en la rotonda que encabeza su calle, junto con las demás estrellas, estelas, camellos, acebos y demás figuras que colgaban como títeres del centro de la gran vía. Todos ellos eran los invitados a un baile al que él nunca le había gustado asistir, pero al que, como cada año, no había excusa alguna para librarse de los días que proseguían a aquella mañana.
¿Por qué hacer de unas semanas un año? Cambian las costumbres, los platos en la mesa, los vestidos urbanos y las sonrisas de los paseantes que se contornean ante el desfile de escaparates apetecibles. La fotografía de la vida cambia tanto en esas fechas que incluso muchos no dudan en volver a coger una pluma estilográfica para sacarle brillo a su vena literaria y saludar al estilo antiguo a aquellas amistades que no han visto en años, pero que parece que siempre han formado parte de su día a día. Y es que, en ese año de tan sólo unas semanas, la gente camina por la calle con el pecho más ancho para que les entre en él su crecido corazón por ser una fecha señalada.
Y en el fondo del telón de todo este teatro, una pequeña niña de ojos saltones, con ropas raídas y rostro sucio, mira hacia el cielo buscando una respuesta a ese cambio repentino de la principal vía de la ciudad. Él hace lo mismo desde su ventana. Mira al cielo hace un repaso a todos los problemas que siguen ahí, sin solución visible y se pregunta, ¿será la ilusión?

martes, 4 de diciembre de 2007

EmigranteS: la bala de hierro

Elisa miraba al cielo. Apenas se veían dragones ya y una gran nube oscura cubría el cielo. La ciudad parecía más triste y desolada así, bajo ese manto de la naturaleza, una tristeza que había conseguido apagar la luz de su rostro de niña. Ahora ya no tenía miedo por los dragones, ahora ya no sabía muy bien qué sentía pero era algo que no la dejaba reír o cantar, ni siquiera hablar.

La gente se agrupaba en las tres entradas del puerto y se empujaban dando gritos e insultándose los unos a los otros. Una madre llamaba a su hija que la había perdido entre la multitud. La gente se había vuelto loca, tanto que Elisa percató la discusión que al otro lado del puerto tenía un marinero con un pasajero. Parecían que se conocían porque el señor llamaba por su nombre al marinero:
- Martín no nos podéis hacer esto. !Esto es un escándalo! Hasta vosotros os reís de nuestra situación.
- No te pongas así... - sin dejarle terminar de hablar, aquel pasajero contestaba alzando cada vez más la voz
- !Qué no me ponga así! ¿Y cómo quieres que me ponga? ¿Cómo te pondrías tu si no tuvieras apenas un pedazo de pan que llevarte a la boca ni dinero para mantener tan limpio ese traje que llevas con tanto orgullo? ¿Cómo te sentirías su tuvieras un niño pequeño enfermo por la falta de una alimentación? Prometéis un paraíso a la mano de todos y ahora nos dais con la puerta en las narices.

Martín contestaba más bajo y con la mirada fijada en el suelo.
- Sé lo mal que lo estáis pasando. A mi hermana también se le murió el bebé, pero yo no puedo hacer nada por vosotros. Excepto.....
- ¿Excepto qué? -preguntó aquel pasajero alterado
- Puedo hacerte una marca en tu pasaje para el barco, como las que les tenemos que hacer a los familiares de las buenas familias, a los ricos. Con esa marca podrás viajar en el próximo tren que salga del país, en la Estación del Norte, no está muy lejos de aquí.

La gente cada vez empujaba más y los gritos también parecían crecer, y por mucho que mirara aquellos dos hombres, Elisa perdía la audición.
- Es imposible llegar a una puerta Pedro. - Amaya mostraba de nuevo la desilusión en su cara.
- Hay que intentarlo. Hija empuja tu también, tenemos que llegar a alguna puerta.
- No, papá. Es mejor ir a hablar con Martín.
- ¿Qué dices Elisa? ¿Quién es Martín?
- Aquel marinero. Está haciendo un truco en el billete de ese señor para ir en tren en vez de en barco. Vamos a hablar con él.

Pedro se estiró para ver entre la multitud. Allí estaba Luis, su amigo de infancia, hablando con un marinero que le entregaba un billete.
- Puede ser verdad lo que dice Elisa. - Pensó Pedro para sus adentros.
- !Vamos! Aquí no vamos a conseguir nada. Vamos a ver a Luis. - Pedro tiraba de su mujer y su hija para el lado opuesto al que iba la multitud.
-!Luis! !Luis! - Pedro gritaba a su amigo, aunque esperaba que lo reconociera después de tantos años sin verse.

Al girarse, Luis vio a una familia que venía corriendo hacia él. Se quedó mirando fijamente para ver quién eran, o quizás para descifrar lo que le decían y se mezclaba con el barullo de la gente que se agolpaba en las puertas del puerto.

-!Pedro! !Cuánto tiempo! ¿Cómo te va todo?
- Hola Luis. Supongo que tan mal como a todos. Esta es mi mujer Amaya y mi hija Elisa, ella te oyó hablar con un marinero sobre un pasaje de tren. Hemos comprado con el poco dinero que nos quedaban tres pasajes para este barco, pero ya ves como está todo.
- Lo mismo me pasó a mi. No te preocupes, conseguiremos tres pases para el tren para vosotros. Ven. - Luis tiraba del brazo de Pedro mientras se dirigía de nuevo al marinero.
- Martín. Tengo que pedirte un último favor. Tienes que hacer la misma marca a mi amigo y su familia. Es lo último que te pido. Mira, tienen una niña pequeña, y es muy guapa! - decía Luis acariciando el rostro de Elisa.
- Luis, sabes que no puedo hacer estas cosas. Si me pillan se acabó mi carrera, mi trabajo y mi vida.
-¿Vas hacerme recordarte quién te ayudó a llegar hasta tu puesto?
- No me gusta que me echen los favores de un amigo a la cara.
- El amigo era tu padre y éste que está a mi lado también era muy amigo de tu padre, de Jorge. Jugábamos todos juntos al fútbol en la carretera. Bueno, o por lo menos le pegábamos patadas a una pelota hecha de las tripas de cerdo que tu abuelo mataba. Sólo son tren marcas y salvas tres vidas. ¿No es así como pensáis los marines? Salvar la vida de los tuyos, de los que ayudaron a labrar tu futuro. - Luis había cambiado su tono de voz. Ahora sonaba como el de Pedro cuando se enfadaba. o como el del abuelo cuando se ponía a hablar de política.
- Está bien, Luis; pero son las últimas que te marco. Entiende que es un riesgo para mi si se enteran mis superiores. Ese tren es para la gente de bien.
- ¿Es que también para vivir tienen ellos más preferencias? ¿Cuánto cuesta mi vida, Martín? ¿Cuánto cuesta la tuya y quien les coloca el precio?
- Ya está Luis. No me riñas más. - decía Martín mientras marcaba los pases de toda la familia - Ahora tenéis que ir a la Estación del Norte. Buen viaje y mucha suerte.
-Gracias muchacho. Tu padre estaría orgulloso de ti. - le decía Pedro mientras recogía sus billetes.
- Gracias a usted, señor - contestó el marinero

La familia había comenzado a caminar hacia la Estación del Norte, no sin antes despedirse de Luis, a quién verían en el viaje. La estación estaba muy cerca del puerto. La familia parecía caminar a contra corriente porque todo el mundo iba al puerto, menos ellos y unos cuantos señores muy bien vestidos, con niños cargados de muñecas o en sus bicicletas resplandecientes y con unas señoras que a ojos de Elisa parecían que estaban disfrazadas de enfermeras.
- Mamá, ¿por qué todas esas chicas van disfrazadas si no es Carnaval?

La pregunta hizo sonreír a Pedro y Amaya.
- No es un disfraz, es su ropa de trabajo. Son nanas, no enfermeras. Ellas son las encargadas de cuidar a los niños que sus padres.....bueno, no tienen tiempo para cuidarlos ellos.
- Yo prefiero que me cuides tu a tener una nana, aunque venga a cuidarme disfrazada sin ser Carnaval.

La estación del tren no tenía casi gente. Matrimonios con su equipaje, pasajeros solitarios, familias con sus nanas cuidando los bultos para subir al tren, y humo, muchísimo humo. El tren llegaba soplando grandes y negras nubes de humo que oscurecían aún más la ciudad.
- Papá, no me gusta este cacharro. Es muy feo, escupe humo y hace mucho ruido. Además, ¿por qué suelta humo? ¿Quiere parecerse a un dragón? Pues lo hace muy mal.
- Elisa, no te quejes tanto. Este cacharro se llama tren y estás cansada de oírlo y de verlo.
- No tan de cerca - A Elisa se le habían estropeado los planes de tener aventuras con piratas y sirenas en su barco y el tren no le aportaba muchos enemigos ni una apasionante aventura.
- Pues entonces mira que afortunada eres, que vas a poder subir y todo. Vas a conocer cómo es un tren por dentro, algo que tus primos no conocen. - decía Amaya, pero la cara de la niña no mostraba ningún rasgo de felicidad.

Pedro no podía soportar ver a su hija triste. Se agachó frente a ella, la tomo con dulzura por los hombros e inventó una nueva historia que sirviera de base para volver a alimentar la aventura en la mente de su hija:
- Los trenes también tienen su encanto, ¿sabes? Y sus historias, leyendas y enemigos.
- ¿Qué enemigos? - preguntó la niña.
- Bueno, no son enemigos del todo, pero a los indios les pasaba lo mismo que a ti.- Pedro había decidido meter el sentimiento del oeste que tanto le apasionaba a él y que tan bien conocía
- ¿El qué?- volvió a preguntar Elisa.
- Como no conocían muy bien qué era ese cacharro que tu llamas, y que atravesaba sus colinas, lo amenazaban con sus hachas y sus gritos de guerra mientras galopaban en sus caballos al lado del tren. ¿Y sabes que era lo que más les sorprendía a ellos del tren? - A Pedro le gustaba hacer preguntas en sus historias porque le daban tiempo a pensar bien cómo seguirlas y hacía que Elisa se interesase más por lo que le decía.
- No, ¿el qué?
- Que el tren era más rápido que sus caballos, a quienes ellos creían los animales más veloces de la tierra.
- Y lo son.- Afirmó Elisa.
- Pero el tren es más rápido y también nos da libertad. Como si fuéramos pájaros. Por cierto, - dijo Pedro antes de dejar a su hija que le rebatiese sus palabras. -¿Te acuerdas del pájaro de papel?
- Sí, claro que me acuerdo. Está metido en algún hueco de las maletas.
- ¿Estás segura de ello?
- Mamá lo metió en una maleta antes de salir de casa.
- Entonces, si tu pájaro de papel está en las maletas, ¿qué es lo que revolotea dentro de mi sombrero?- Pedro pronunciaba estas frases mientras levantaba su sombrero y dejaba asomar una pajarita de papel.
- !Otro pájaro de papel!- exclamó la pequeña
- Los pájaros que de verdad sueñan con la libertad no se pueden enjaular, Elisa, porque ellos sabrán cual es la salida de su jaula. Ese tren nos acercará primero a nuestro nuevo hogar porque es más rápido que el barco, es veloz como las balas de los vaqueros, y el humo que echan sus chimeneas son como alas, como las alas de este pájaro de papel. Pero las del tren no se mueven para hacerle andar, no, esas se quedan en el cielo como un rastro, un recuerdo del paso del tren por cada pueblo y ciudad. ¿Sabes?lo que hace mucha gente cuando sube al tren, es agitar por la ventanilla un pañuelo para que éste baile con el aire y así despedirse de la gente que se queda en la estación. Podemos hacerlo cuando estemos dentro y vayamos a partir. Y ya veras como cuando coja velocidad, parece que volamos. Como él, como este pájaro de papel. - decía Pedro mientras retocaba la figura de papel y se la entregaba a su hija.

De fondo, un señor con un gran bigote canoso y muy bien vestido tocaba con fuerza una campana que mantenía en su mano y a la vez gritaba:
- !Pasajeros al tren!

lunes, 26 de noviembre de 2007

Gracias SPORTING!






Estefanía Suárez-Otero Redondo se graduó y obtuvo en la Universidad de de Wolverhampton, en Inglaterra, una de las mejores notas con su trabajo de fin de carrera, en el que lo primero que aparecen son los colores rojiblancos, con los que se siente plenamente indentificada. El título del trabajo lo dice todo: “Idioma Sportinguista (labores de comunicación en el Real Sporting de Gijón).
El trabajo hace un recorrido por la metodología informativa y comunicativa en general del club, situada en el entorno temporal de su centenario, y añade deliciosos retazos que pasan por la simbología de la entidad hasta llegar a la propia afición sportinguista.
Liberados ya por la universidad británica los proyectos fin de carrera que han obtenido las mejores calificaciones, el próximo paso de Estefanía Suárez-Otero será la publicación de este trabajo, que puede considerarse pionero en los de su especie dentro del fútbol español.
Dept.Prensa

sábado, 24 de noviembre de 2007

Nos vemos en Debod


Había llegado a su lugar sagrado. Un templo antiguo donde la tranquilidad rompía todo bullicio de la gran ciudad que es Madrid. Aquel día no había llevado consigo ningún buen amigo, como le gustaba referirse a sus libros. Se había propuesto conocer un poco más aquel idílico lugar observando cada detalle.


La brisa acariciaba su rostro con la suavidad que descubre el carácter pícaro del atardecer, como antesala de una buena o mala noche, depende quién se lo preguntara. Un bicho raro decían que era. No. Era justamente todo lo contrario. Un poco especial, sí, pero nada de bichos ni rareces, más bien era detallista. Le encantaba estudiar a los desconocidos con los que todos los días compartía las calles madrileñas, e incluso había días que ante tanto carácter descortés y frío de los viandantes de la gran ciudad se encontraban miradas cálidas que parecían responder a sus preguntas. Preguntas que se hacía sobre cada persona que entraba en su muestra de estudio, sobre sus comportamientos ante determinadas situaciones, su forma de caminar y hacerse paso ante la multitud... Conocer el interior de los desconocidos para entender el significado de su existencia, si es que existe algo así. Y eso era precisamente lo que aquella tarde se proponía con el templo de Debod, conocer al detalle su historia, sus sufrimientos a lo largo de tantos siglos, intentar encontrar el motivo de qué pintaba en medio de Madrid y un templo del antiguo Egipto.


El buen tiempo de noviembre invitaba a sentarse a los pies de Debod, cerrar los ojos para oír el susurro de la brisa y disfrutar del cantar de las aguas que rodean el templo.

- Es una pena que no sean las aguas del Nilo las que sigan bañando las piedras más bajas, pero las más importantes de la jerarquía del templo, más que nada porque ellas son sus pilares - se decía para si mismo.

Decidió tumbarse para disfrutar de la línea longitudinal del templo y cuando levantó la vista, allí estaba. Era la mirada que aún no había encontrado ese día. Sentada en uno de los bancos del parque del Oeste que rodea el santuario egipcio y bañada en un mar de hojas ya secas, una joven le observaba. Su mirada pedía a gritos una historia, una explicación de aquella maravilla antigua que se alzaba ahora en Madrid. Con una media sonrisa dibujada en su cara, se levantó clavando sus ojos en aquellos ojos verdes de la joven del banco. Y comenzó la conversación, una charla sustentada en miradas.


- Seguramente a ti también te apasiona este sitio, ¿y a quién no? La belleza del Antiguo Egipto reina, rodeada de naturaleza en este parque y en pleno corazón de una gran urbe cosmopolita. Pero ese entorno no era el que originalmente enmarcaba a este templo.


Ella había puesto su pie izquierdo en el banco y apoyaba su cabeza en la rodilla. Era la primera respuesta a aquella conversación. Sabía que iba a ser una historia larga y simplemente se acomodaba. Él continuó paseando por la explanada donde se alza el templo rodeado de agua.


- Fue mandado construir en Nubia, al sur de Egipto, hace más de 2200 años y como honor al dios Amón y a la diosa Isis, la Gran Maga, la Diosa de las Pirámides, la mujer, esposa y madre prototipo. Y es que, este templo que hoy podemos tocar, formaba parte del gran santuario dedicado a la diosa.


La historia del templo y de los dioses que en sus relieves se representan tomaron parte en aquel primer contacto con la chica de los ojos verdes. Hasta que una hoja se posó sobre su mano en señal de que ya era hora de irse. Él sabía que volvería, regresaría a sentarse a aquel banco para conocer más cosas del templo egipcio. Y no se equivocó.


Dos días después decidió visitar de nuevo el antiguo templo con la esperanza de ver aquellos cálidos ojos verdes. Tuvo que esperar el tiempo suficiente para saber en qué detalle del templo iba a fijar hoy su explicación. Los motivos decorativos del exterior, porque no se atrevía a perder el contacto con aquella mirada si entraba en el interior del templo, ya habría tiempo más adelante para pasear juntos por las salas y conocer su corazón. También ella tenía claro qué iba a preguntar aquel atardecer.


Se sentó en su banco, se recostó hasta sentirse cómoda y lo miró fijamente, no sin antes fijarse en las columnas que se alzan a ambos lados de la puerta de acceso al templo. Era asombrante. Los dos habían coincidido en el tema de conversación aquella tarde y todo sin haberse dirigido nunca ni una palabra. Era como si hubiese una conexión, una unión entre sus mentes. ¿Telepatía? No sabía qué podía ser pero aquel entendimiento sólo por miradas le hacía sentirse bien. Aún quedaba afecto y algo cálido en esa ciudad donde las personas se cruzan unas con otras sin mirarse a la cara. Y ella debía sentir lo mismo porque se encontraban allí siempre que alguno iba, era como si se reclamaran las almas cuando ambos necesitaban calor humano.


Sin embargo, nunca ninguno de los dos se atrevió a presentarse o a tocar al otro, ni siquiera aquel atardecer en el que ella había decidido compartir el paseo por Debod y acceder a su interior. Puede que no lo hiciera en aquel momento por no manchar el símbolo de pureza de un lugar sagrado, o puede que no lo hiciera por miedo a perder la extraña relación que había comenzado una bonita tarde de noviembre con un desconocido desde el banco de un parque de Madrid.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Pasos cansados bajo las escamas del dragón

La puerta de la casa gris se cerró y el golpe sonó como un signo de interrogación. ¿Qué futuro le depararía a aquella casa, tan similar a sus vecinas? ¿Quién sería la persona que volvería a abrir aquella puerta e inspirar el aire que tan bien le hacía sentirse a Amaya cuando llegaba a casa cansada de un día agotador?
Los pensamientos y las preguntas iban y venían en su cabeza como aquella bola de las máquinas que los establecimientos estaban incorporando como muebles.
- No sé para qué - se decía a si misma y con gritos en silencio, como enojada. -No sé para qué gastan el dinero en esas máquinas que nadie va a usar porque la gente ya no tiene dinero ni para tomarse un refresco. No hay dinero para nada, ni tan siquiera para comprar los billetes que susurran cuando los agitas esa maldita frase de 'bienvenido a bordo de su nueva vida'. ¿Nueva vida? Y si yo estaba bien en la que tenía, ¿por qué la sociedad es tan egoísta para quitarnos a nosotros, una de las familias más humildes de la ciudad, todo lo poco que teníamos?
Amaya estaba enfadada, pero no sabía el porqué, ¿o estaba dolida? Esas preguntas aparecían en su mente como una nueva bola que se sumaba al rebotar de las demás cuestiones. Y de fondo, la melodía de la dulce voz de su hija seguía marcando el ritmo que debería tomar esa nueva vida, o aventura, como ella se había empeñado en llamarla.
- Y es que aunque se ensucien o me pisen, mis botas seguirán siendo mágicas. Puedo bailar con ellas el juego del 'un, dos, tres con un pie y sin caer. Cuatro, cinco......
- Elisa no juegues ni saltes, las maletas pesan mucho y si sigues saltando nos vamos a caer. - La pequeña sabía lo que significaban las palabras de su padre, más que nada porque aquel tono sólo lo ponía cuando estaba cansado o enfadado.
Elisa bajó la cabeza, coartada por la orden de su padre. No comprendía por qué sus padres estaban así de tristes, porque cuando se empieza una aventura siempre se hace con muchas ganas, como habían hecho aquellos niños de Londres cuando volaron a un país de las estrellas; o aquella niña que perseguía al conejo del reloj porque quería saber a dónde iba, o los capitanes de los barcos que surcaban los mares en busca de tesoros. Hasta que una sombra le cubrió el rostro e hizo que Elisa levantara la mirada hacia la pared de su casa.
- Mamá, papá. !Es un dragón! Un dragón de los de verdad. Volvamos a casa y ya salimos cuando se vaya. Si se enfada y nos sopla fuego nos va a quemar. Volvamos a casa hasta que no haya peligro. Mis botas mágicas sólo nos ayudan a encontrarnos cuando estemos perdidos, no son tan mágicas como para defendernos de dragones.
Elisa tiraba de las manos de sus padres para regresar a la casa asustada por la sombra del dragón.
- Elisa, vale ya. No tengas miedo y sigue caminando sin hacer ruido y entonces el dragón no nos hará nada porque no nos oirá. - Le decía Pedro para que se calmara.
- ¿Cómo es eso?. - Preguntó curiosa la niña.
- Porque no pueden oír susurros, por eso sueltan fuego cada poco por si tienen a algún enemigo próximo, pero si gritamos nos oirán. - Pedro iba enumerando las carencias sensitivas de los dragones a su hija bajando cada vez más el tono de voz.
Elisa, sin dejar de mirar aquella sombra, contestaba a su padre con el mismo tono de voz que él utilizaba, casi en susurro.
- Entonces tenemos que correr para llegar primero al barco y rodeados de agua no se acercará tanto, para que no se le apague el corazón, de donde le sale el fuego, como al dragón que venció Sebastián en Timberland. ¿te acuerdas papá? ¿Te acuerdas de Sebastián y la bola de agua que secó al dragón y que...?
- Sí Elisa, claro que me acuerdo.- Comenzó a contestar Pedro, pero antes de terminar su frase las frías palabras de Amaya le cortaron.
-Vale ya de historias imaginarias, Pedro. Hija, no existen los dragones, ni niños que vuelan, ni Timberland ni conejos con reloj. Esos son todos personajes que se inventa tu padre para que duermas bien. Lo que ves son dragones de tela y no vuelan, los sujetan personas con palos muy altos y finos, por eso apenas los ves.
- Papá dile a mamá que está equivocada. Es mentira lo que dice. Díselo. Sebastián, los dragones, los niños de Londres sí existen. !Díselo! - Elisa le rogaba a su padre con el llanto a punto de romper. Las palabras de su madre le había atravesado como el frío del crudo invierno se metía entre las descuidadas rendijas que quedaban entre las prendas y cortaba la piel.
- No te enfades Elisa. Mamá te está tomando el pelo. Claro que existen todos ellos, pero mamá está cansada y preocupada por nuestra aventura porque ella prefiere que no nos pase nada interesante y lleguemos todos bien y sin problemas a nuestra nueva casa. ¿Verdad, Amaya? Díselo tú, dile que era una broma. - Pedro sabía cómo calmar situaciones como aquella. Sabía cómo tranquilizar a su pequeña niña y con un sólo guiño de ojo hacer comprender a su mujer que Elisa no tenía culpa de aquella marcha y que era muy pequeña como para entender que es mentira todo lo que dicen los cuentos, demasiado pequeña para enfrentarse a la realidad.
- Vale Elisa. Perdóname, cielo. Era una mala broma. Pero no te preocupes por los dragones, veremos muchos a nuestro camino hasta el puerto.
- ¿Por qué?. -Preguntó la pequeña
- Porque hoy para ellos es un día especial. - respondió la madre.
- ¿Por qué?. - Volvió a insistir Elisa.
Al ver que Amaya se había quedado sin recursos, Pedro tomó la palabra:
- Porque hoy es el último día que pueden salir de sus cuevas sin miedo a que se les apaguen sus corazones de llamas. ¿Y sabes por qué?.
Elisa movió de un lado para otro la cabeza en señal de negación e impaciente por escuchar la historia de su padre.
- Porque pronto caerán las primeras nieves y cada vez hará más frío. Y con el frío y la nieve o el agua, el fuego......
- Se apaga. - Contestó rápidamente Elisa.
- Eso es. Y por eso hoy celebran su baile de fin del dominio del Sol, su mejor amigo. - Prosiguió Pedro.
- ¿Ellos pueden llegar al sol?. - Preguntó Elisa.
-!Claro que pueden! Porque ellos no se queman. Al contrario, se le caen las escamas con el frío y sin ellas se pueden morir, porque las escamas son su piel. - Contestó Pedro.
Elisa miraba con asombro a su padre mientras éste le contaba su historia. Sus ojos, abiertos como platos seguían el compás del baile de los dragones con los que se cruzaban a su paso y cuando veía que uno se acercaba demasiado, apretaba con fuerza las manos de sus padres e incluso acurrucaba su cara al abrigo de su padre por miedo a que le cayese alguna escama y le quemara sus ojos.
- ¿Bailan sin música?. -Volvió a preguntar Elisa.
- Ellos cantan, pero nosotros no los podemos oír porque su idioma sólo se escucha muy, muy bajo, tanto que sólo pueden oírlo ellos. Es incluso más bajo que los susurros.
- Pero si me habías dicho que no podían oír los susurros. - Se quejó Elisa.
Pedro se quedó por un momento callado y miró a su mujer que esta vez le miraba de reojo y escondiendo bajo su nariz una tímida sonrisa. Aguantando la risa porque sabía que su hija le había pillado en un momento flojo, levantó la cabeza y dijo con firmeza:
- Los dragones tienen un problema o una virtud.
- ¿Cuál?. - preguntó Elisa.
- De las voces humanas sólo pueden escuchar las voces, pero entre ellos y de los demás animales pueden escuchar hasta los sonidos más bajos...
- ¿De verdad? ¿no me engañas?- preguntó Elisa. - ¿Y cómo es eso? - siguió.
- Porque ellos son seres especiales, casi mágicos. - contestó Pedro.
- ¿Cómo mis botas?- Elisa había pronunciado aquella frase con la frescura típica de una niña de su edad.
- Eso es, como tus botas - le respondió su padre.
- Entonces, ¿todo es mágico y especial? - preguntó Elisa.
- Todo es mágico y especial cuando nosotros queremos que sea así. Si deseas algo con mucha fuerza y de corazón se cumple lo que deseas - siguió Pedro.
- ¿De todo corazón? -Preguntó la pequeña.
-Sí, desde lo más interior de tu cuerpo. Porque nosotros, nuestro corazón, se parece un poco al de los dragones. En él también nace una llama, pero las personas mayores lo prefieren llamar coraje. Y eso es lo único necesario para que una aventura como la nuestra salga bien. Eso y unas botas mágicas como las tuyas- decía Pedro mientras afirmaba con su cabeza para dar más contundencia a sus palabras.
- Eso, unas botas como las mías y coraje. Yo debo de tener mucho porque siento como un poco de calor aquí, donde el corazón- dijo la pequeña soltándose una mano para señalarse el corazón.
Elisa ya no tenía miedo de los dragones que bailaban para despedirse del dominio del sol y su fuerza o coraje había alcanzado los ánimos de sus padres, en especial a su madre que ahora, caminando más deprisa, había expulsado de su cabeza aquellas bolas inquietantes y preguntonas que la llenaban de ira. Ahora parecía que incluso ellos bailaban con aquellos dragones de tela para despedirse del dominio del sol, o quizás de aquella oscura y triste ciudad.

lunes, 29 de octubre de 2007

Carta a Luis

Nadie sabe lo que le depara el destino. Allá arriba, donde bailan las estrellas, cada persona tiene su estela biográfica y nadie puede cambiar lo que está escrito. Si fuerzas al destino, éste te golpeará y castigará, pudiendo incluso dañar a las personas más próximas a ti.
Querido Luis,
hace tiempo que no escribo una carta informal y menos a alguien como tú. Me acuerdo con tanta claridad de cómo empezó todo...y eso que ya pasaron 15 años. Sí. Fui yo la que en aquella ocasión forcé al destino para poder hablar contigo. Con una apuesta, así empezó todo, como un juego en el que aposté todas mis bazas y las perdí. Las reglas habían sido claras en aquel verano del 80; sólo tenía que hacer que el chico más popular se fijara por un instante en la chica más normal de todas, y lo conseguí. Pero el juego se volvió complicado con el despertar de los sentimientos y las tonterías de unos adolescentes.
Son tan claros todos mis recuerdos que cuando pienso en ti aún lo hago como una chica de 16 años. Ese ha sido el castigo que me ha puesto el destino, por intentar torcer su camino. Ese y el tener una vida llena de soledad sin alguien al lado que me acurruque en las noches de invierno ni una carrera estelar en la que cobijarme de todos mis fracasos sentimentales por mantener fresco tu recuerdo. ¿Y a ti? A ti también te ha castigado el destino por encapricharte en una compañera que ahora no llena tu corazón vacío y buscas calor en el regazo de otras dañando incluso a aquella que un día fue como mi hermana.
Aún recuerdo el día de vuestra boda y mi llegada a la iglesia. Allí estabas tú, esperando a tu novia vestida de blanco sobre la gran escalinata de piedra y el coche en el que yo viajaba no paró más adelante de aquellos escalones. Y en aquella postal nuestros ojos se encontraron. Sentí el cosquilleo de aquellos días en los que tenía que ser yo la que cogiera la llamada de las 3 de la tarde porque la respuesta iba a ser "un beso", y también la de las 9 de la noche cuando las palabras se entrecortaban por una mezcla creada por el poco tiempo que teníamos para contárnoslo todo y los nervios que me producía oír tu voz. El sonido del teléfono en aquellas llamadas despertaban las mariposas de mi estómago como lo hicieron tus ojos aquel fatídico día. ¿Y la foto? ¿la recuerdas? Aquella que nos sacó el fotógrafo cuando yo sin saber por qué subí la gran escalinata de piedra hasta encontrarme contigo y tu me ayudabas a alcanzar el último escalón que nos separaba. La misma fotografía que tu mujer hizo quemar cuando tu me la regalaste enmarcada.
¿Por qué dejaste que pasara todo aquello? Tú que eras el más coherente de los dos; tú que siempre tenías la cabeza tan fría que ni siquiera te importaba que me enfadase cuando te burlabas una y otra vez de mi porque tenías la seguridad que volvería. Predicaste mi destino, el que se sigue repitiendo día tras día, el que me mantiene encerrada en una etapa de mi vida y no logro superar aunque ya hayan pasado 15 años.
Te dije que te olvidarías de mi y yo siempre te recordaría, te dije que no lograrías llenar tu corazón con la familia que elegiste, te dije que serías reprochado por muchos de los que tu amas, y no me equivoqué. El destino no tolera que se burlen de él ni que le reten porque las consecuencias a esos actos las paga con sacos rasgados. ¿Ahora comprendes por qué no se puede cambiar el destino?

domingo, 28 de octubre de 2007

Emigrantes: La partida

No lo había podido evitar. Aquella cama siempre tan arropada con las sábanas blancas de algodón y sobre ellas el pesado nórdico que vencía al frío en las largas noches de invierno, cuando los fantasmas de la noche no la dejaban dormir la habían tentado a volver a acostarse. Tanta frialdad notaba en el ambiente, en aquella habitación vacía de muñecas, dibujos y pájaros de papel que la pequeña Elisa decidió volver a la cama para poder despertar de nuevo en la vida normal. Inmersa en la aventura que iban a comenzar ese día los pensamientos la sumergieron en un mundo aún más imaginario, el de sus sueños.
Barcos que surcaban los mares donde los piratas de las historias que cada noche Pedro le contaba para que se durmiera; príncipes que salvaban a princesas encerradas en la torre de un castillo y seres que aunque no los había visto nunca, ella sabía que existían. Seguro que en el viaje que iban a comenzar encontraría algún duende. Y justo cuando la aventura se ponía más emocionante, la dulce voz de Amaya despertó a la pequeña que apenas unas horas antes dotaba de alegría la casa ya vacía. Con dificultad se levantó de la cama por segunda vez aquella mañana y fue de nuevo a la cocina. Allí estaban todas las cosas empacadas y sobre la mesa estaba el gran tazón de loza blanca donde su madre le echaba la leche del desayuno cada día.
Amaya y Pedro recorrían todas las habitaciones de la casa y seguían reuniendo paquetes y más bultos a la cocina. Pero a Elisa le llamó la atención la gran maleta donde Amaya había guardado todos sus recuerdos, entre ellos la fotografía que les había tomado el tío Marco. Era una maleta enorme o eso le parecía a la pequeña; pero no tenía el aspecto adecuado para una aventura como la que ellos vivirían. Era demasiado vieja y muy sosa. Sólo era de color marrón y lo único que la hacía diferente a las demás maletas del resto de la gente era aquella cinta que la rodeaba.
- Vaya maleta más fea y además es muy grande. No vamos a entrar en el barco si todos los pasajeros llevan una maleta tan grande - pensó Elisa sin dejar de mirar la maleta mientras seguía removiendo despacio la leche con la cuchara.
-Tómate rápido la leche. Tenemos que irnos y sólo faltas tú.
Amaya entraba y salía de la cocina cada vez con una prenda más sobre ella. Primero la falda, después también con la camisa y ahora se dirigía a la percha que aguantaba su pañuelo para protegerse del frío. Ella tampoco podía apartar la vista de aquella vieja maleta que esperaba en un rincón de la cocina; pero a Amaya no le parecía una maleta fea ni inapropiada para aquel viaje, sino todo lo contrario. Aquella maleta conservaba sus recuerdos y no podría separare de ella durante el trayecto en el barco. También Pedro había entrado en la cocina con su sobrero en la mano.
- Ya está todo listo - dijo - podremos marcharnos en cuanto termines tu desayuno y te vistas - le dijo a su hija.
Sin perder más tiempo porque veía que sus padres tenían prisa, Elisa se tomó toda la leche, saltó de la silla y se vistió con las únicas prendas de su armario que no estaban en ningún paquete.
- Es tan pequeña que si no volvemos pronto,en unos años ni se acordará de esta casa, ni de sus amigos, ni de sus primos y abuelos. Ni siquiera recordará el columpio que le hiciste en el árbol.
Amaya pronunciaba estas palabras mientras se colocaba el pañuelo en la cabeza y miraba aquel columpio que Pedro le había regalado en un cumpleaños a Elisa y en el que al día siguiente la pequeña se había caído haciéndose una herida en el labio.
Elisa entró corriendo en la cocina, ya vestida y con el gorro de lana en la mano.
-Mamá ya estoy lista. Podemos empezar nuestra aventura.
Amaya se esforzó para mostrarle una sonrisa mientras la ayudaba a abrocharse el abrigo.
-Ponte el gorro y no te desabroches ningún botón. Afuera hace un frío horrible y tienes que estar muy abrigada para no resfriarte. Y acuérdate de poner tus botas nuevas de agua -le decía Amaya a su hija mientras la abrochaba el último botón del abrigo.
- ¿Qué botas? ¿Las que me regaló la abuela?- preguntó Elisa.
- Sí. Son esas las que más te gustan, ¿no? Además son las mejores para estos días de frío -dijo Amaya.
-Y son nuevas. Ya veras como no encontramos a nadie en nuestra aventura con unas botas como estas. Son como las de Antón - respondió la pequeña.
- ¿Qué Antón? -preguntó Amaya
- El niño del cuento que ayer me contó papá antes de acostarme. Son mágicas, cuando te pierdes sólo tienes que juntar los talones y ellas solas indican el camino. ¿Quieres que te cuente la historia?
Elisa había recuperado su vitalidad y no podía parar de hablar. Mientras la niña le contaba a su madre el cuento de la noche anterior, su padre iba cogiendo las maletas. Sin dejar de hablar Elisa cogió su maleta, en la que había metido toda su ropa y algunas de sus muñecas. Bueno, la cogía como podía porque era casi tan grande como ella, pero no tanto como la maleta fea que aún aguardaba quieta en el rincón de la cocina. Sobre la mesa ya no había ninguna taza, ni ninguna cuchara o cuenco; en la repisa tampoco estaban ya ni el reloj ni el pájaro de papel ni nada. Sólo había sobre la pared del fondo el dibujo de una familia feliz y disfrutando de una tarde de sol, porque Elisa lo había pintado en una tarde muy soleada y eso tenía que notarse.
El silencio reinaba en la casa, tan sólo se oía la voz de una niña contando una historia de unas botas mágicas y pasos cansados, arrastrados y alejándose de la casa. Todo empezaba ahí y los tres miembros de la familia lo sabían. Si se asomaban mucho al futuro, Amaya y Pedro sentían vértigo por el miedo al fracaso, el vivir una mala situación que los arrojase a un pozo negro sin fondo y verse en el suelo esperando una mano amiga. Verse como aquella vieja maleta que días atrás estaba abandonada en un rincón del desván y ahora era tan importante. Dar la mano al pasado para seguir caminando hacia un futuro mejor, ese era el pensamiento que se repetía una y otra vez en la cabeza de Pedro mientras se agachaba para coger la maleta.

sábado, 13 de octubre de 2007

EmigranteS: La maleta

Al fin lo había conseguido. Había sido capaz de levantar aquella maleta tan pesada de recuerdos aún frescos y llevarla hasta la cocina. Lo que no había conseguido era apartar su mirada de aquella vieja maleta. Sobre la mesa la tetera y dos tazas de té expulsaban un humo impaciente, dando calor a la fría sala que cada momento recuperaba la vida con todos los objetos que allí se iban acumulando.

Elisa ya no sentía nostalgia y de un salto había abandonado la silla desde la que había admirado por un largo rato su dibujo. Con la vitalidad propia de una niña de su edad, la pequeña había comenzado a llevar a la cocina todas las cosas que creía importantes en la aventura que comenzarían aquella mañana. El pájaro de papel, el reloj de su mesita de noche y sus muñecas, todo lo que aún quedaba en su habitación sin empacar. Ajena a aquella alegría, Amaya continuaba apoyada sobre su maleta, melancólica y pensativa, unos pensamientos a los que Pedro se había unido. Su fuerte expresión siempre llena de vida se había apagado y por un instante el respetuoso padre de familia se estremecía en su gesto de niño indefenso y débil ante la realidad. Necesitaba el calor de los que le querían. Colocó su mano bajo la de su mujer, aún apoyada sobre la veja maleta, y con suavidad le dijo:

-No te preocupes. Volveremos, estoy seguro de ello. Volveremos y nos reiremos de esta partida.

No hubo respuesta. Amaya era incapaz de articular palabra sin que las lágrimas que se acumulaban en sus ojos y nublaban su vista se escaparan y recorrieran su dulce rostro. Y de fondo, por detrás de ellos, las alegres canciones de Elisa regalaban las únicas estelas de esperanza que tarde o temprano volverían a brotar en la familia, quizás en la próxima estación.

domingo, 7 de octubre de 2007

EmigranteS

El ruido del viento golpeando la ventana la despertó. Era el día elegido. Sabía que tenía que dejar su casa, a sus amigos y todo lo que había conocido hasta el momento. Su padre le había prometido que sería una aventura emocionante y llena de sorpresas. A su lado estaba aquel pájaro que había aparecido una mañana posado en su ventana y ahora la miraba desde su mesita. Era un pájaro de papel, pero al fin y al cabo un pájaro, el animal que más le gustaba porque era el único que podía gozar de la libertad sin ataduras.

-!!!!!!!!!Riiiiiiingg!!!!!!!!!

Ya no había más minutos extra; había que levantarse. Al otro lado de la casa se oían unos pasos pausados y a alguien rebuscar en el fondo del armario del recibidor. Pedro, el padre de la familia, estaba recogiendo las últimas prendas que aún sujetaban aquellos enganches, los de oro, o eso creía Elisa. Lo estaba recogiendo todo, menos su sombrero que sería el último en abandonar su sitio en aquella casa.

De la cocina también salían ruidos que llegaban hasta el cuarto de Elisa. Aquellos eran del chocar de los platos, el mismo sonido que se oía cuando había fiesta y Amaya tenía que cocinar para toda la familia y los amigos que venían a casa. Elisa no aguantó más y fue hasta la cocina; pero cuando entró allí no había ninguna fiesta, tan sólo un viejo cazo y una cuchara de madera sobre la mesa. Aquellas paredes que tantas reuniones y risas habían acogido, aquella mañana sólo abrazaban una sala fría y vacía. Y allí, en la pared del fondo lucía el dibujo que Elisa había hecho la noche anterior. Tomó una silla y se sentó frente al dibujo, como para observarlo más detenidamente. Allí estaban ellos, toda la familia: sus padres, el pájaro de papel y ella, despidiéndose de su casa.
A sus espaldas la tetera de loza silbaba sobre la chapa. El sonido alertó a Pedro que entró en la cocina arrastrando sus pies, como de costumbre. Parecía que siempre estaba cansado. Sin apenas alertarse de la presencia de su hija en la cocina, Pedro quitó la tetera del fuego y se sirvió una taza de té. Se sentó y posó sobre la mesa todo lo que tenía en sus bolsillos entre lo que destacaban un par de billetes del dinero que habían ahorrado para la ocasión y los pases para el viaje. En ellos estaba retratado el barco en el que viajarían, con sus altas chimeneas de las que salía más humo que de la taza de té de Pedro.
-!Amaya! -llamó a su mujer sin levantarse de la mesa.
- !El té está listo!
Amaya dejó la maleta abierta sobre la cama del dormitorio principal y fue a la cocina. Al ver a Elisa sentada frente al dibujo se acercó a ella. Pedro se levantó e hizo lo mismo.
-Es un dibujo hermoso -dijo él posando su mano con dulzura en el hombro de su hija.
- Somos nosotros. No quiero que nuestra casa nos olvide y cuando llegue otra nueva familia si hay alguna niña pequeña puede que también haga el dibujo de su familia y lo cuelgue junto al mío - contestó la pequeña.
Estaban colocados igual que en aquella fotografía que les había tomado hacía unos meses el tío Marcos. Ella estaba sentada en un taburete alto y detrás estaban sus padres, uno a cada lado. Era una foto diferente a las demás porque era la última imagen tomada en aquella casa y Amaya le tenía un cariño especial.
La fotografía estaba en el salón, sobre el saliente de la chimenea. La tomó con delicadeza entre sus manos para observarla por última vez antes de envolverla en aquel papel amarillento para que el cristal que la protegía no se rayase. Cubrió todo el marco con el papel y después trenzó con una cuerda fina una cruz sobre él para evitar que el papel se escurriera durante el viaje y dejara desprotegida la fotografía. Regresó con el retrato envuelto al dormitorio y lo posó sobre la ropa que ya estaba metida en la vieja maleta. Había entrado todo: la ropa de Pedro y la de ella, sus objetos más íntimos y la fotografía. A ojos ajenos el contenido de aquella maleta no tenía valor, pero para ella allí viajaba toda su vida, sus recuerdos o lo que quedaba de ellos.
Cogió la cinta que guardaba para los largos viajes y rodeó con ella la maleta ya cerrada. Era una acción tonta, pero aquella mañana le había costado mucho encerrar tantos recuerdos. Pero tenía que asegurarse de que todos aquellos objetos llegarían a puerto, junto a ella. No podía resistir la nostalgia. Era incapaz de apartar la vista de aquella maleta, y entonces posó sus manos sobre ella. Como en señal de protección sus dos manos se cruzaban sobre la hebilla de la vieja maleta, porque no debía abrirse, no debía dejar escapar todo lo que guardaba en su interior. Todo debía llegar a Europa tal y como salía de su casa. Y para sí misma Amaya le pidió a sus recuerdos:
-Tenéis que llegar conmigo. Junto mi marido y mi hija sois lo único que me queda de mi tierra. Sois todos mis recuerdos y mi origen. No me abandonéis en el camino.

jueves, 4 de octubre de 2007

RefLeXión

- ¿Qué es la vida?



Era una pregunta fácil, pero en aquel momento no sabía cómo responder. ¿Qué es la vida? Nunca se lo había planteado. Simplemente la vivía, vivía cada día como mejor podía, pero ¿qué era la vida? ¿era simplemente el paso del tiempo? ¿una sucesión de eventos que se sucedían e iban acompasándose hasta tejer una historia?



Una historia, sí. Como en los cuentos que leía en su infancia, o como las películas que tanto le gustaba ir a ver en el cine. Eso debía de ser la vida: una historia escrita por alguien y proyectada en esa gran bola que gira en el espacio y con los mejores protagonistas, nosotros. Pero si nosotros mismos somos los protagonistas....¿quiere decir que no vivimos nuestra propia historia? Ah, el destino, esa gran incertidumbre que siempre le estropeaba sus mejores planes, ese poder que no sabía de dónde venía que le obligaba a cambiar sus proyectos para un día perfecto y le complicaba la vida. Sí, porque en realidad nosotros planeamos o ideamos nuestro recorrido por el mundo como en una historia de cuento, siempre con final feliz, pero que muy pocas veces se hace realidad. !Qué mal nos debemos de llevar con nuestros guionistas!



La felicidad, la alegría, ¿son el aceite y motor de la vida?

Que pena si es así porque el ser humano, siempre tan complejo e inacabado, nunca se sacia de felicidad. Cuando cree que no tiene nada, se amarga, llora y hasta puede poner el punto y final a su historia antes de que deba ser así. Y cuando lo tiene todo, aún quiere más. Nunca nos conformamos con lo que tenemos. Si hay salud, dinero y amor estaremos agusto por un tiempo, pero después querremos más, hay quien dice que es por evolucionar. ¿Evolucionar?¿a dónde? Esa es la avaricia, ese sentimiento tan humano de querer ser más, de querer tener más y por ello es que nuestra historia cuando predica un final feliz se complica, se enrosca en temas complejos de los muchas veces no salimos invictos.

Pero yo prefiero pensar que es el espíritu aventurero que siempre nos rodea, esa inquietud por saltar de una comedia a un drama, de una historia de intriga a una de terror, de las historias infantiles a la ciencia ficción de la adolescencia. No nos dan Óscars, aunque somos los mejores actores y actrices, protagonizamos plots inigualables, vivimos los guiones más originales...Pero la vida se diferencia del cine en un detalle fundamental: en lo real las historias no siempre terminan con final feliz.

Nunca sabremos si estamos a mitad de película, al principio o al final, pero para que todo de ruede con mayor facilidad mejor alimentarnos con alegrías.

Escena de un nuevo día de nuestra vida. Cámara, luces y ACCIÓN.

domingo, 23 de septiembre de 2007

¿Te GusTaS?

Cuando las muñecas y juegos dejan de importar, cuando despiertan y empiezan a moverse mariposas en el estómago al ver a un chico, cuando el pasar por delante de un espejo es como enfrentarse a un tribunal sabiendo que te va a castigar, es cuando dejas de ser niño y es ahí, justamente ahí cuando en vez de comerte el mundo éste se te cae encima.
Contemplando el mar era como mejor se estaba. Un mar imaginario por lo lejos que el real le quedaba, pero al fin y al cabo el mar con su tranquilidad y su perfección. Perfección. Ah! menuda palabreja. ¿Quién habrá sido el 'listo' que decidió inventarla? la palabra y su significado, claro. Los nervios y la frustración que le causaba pensar en la perfección, en ser perfecta hacía enrojecer su pálida cara. Estaba soñando con mar, pero estaba aún tumbada en la cama, mientras la radio seguía emitiendo noticias, o bueno lo que los políticos quieren que sea noticia. Y entonces, aquella dulce voz de la locutora hizo que levantara la cabeza. Sí, era una buena noticia para algunos, pero para ella.... Por primera vez en la historia las modelos que se presentaban para desfilar en la pasarela Cibeles superaban el peso y masa corporal reglamentarios.
Ellos tenían la culpa de todo. Las modelos, los modistas, los medios de comunicación y la gente por seguir a ciegas sus mensajes. El problema era que en el fondo tenían razón y que era ella la que quería enfadarse, gritar y discutir quién tenía razón: si todo el mundo porque admiraba a las chicas guapas y delgadas o ella: una pobre ventiañera, gorda, aburrida y con ninguna virtud a destacar. Con ella misma no podía discutir, así que se desahogaba con el resto del mundo pero en su cabeza, hasta que rompía a llorar. Era lo que le quedaba a sumar a su lista de defectos. Además de gorda y aburrida, también era débil. ¿Cómo se iba a fijar en ella aquel chico que la hacía soñar? Si ni ella misma se gustaba.
La radio seguía escupiendo noticias y los minutos pasaban; pero aún era demasiado temprano para levantarse porque a esa hora aún le daría tiempo a ducharse y prepararse para el trabajo y que su madre la obligara a tomar algo antes de salir de casa y eso sin duda, la perjudicaba, bueno, a su barriga porque ella era independiente del resto del cuerpo. !Maldita barriga!
El silencio era lo único que se oía ahora que se había apagado la radio; eso quería decir que era la hora más adecuada para levantarse. Sólo tenía media hora para arreglarse así que había que hacerlo aprisa y a ser posible haciendo todas las flexiones posibles recogiendo los cojines que cada noche tiraba al suelo para obligarse al día siguiente a agacharse y hacer las primeras abdominales del día. No tenía tiempo ni para pararse delante del armario para pensar qué ropa poner; así que cogió lo primero que encontró y se metió en el cuarto del baño. Y ahí estaba, nada más entrar, el espejo. El peor tribunal que te puedes encontrar y más cuando te levantas, !vaya buenos días! Mientras se desvestía para meterse en la ducha frente al espejo una única frase se repetía en su cabeza:
- Mírate. Sí, sí. Mírate cómo estás. !Menudo cuadro! Cómo vas a gustar a la gente con esa cantidad de grasa y carne ahí puesta? Que asco de cuerpo, que asco de carácter, que asco de YO.
Entre frustración y desesperación se metió en la ducha y dejó que el agua recorriera todo su cuerpo sin poder callar a esa voz que retumbaba en su cabeza una y otra vez insultándola, llamándola gorda, patética, fea. Cogió la toalla antes de poder ver de nuevo su reflejo en el espejo y se cubrió entera hasta que estuvo vestida. Salió corriendo del baño, cogió sus cosas y salió a toda prisa de casa, casi sin despedirse. El trabajo le quedaba lejos; a media hora caminando a un ritmo rápido, pero coger el autobús era dejar que la grasa de lo último ingerido hacía más de quince horas se acomodara en uno de sus michelines, aquellos asquerosos 'bultos' que no se quitaban por mucha gimnasia que hiciera o por muy poco que comiera, parecía que se alimentaban del aire porque cada día los veía mayores.
Sin dejar de caminar, miraba a todo su alrededor. Había gente que la miraba, debía ser por lo gorda, se notaba demasiado la barriga y eso que se había puesto una túnica que le alcanzaba la mitad del muslo. !Qué vergüenza! Y más viendo a las niñas guapas y perfectas que pasaban por su lado, incluso parecían más ágiles porque podían caminar más deprisa que ella y apenas sin agotarse. Si es que tenía razón ella: cuanto más delgada estés, menos te cansas, más guapa estás y más te aprecia la gente, toda la gente, incluso tus jefes. Aquel imbécil que la había casi echado a patadas de su despacho en la primera entrevista porque a su parecer 'no tenía la talla adecuada para el puesto de trabajo ofrecido'. Pero si en la recepción de un hotel se está detrás de un mostrador, ¿qué importa que lleves la talla 36 que la 32?
La talla 32. Ésa era su meta. Con esa talla toda la ropa que le gustaba fijo le quedaría bien sin necesidad de hacer viejos trucos con las medias o tener que ir todo el día aguantando la barriga para dentro, encontraría el trabajo para el que había estudiado y se había esforzado durante tantos años y lograría por fin que aquel chico se fijara en ella, pero no por su gran barriga, si no porque le gustase, porque tendría un cuerpo modelo.
Llegó a su trabajo agotada por la gran caminata que se había dado y por el ritmo que llevaba, porque se podía decir que corría más que andaba. Pablo, el portero del edificio le ofrecería un vaso de agua, lo hacía cada día pero por mucho que se le apeteciera un trago la respuesta tenía que ser NO. Si metía algo en el estómago antes del mediodía habría sido derrotada de nuevo y habría sido un día perdido, una oportunidad fallida para lograr el cuerpo que tanto ansiaba. Con la negativa se beneficiaba, estaba segura. Si metía algo, aunque fuera sólo agua, su estómago despertaría y empezaría a gruñir y a dolerse, y eso era lo último que deseaba en aquel momento. En cuanto a la respiración, recuperaría enseguida su ritmo habitual así que no era problema.
Le encantaba su trabajo. No era la ocupación con la que siempre había soñado, pero por lo menos era un trabajo que la mantenía en movimiento todo el día, perdiendo calorías y grasa todo el día porque no se sentaba ni para darle de comer a la viejecita. Ese era el momento más difícil del día porque era como su varias partes de su cuerpo hicieran un complot contra ella: los ojos veían la comida, avisaban al perezoso estómago y éste empezaba a retorcerse pidiendo comida. Maldita ansiedad. Si fuera capaz de comer y después devolverlo. ¿Cómo podían hacerlo las otras chicas?
Ya había intentado de todo. Olores fuertes que le provocaran vómitos, meter el cepillo de dientes que llegaba más al fondo de la garganta que metiendo los dedos, bebiendo mucha agua antes o comiendo helado, como decían todos aquellos consejos que había leído por Internet en páginas donde otras chicas decían cómo lo hacían ellas para que fuera más fácil. Pero ella nunca había conseguido aún vomitar. Cuando estaba a punto de conseguirlo, se ponía nerviosa, empezaba a temblar y después de los temblores llegaban las lágrimas y tenía que separarse de water. Y después aquel dolor de garganta y de cabeza hacían el día más oscuro de lo que era normalmente. Y con todo ello, aquella voz en su cabeza que no se callaba, pero esa vez cambiaba el discurso: ahora además de gorda, fea y aburrida era débil y su barriga vencía a su razón, le ganaba la batalla al cerebro que al fin y al cabo era la parte inteligente del cuerpo, se suponía.
Y entre tanta idea viajando por las autopistas de su cabeza, apareció aquella noticia otra vez. Perecía que no había ocurrido nada más importante en el mundo que las modelos de Cibeles pesaran lo establecido, y otra vez empezaba la discusión consigo misma:
- ¿Peso establecido por quién? A ver. Porque, ¿a ver quién es el listo que sabe cuál es el peso idóneo para una chica? Dependerá de su altura, digo yo y además, ¿por qué va a ser ese y no uno más bajo cuando siempre fue así y gustaban igual? Lo que quiere ahora el Gobierno es cebar a la población. ¿Está de acuerdo con las empresas alimenticias para que éstas vendan más o que? Tanto americanismo, ahora querrán que seamos tan gordas como las americanas que se ceban a comida basura y después las pocas que quedan delgadas son las más guapas y las más envidiadas, pero también las más atractivas, las más admiradas y las que siempre consiguen al chico que les gusta.
Y ahí apareció, era él; bueno, su imagen. Aquel chico que no sabía ni cómo se llamaba, pero la volvía loca. Por él tenía que conseguir adelgazar, por él y por echarle en cara al imbécil del hotel que había conseguido la talla adecuada y que ahora era ella la que decía que no a aquel trabajo.
Con todo aquel lío montado en su cabeza no se había dado cuenta que era ya la hora de irse a casa. La hora de 'comer'. Otra. Vaya nombrecito para una hora. 'Hora de comer', ¿y qué hora era esa si se podía saber? ¿y los que no comen cómo la llaman la hora del ayuno? Bueno, no era tiempo de discusión, sino de inventar alguna excusa para no pasar por casa que no haya utilizado ya esa semana. Pasaría por el gimnasio y estaría allí hasta la hora de aeróbic, a las 7 de la tarde. Aunque no estuviera todo el tiempo haciendo gimnasia, podía estar metida en la sauna para eliminar aquella grasa que los abdominales no quitaban. Y así fue. Llegó a casa a la mejor hora, esa en la que el cuerpo sólo te pide un ducha relajada, ponerte el pijama y meterte en la cama. Además, hoy había sido ella la vencedora: no había comida nada y sólo había ingerido el agua que había bebido mientras hacía deporte en el gimnasio.
Evitando pasar por el espejo para no ver el horrible cuerpo que aún tenía, se metió en la cama pero sin antes pasar la mano por la barriga y darle el mensaje de buenas noches de todos los días:
- Todo mi mal es por tu culpa, asquerosa. ¿Por qué no desapareces? Podré contigo. No comeré en días, iré al gimnasio y cuando tu ya no estés en mi cuerpo me mirarán por la calle con admiración, conseguiré el trabajo que merezco y ese chico se fijará en mi y me querrá. Pero cuando tu ya no estés.
La anorexia es una enfermedad muy peligrosa. La sociedad es su continuo alimento y las adolescentes sus principales víctimas. Hay mucha gente que sufre porque no se gusta, porque odia su cuerpo pero sabe bien cómo disimular su sufrir para llegar a su meta, una meta que en muchas ocasiones no se alcanza porque la anorexia no sólo ciega a sus víctimas sino que también las guía a una posible muerte o a quedar postrada en una cama, enchufadas a máquinas que ellas odiarán porque las verán como enemigos y obstáculos para el objetivo que se han marcado. La anorexia mata y cuando se cree superada sólo está dormida porque no tiene cura. En una cosa tiene razón: afecta a las débiles que juegan a ser fuertes.