domingo, 23 de diciembre de 2007

Isis, modelo de mujer


La paz inundaba todo el reino. Los reyes vivían en armonía con sus súbditos y todos los ciudadanos de Egipto. Isis y Osiris ofrecían a los ciudadanos todas los materiales naturales que necesitaban para tener una vida próspera y feliz. Los hombres y mujeres tenían pan, agua y salud; los niños alborotaban por las plazas dando vitalidad al pueblo, y los más ancianos disfrutaban contando sus historias a vecinos y desconocidos.


Todo era perfecto para la tierra fértil, porque en el desierto Set planeaba la destrucción del imperio de su propio hermano. La envidia hacia Osiris era tal que pronto las fuerzas del mal inundaron el alma del dios contradiciéndole a la palabra de Maât, e incluso rodeándole sólo de varones, por lo que milenios más tarde, Set sería conocido como el dios de la homosexualidad. La venganza que Set preparaba a su hermano Osiris no era otra que una muerte cruel y deshonrada, repartiendo su cuerpo en pedazos por todo el reino. El plan hubiese sido bueno y triunfal para el dios del desierto, pero éste ignoraba la voluntad y poder de su otra hermana, Isis, esposa de Osiris.


Ayudada por su también hermana Neftis, Isis logró reunir los pedazos del cuerpo de su marido y devolverle a la vida. Pero para ello necesitaba las 14 partes en las que Osiris había sido dividido, y de todas ellas le faltaba el sexo, que se lo había tragado un pez del Nilo. Fue entonces cuando la diosa Isis se convirtió en milano hembra y batió sus alas para devolver el aliento vital al difunto. Se posó en el lugar del desaparecido sexo y lo hizo reaparecer, devolviendo la vida a su esposo. En ese momento tomó el papel de hombre siendo mujer y traspasó el umbral de la muerte siendo la única diosa que lo habría conseguido.


Isis logró que Osiris volviera a nacer, y después hizo que éste la fecundara, de lo que daría a luz a su hijo Horus, nacido de la imposible unión de la vida y la muerte. Horus era el faraón heredero del trono, el mismo que le donó su madre al nacer, por ello Isis es representada como un trono, fue madre de todo faraón y por tanto, protectora de la descendencia faraónica. Protectora porque ella también fue maga para proteger a su hijo de los múltiples peligros con los que amenazaba Set. La magia de Isis fue tan poderosa que llegó a convertirse en mujer-serpiente, en el uraeus que se erguía en la frente del rey para destruir a todos los enemigos de la luz.


Su lucha por el reinado de la luz en Egipto fue tal que bajo la forma de la estrella Sostis, Isis controlaba con sus lágrimas las crecidas del río Nilo, principal fuente de vida para Egipto. Además, a las orillas del río crecían las matas de papiros que no eran más que los cabellos de la diosa.


Set no logró acabar con el equilibrio de Isis y Osiris. La diosa logró vencer a su propia muerte siendo venerada por religiones posteriores, e incluso sobrevivió a la extinción de la civilización egipcia. Isis fue modelo de reinas, pero también de mujeres y madres. Única conocedora de todos los misterios, a su fidelidad sumaba un valor indestructible ante la adversidad y otorgaba a la mujer, ya en el principio del mundo, el papel del que aún no goza en la actualidad: el de madre, respetada esposa, protectora de la familia y los niños, con gran sabiduría e infatigable luchadora por el bien propio y por el de sus hijos.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Oscuridad al final del túnel


Jamás había tenido que forzar la vista para leer un cartel, ni siquiera había necesitado poner gafas cuando todos los de su quinta empezaban a perder vista y los dos cristales se pusieron de moda entre su grupo de amigos. Aquel día no le dio importancia. El sol chocaba en su rostro y seguro era el culpable de tener que juntar los párpados para leer el cartel que sujetaba la farola del fondo del paseo, la que le quedaba a unos diez pasos.


Se apoyó en la barandilla del paseo, mirando al mar como siempre le gustaba hacer cuando llegaba a aquella altura y su nieta bajaba hasta la arena para hacer algún dibujo o figura en 3D, como ella decía. En el horizonte sólo se veía el mar, pacífico, azul como el cielo que lo cubría; era un hermoso día de primavera. Sumergido en aquella paz sintió un apretón en su mano, de la que su nieta le tiraba ya arriba en el paseo a su lado mientras le señalaba al horizonte, a un barco, o eso era lo que ella decía que había, un barco rojo.


- Que imaginación tiene - pensó él mientras seguía contemplando el mar sin ver nada, y mucho menos un barco rojo.


Rojo, como el color del semáforo que él veía morado cuando su hija le llevaba a algún lado.


- ¿Han cambiado el color de los semáforos? ¿Por qué razón? - se atrevió a preguntar un día.

- ¿Qué si han cambiado los colores de los semáforos? !Me estás tomando el pelo! - le había contestado su hija entre risas.


Fue en ese momento cuando comenzó a darse cuenta del barco rojo que no veía o de aquel cartel de la farola del paseo. No era que no estuvieran allí, era que él estaba perdiendo la vista. Al fin y al cabo, algún día la edad iba a vencer; pero así todo no se atrevía a decírselo a nadie. !Cómo iba a hacer eso él, que siempre había presumido de tener una vista de lince!


No lo decía a nadie, pero el sol ya no brillaba como antes. Cada día era más oscuro, y eso que se acercaban al verano, pero los colores no brillaban, las letras de los carteles se convertían en líneas descifrables y a cinco metros no distinguía quién se le acercaba. Se estaba metiendo en un túnel donde se apagaban todas las luces, un túnel sin luz al final porque todo se estaba convirtiendo en sombra. Un mundo en gris, un mundo triste y una situación que pedía a gritos ayuda para no caer en un pozo- también negro - y sin fondo. Entonces decidió ir al oftalmólogo, él sólo y sin avisar a nadie.


Jamás había pensado en aquel resultado. Él, un hombre previsor que se imaginaba todo tipo de circunstancias posibles en la vida para buscarles la mejor solución antes de que se planteasen. Cómo era posible que un experto buscador de retales para agujeros no tuviese ni un sólo trozo de tela para paliar su problema. El informe era claro y sin posibilidad de malentendidos:


'El paciente sufre principios de retinosis pigmentaria, una enfermedad degenerativa de la vista'


¿Y ahora qué? ¿Qué hacer ante una enfermedad sin cura? ¿Qué hacer en un túnel cuando ya te encuentras sólo en su interior y sin la posibilidad de dar la vuelta? El mundo se le caía encima y no sabía muy bien qué hacer, aunque tuviera todos los días a los suyos apoyándole y ayudándole en todo lo que podían para que no se sintiera diferente a hacía un año, o apenas unos meses.


El túnel fue duro y cada día más oscuro, con piedras en las que tropezar y dificultades que superar tanto física como psíquicamente. La vara que le servía de guía para abrirse camino se había convertido en su mejor compañera en cuestión de meses y cada día se daba cuenta de una habilidad nueva que tenía y no conocía, o no utilizaba. Desde que sólo veía sombras, había aprendido a saber quién estaba o pasaba a su lado sólo por la fragancia que dejaba a su paso, siempre que fuera alguien conocido. Su sentido de la orientación y su memoria para saber dónde estaba cada silla, cada mueble y cada esquina de su casa y de su calle eran cada vez mejores; tanto que ya no necesitaba a nadie que le acompañara para ir de su casa al parque, al banco o al chigre donde sus amigos se seguían reuniendo como antaño para echar una partida.


Su tacto también parecía haberse desarrollado; tanto que incluso él se sorprendía de que aquellas manos tan maltradadas durante tantos años de trabajo pudieran identificar diferentes texturas. Era como aquel juego que de pequeño jugaba con sus hermanos cuando vendaban los ojos a uno de ellos y le acercaban las cosas que su madre tenía por la casa para adivinar de qué se trataba. Un juego. Así veía ahora su situación, después de cuatro años de tener que haber forzado la vista para leer un cartel o no ver el barco rojo surcando las olas de su mar. Ahora ya no lo podía ver, pero según el rugir de las olas sabía de qué humor estaba el mar y de qué color era en manto que las olas acercaban a la orilla.


Y con todo ello, había aprendido a ser más prudente con sus comentarios, a no presumir y a conocer un mundo ajeno para él. Después de cuatro años se dio cuenta que aquellas sombras que ahora veía cada vez con más dificultad habían aparecido para mostrarle que era antes, cuando veía todos los colores y formas, cuando sufría la ceguera que le obstruía el olfato, el oído y el tacto. Cada día veía menos, pero cada día que pasaba aprendía algo nuevo de todo lo que le había rodeado tantos años silenciosamente, sin hacerse notar, y que tan importante era para el día a día.


Curioso - pensaba - que todas las cosas realmente importantes son las que tienes todos los días delante y no ves ni reconoces con la mirada; aquellas que te acompañan durante todo tu camino sin hablar ni dejarse notar, pero aquellas que pase lo que pase las necesitarás y serán las únicas que no te abandonarán. ¿Pasará lo mismo con las personas?

domingo, 9 de diciembre de 2007

HiPoCreSía disfrazada de iLuSióN

Levantó la persiana y abrió la ventana. Era el ritual de cada día, pero el ambiente era diferente. Era un nuevo episodio del año, la melodía de la calle lo decía.

Su calle, una de las más céntricas de la ciudad, abrazaba a una multitud de viandantes más abundante que cualquier otro día . Sí, era un periodo nuevo. La caricia del frío invierno en su cara, el olor a castañas asadas que salía de un precario casucho custodiado por una anciana en el paseo del parque que quedaba justo enfrente de su apartamento, las melodías que escupían los altavoces, y brillantes cervatillos pastando en la rotonda que encabeza su calle, junto con las demás estrellas, estelas, camellos, acebos y demás figuras que colgaban como títeres del centro de la gran vía. Todos ellos eran los invitados a un baile al que él nunca le había gustado asistir, pero al que, como cada año, no había excusa alguna para librarse de los días que proseguían a aquella mañana.
¿Por qué hacer de unas semanas un año? Cambian las costumbres, los platos en la mesa, los vestidos urbanos y las sonrisas de los paseantes que se contornean ante el desfile de escaparates apetecibles. La fotografía de la vida cambia tanto en esas fechas que incluso muchos no dudan en volver a coger una pluma estilográfica para sacarle brillo a su vena literaria y saludar al estilo antiguo a aquellas amistades que no han visto en años, pero que parece que siempre han formado parte de su día a día. Y es que, en ese año de tan sólo unas semanas, la gente camina por la calle con el pecho más ancho para que les entre en él su crecido corazón por ser una fecha señalada.
Y en el fondo del telón de todo este teatro, una pequeña niña de ojos saltones, con ropas raídas y rostro sucio, mira hacia el cielo buscando una respuesta a ese cambio repentino de la principal vía de la ciudad. Él hace lo mismo desde su ventana. Mira al cielo hace un repaso a todos los problemas que siguen ahí, sin solución visible y se pregunta, ¿será la ilusión?

martes, 4 de diciembre de 2007

EmigranteS: la bala de hierro

Elisa miraba al cielo. Apenas se veían dragones ya y una gran nube oscura cubría el cielo. La ciudad parecía más triste y desolada así, bajo ese manto de la naturaleza, una tristeza que había conseguido apagar la luz de su rostro de niña. Ahora ya no tenía miedo por los dragones, ahora ya no sabía muy bien qué sentía pero era algo que no la dejaba reír o cantar, ni siquiera hablar.

La gente se agrupaba en las tres entradas del puerto y se empujaban dando gritos e insultándose los unos a los otros. Una madre llamaba a su hija que la había perdido entre la multitud. La gente se había vuelto loca, tanto que Elisa percató la discusión que al otro lado del puerto tenía un marinero con un pasajero. Parecían que se conocían porque el señor llamaba por su nombre al marinero:
- Martín no nos podéis hacer esto. !Esto es un escándalo! Hasta vosotros os reís de nuestra situación.
- No te pongas así... - sin dejarle terminar de hablar, aquel pasajero contestaba alzando cada vez más la voz
- !Qué no me ponga así! ¿Y cómo quieres que me ponga? ¿Cómo te pondrías tu si no tuvieras apenas un pedazo de pan que llevarte a la boca ni dinero para mantener tan limpio ese traje que llevas con tanto orgullo? ¿Cómo te sentirías su tuvieras un niño pequeño enfermo por la falta de una alimentación? Prometéis un paraíso a la mano de todos y ahora nos dais con la puerta en las narices.

Martín contestaba más bajo y con la mirada fijada en el suelo.
- Sé lo mal que lo estáis pasando. A mi hermana también se le murió el bebé, pero yo no puedo hacer nada por vosotros. Excepto.....
- ¿Excepto qué? -preguntó aquel pasajero alterado
- Puedo hacerte una marca en tu pasaje para el barco, como las que les tenemos que hacer a los familiares de las buenas familias, a los ricos. Con esa marca podrás viajar en el próximo tren que salga del país, en la Estación del Norte, no está muy lejos de aquí.

La gente cada vez empujaba más y los gritos también parecían crecer, y por mucho que mirara aquellos dos hombres, Elisa perdía la audición.
- Es imposible llegar a una puerta Pedro. - Amaya mostraba de nuevo la desilusión en su cara.
- Hay que intentarlo. Hija empuja tu también, tenemos que llegar a alguna puerta.
- No, papá. Es mejor ir a hablar con Martín.
- ¿Qué dices Elisa? ¿Quién es Martín?
- Aquel marinero. Está haciendo un truco en el billete de ese señor para ir en tren en vez de en barco. Vamos a hablar con él.

Pedro se estiró para ver entre la multitud. Allí estaba Luis, su amigo de infancia, hablando con un marinero que le entregaba un billete.
- Puede ser verdad lo que dice Elisa. - Pensó Pedro para sus adentros.
- !Vamos! Aquí no vamos a conseguir nada. Vamos a ver a Luis. - Pedro tiraba de su mujer y su hija para el lado opuesto al que iba la multitud.
-!Luis! !Luis! - Pedro gritaba a su amigo, aunque esperaba que lo reconociera después de tantos años sin verse.

Al girarse, Luis vio a una familia que venía corriendo hacia él. Se quedó mirando fijamente para ver quién eran, o quizás para descifrar lo que le decían y se mezclaba con el barullo de la gente que se agolpaba en las puertas del puerto.

-!Pedro! !Cuánto tiempo! ¿Cómo te va todo?
- Hola Luis. Supongo que tan mal como a todos. Esta es mi mujer Amaya y mi hija Elisa, ella te oyó hablar con un marinero sobre un pasaje de tren. Hemos comprado con el poco dinero que nos quedaban tres pasajes para este barco, pero ya ves como está todo.
- Lo mismo me pasó a mi. No te preocupes, conseguiremos tres pases para el tren para vosotros. Ven. - Luis tiraba del brazo de Pedro mientras se dirigía de nuevo al marinero.
- Martín. Tengo que pedirte un último favor. Tienes que hacer la misma marca a mi amigo y su familia. Es lo último que te pido. Mira, tienen una niña pequeña, y es muy guapa! - decía Luis acariciando el rostro de Elisa.
- Luis, sabes que no puedo hacer estas cosas. Si me pillan se acabó mi carrera, mi trabajo y mi vida.
-¿Vas hacerme recordarte quién te ayudó a llegar hasta tu puesto?
- No me gusta que me echen los favores de un amigo a la cara.
- El amigo era tu padre y éste que está a mi lado también era muy amigo de tu padre, de Jorge. Jugábamos todos juntos al fútbol en la carretera. Bueno, o por lo menos le pegábamos patadas a una pelota hecha de las tripas de cerdo que tu abuelo mataba. Sólo son tren marcas y salvas tres vidas. ¿No es así como pensáis los marines? Salvar la vida de los tuyos, de los que ayudaron a labrar tu futuro. - Luis había cambiado su tono de voz. Ahora sonaba como el de Pedro cuando se enfadaba. o como el del abuelo cuando se ponía a hablar de política.
- Está bien, Luis; pero son las últimas que te marco. Entiende que es un riesgo para mi si se enteran mis superiores. Ese tren es para la gente de bien.
- ¿Es que también para vivir tienen ellos más preferencias? ¿Cuánto cuesta mi vida, Martín? ¿Cuánto cuesta la tuya y quien les coloca el precio?
- Ya está Luis. No me riñas más. - decía Martín mientras marcaba los pases de toda la familia - Ahora tenéis que ir a la Estación del Norte. Buen viaje y mucha suerte.
-Gracias muchacho. Tu padre estaría orgulloso de ti. - le decía Pedro mientras recogía sus billetes.
- Gracias a usted, señor - contestó el marinero

La familia había comenzado a caminar hacia la Estación del Norte, no sin antes despedirse de Luis, a quién verían en el viaje. La estación estaba muy cerca del puerto. La familia parecía caminar a contra corriente porque todo el mundo iba al puerto, menos ellos y unos cuantos señores muy bien vestidos, con niños cargados de muñecas o en sus bicicletas resplandecientes y con unas señoras que a ojos de Elisa parecían que estaban disfrazadas de enfermeras.
- Mamá, ¿por qué todas esas chicas van disfrazadas si no es Carnaval?

La pregunta hizo sonreír a Pedro y Amaya.
- No es un disfraz, es su ropa de trabajo. Son nanas, no enfermeras. Ellas son las encargadas de cuidar a los niños que sus padres.....bueno, no tienen tiempo para cuidarlos ellos.
- Yo prefiero que me cuides tu a tener una nana, aunque venga a cuidarme disfrazada sin ser Carnaval.

La estación del tren no tenía casi gente. Matrimonios con su equipaje, pasajeros solitarios, familias con sus nanas cuidando los bultos para subir al tren, y humo, muchísimo humo. El tren llegaba soplando grandes y negras nubes de humo que oscurecían aún más la ciudad.
- Papá, no me gusta este cacharro. Es muy feo, escupe humo y hace mucho ruido. Además, ¿por qué suelta humo? ¿Quiere parecerse a un dragón? Pues lo hace muy mal.
- Elisa, no te quejes tanto. Este cacharro se llama tren y estás cansada de oírlo y de verlo.
- No tan de cerca - A Elisa se le habían estropeado los planes de tener aventuras con piratas y sirenas en su barco y el tren no le aportaba muchos enemigos ni una apasionante aventura.
- Pues entonces mira que afortunada eres, que vas a poder subir y todo. Vas a conocer cómo es un tren por dentro, algo que tus primos no conocen. - decía Amaya, pero la cara de la niña no mostraba ningún rasgo de felicidad.

Pedro no podía soportar ver a su hija triste. Se agachó frente a ella, la tomo con dulzura por los hombros e inventó una nueva historia que sirviera de base para volver a alimentar la aventura en la mente de su hija:
- Los trenes también tienen su encanto, ¿sabes? Y sus historias, leyendas y enemigos.
- ¿Qué enemigos? - preguntó la niña.
- Bueno, no son enemigos del todo, pero a los indios les pasaba lo mismo que a ti.- Pedro había decidido meter el sentimiento del oeste que tanto le apasionaba a él y que tan bien conocía
- ¿El qué?- volvió a preguntar Elisa.
- Como no conocían muy bien qué era ese cacharro que tu llamas, y que atravesaba sus colinas, lo amenazaban con sus hachas y sus gritos de guerra mientras galopaban en sus caballos al lado del tren. ¿Y sabes que era lo que más les sorprendía a ellos del tren? - A Pedro le gustaba hacer preguntas en sus historias porque le daban tiempo a pensar bien cómo seguirlas y hacía que Elisa se interesase más por lo que le decía.
- No, ¿el qué?
- Que el tren era más rápido que sus caballos, a quienes ellos creían los animales más veloces de la tierra.
- Y lo son.- Afirmó Elisa.
- Pero el tren es más rápido y también nos da libertad. Como si fuéramos pájaros. Por cierto, - dijo Pedro antes de dejar a su hija que le rebatiese sus palabras. -¿Te acuerdas del pájaro de papel?
- Sí, claro que me acuerdo. Está metido en algún hueco de las maletas.
- ¿Estás segura de ello?
- Mamá lo metió en una maleta antes de salir de casa.
- Entonces, si tu pájaro de papel está en las maletas, ¿qué es lo que revolotea dentro de mi sombrero?- Pedro pronunciaba estas frases mientras levantaba su sombrero y dejaba asomar una pajarita de papel.
- !Otro pájaro de papel!- exclamó la pequeña
- Los pájaros que de verdad sueñan con la libertad no se pueden enjaular, Elisa, porque ellos sabrán cual es la salida de su jaula. Ese tren nos acercará primero a nuestro nuevo hogar porque es más rápido que el barco, es veloz como las balas de los vaqueros, y el humo que echan sus chimeneas son como alas, como las alas de este pájaro de papel. Pero las del tren no se mueven para hacerle andar, no, esas se quedan en el cielo como un rastro, un recuerdo del paso del tren por cada pueblo y ciudad. ¿Sabes?lo que hace mucha gente cuando sube al tren, es agitar por la ventanilla un pañuelo para que éste baile con el aire y así despedirse de la gente que se queda en la estación. Podemos hacerlo cuando estemos dentro y vayamos a partir. Y ya veras como cuando coja velocidad, parece que volamos. Como él, como este pájaro de papel. - decía Pedro mientras retocaba la figura de papel y se la entregaba a su hija.

De fondo, un señor con un gran bigote canoso y muy bien vestido tocaba con fuerza una campana que mantenía en su mano y a la vez gritaba:
- !Pasajeros al tren!