sábado, 24 de noviembre de 2007

Nos vemos en Debod


Había llegado a su lugar sagrado. Un templo antiguo donde la tranquilidad rompía todo bullicio de la gran ciudad que es Madrid. Aquel día no había llevado consigo ningún buen amigo, como le gustaba referirse a sus libros. Se había propuesto conocer un poco más aquel idílico lugar observando cada detalle.


La brisa acariciaba su rostro con la suavidad que descubre el carácter pícaro del atardecer, como antesala de una buena o mala noche, depende quién se lo preguntara. Un bicho raro decían que era. No. Era justamente todo lo contrario. Un poco especial, sí, pero nada de bichos ni rareces, más bien era detallista. Le encantaba estudiar a los desconocidos con los que todos los días compartía las calles madrileñas, e incluso había días que ante tanto carácter descortés y frío de los viandantes de la gran ciudad se encontraban miradas cálidas que parecían responder a sus preguntas. Preguntas que se hacía sobre cada persona que entraba en su muestra de estudio, sobre sus comportamientos ante determinadas situaciones, su forma de caminar y hacerse paso ante la multitud... Conocer el interior de los desconocidos para entender el significado de su existencia, si es que existe algo así. Y eso era precisamente lo que aquella tarde se proponía con el templo de Debod, conocer al detalle su historia, sus sufrimientos a lo largo de tantos siglos, intentar encontrar el motivo de qué pintaba en medio de Madrid y un templo del antiguo Egipto.


El buen tiempo de noviembre invitaba a sentarse a los pies de Debod, cerrar los ojos para oír el susurro de la brisa y disfrutar del cantar de las aguas que rodean el templo.

- Es una pena que no sean las aguas del Nilo las que sigan bañando las piedras más bajas, pero las más importantes de la jerarquía del templo, más que nada porque ellas son sus pilares - se decía para si mismo.

Decidió tumbarse para disfrutar de la línea longitudinal del templo y cuando levantó la vista, allí estaba. Era la mirada que aún no había encontrado ese día. Sentada en uno de los bancos del parque del Oeste que rodea el santuario egipcio y bañada en un mar de hojas ya secas, una joven le observaba. Su mirada pedía a gritos una historia, una explicación de aquella maravilla antigua que se alzaba ahora en Madrid. Con una media sonrisa dibujada en su cara, se levantó clavando sus ojos en aquellos ojos verdes de la joven del banco. Y comenzó la conversación, una charla sustentada en miradas.


- Seguramente a ti también te apasiona este sitio, ¿y a quién no? La belleza del Antiguo Egipto reina, rodeada de naturaleza en este parque y en pleno corazón de una gran urbe cosmopolita. Pero ese entorno no era el que originalmente enmarcaba a este templo.


Ella había puesto su pie izquierdo en el banco y apoyaba su cabeza en la rodilla. Era la primera respuesta a aquella conversación. Sabía que iba a ser una historia larga y simplemente se acomodaba. Él continuó paseando por la explanada donde se alza el templo rodeado de agua.


- Fue mandado construir en Nubia, al sur de Egipto, hace más de 2200 años y como honor al dios Amón y a la diosa Isis, la Gran Maga, la Diosa de las Pirámides, la mujer, esposa y madre prototipo. Y es que, este templo que hoy podemos tocar, formaba parte del gran santuario dedicado a la diosa.


La historia del templo y de los dioses que en sus relieves se representan tomaron parte en aquel primer contacto con la chica de los ojos verdes. Hasta que una hoja se posó sobre su mano en señal de que ya era hora de irse. Él sabía que volvería, regresaría a sentarse a aquel banco para conocer más cosas del templo egipcio. Y no se equivocó.


Dos días después decidió visitar de nuevo el antiguo templo con la esperanza de ver aquellos cálidos ojos verdes. Tuvo que esperar el tiempo suficiente para saber en qué detalle del templo iba a fijar hoy su explicación. Los motivos decorativos del exterior, porque no se atrevía a perder el contacto con aquella mirada si entraba en el interior del templo, ya habría tiempo más adelante para pasear juntos por las salas y conocer su corazón. También ella tenía claro qué iba a preguntar aquel atardecer.


Se sentó en su banco, se recostó hasta sentirse cómoda y lo miró fijamente, no sin antes fijarse en las columnas que se alzan a ambos lados de la puerta de acceso al templo. Era asombrante. Los dos habían coincidido en el tema de conversación aquella tarde y todo sin haberse dirigido nunca ni una palabra. Era como si hubiese una conexión, una unión entre sus mentes. ¿Telepatía? No sabía qué podía ser pero aquel entendimiento sólo por miradas le hacía sentirse bien. Aún quedaba afecto y algo cálido en esa ciudad donde las personas se cruzan unas con otras sin mirarse a la cara. Y ella debía sentir lo mismo porque se encontraban allí siempre que alguno iba, era como si se reclamaran las almas cuando ambos necesitaban calor humano.


Sin embargo, nunca ninguno de los dos se atrevió a presentarse o a tocar al otro, ni siquiera aquel atardecer en el que ella había decidido compartir el paseo por Debod y acceder a su interior. Puede que no lo hiciera en aquel momento por no manchar el símbolo de pureza de un lugar sagrado, o puede que no lo hiciera por miedo a perder la extraña relación que había comenzado una bonita tarde de noviembre con un desconocido desde el banco de un parque de Madrid.

3 Comments:

Asmahan Medinet® said...

Precioso! Un relato con historia y amor. Menos mal que sólo escribes por "pasar el tiempo"!!.

Anónimo said...

Una maravilla! El Templo de Debob es mi rincón favorito de Madrid.

un beso.

Estefanía S.Redondo said...

Me alegra que os haya gustado el texto. A mi lo que más me gustó realmente fue el templo :)
No me extraña que sea el sitio preferido de muchos madrileños, por la historia que acoge el edificio y por su ubicación en la gran ciudad :)

Bss y FELIZ 2008!!!!!!!!!!!!!