lunes, 29 de octubre de 2007

Carta a Luis

Nadie sabe lo que le depara el destino. Allá arriba, donde bailan las estrellas, cada persona tiene su estela biográfica y nadie puede cambiar lo que está escrito. Si fuerzas al destino, éste te golpeará y castigará, pudiendo incluso dañar a las personas más próximas a ti.
Querido Luis,
hace tiempo que no escribo una carta informal y menos a alguien como tú. Me acuerdo con tanta claridad de cómo empezó todo...y eso que ya pasaron 15 años. Sí. Fui yo la que en aquella ocasión forcé al destino para poder hablar contigo. Con una apuesta, así empezó todo, como un juego en el que aposté todas mis bazas y las perdí. Las reglas habían sido claras en aquel verano del 80; sólo tenía que hacer que el chico más popular se fijara por un instante en la chica más normal de todas, y lo conseguí. Pero el juego se volvió complicado con el despertar de los sentimientos y las tonterías de unos adolescentes.
Son tan claros todos mis recuerdos que cuando pienso en ti aún lo hago como una chica de 16 años. Ese ha sido el castigo que me ha puesto el destino, por intentar torcer su camino. Ese y el tener una vida llena de soledad sin alguien al lado que me acurruque en las noches de invierno ni una carrera estelar en la que cobijarme de todos mis fracasos sentimentales por mantener fresco tu recuerdo. ¿Y a ti? A ti también te ha castigado el destino por encapricharte en una compañera que ahora no llena tu corazón vacío y buscas calor en el regazo de otras dañando incluso a aquella que un día fue como mi hermana.
Aún recuerdo el día de vuestra boda y mi llegada a la iglesia. Allí estabas tú, esperando a tu novia vestida de blanco sobre la gran escalinata de piedra y el coche en el que yo viajaba no paró más adelante de aquellos escalones. Y en aquella postal nuestros ojos se encontraron. Sentí el cosquilleo de aquellos días en los que tenía que ser yo la que cogiera la llamada de las 3 de la tarde porque la respuesta iba a ser "un beso", y también la de las 9 de la noche cuando las palabras se entrecortaban por una mezcla creada por el poco tiempo que teníamos para contárnoslo todo y los nervios que me producía oír tu voz. El sonido del teléfono en aquellas llamadas despertaban las mariposas de mi estómago como lo hicieron tus ojos aquel fatídico día. ¿Y la foto? ¿la recuerdas? Aquella que nos sacó el fotógrafo cuando yo sin saber por qué subí la gran escalinata de piedra hasta encontrarme contigo y tu me ayudabas a alcanzar el último escalón que nos separaba. La misma fotografía que tu mujer hizo quemar cuando tu me la regalaste enmarcada.
¿Por qué dejaste que pasara todo aquello? Tú que eras el más coherente de los dos; tú que siempre tenías la cabeza tan fría que ni siquiera te importaba que me enfadase cuando te burlabas una y otra vez de mi porque tenías la seguridad que volvería. Predicaste mi destino, el que se sigue repitiendo día tras día, el que me mantiene encerrada en una etapa de mi vida y no logro superar aunque ya hayan pasado 15 años.
Te dije que te olvidarías de mi y yo siempre te recordaría, te dije que no lograrías llenar tu corazón con la familia que elegiste, te dije que serías reprochado por muchos de los que tu amas, y no me equivoqué. El destino no tolera que se burlen de él ni que le reten porque las consecuencias a esos actos las paga con sacos rasgados. ¿Ahora comprendes por qué no se puede cambiar el destino?

domingo, 28 de octubre de 2007

Emigrantes: La partida

No lo había podido evitar. Aquella cama siempre tan arropada con las sábanas blancas de algodón y sobre ellas el pesado nórdico que vencía al frío en las largas noches de invierno, cuando los fantasmas de la noche no la dejaban dormir la habían tentado a volver a acostarse. Tanta frialdad notaba en el ambiente, en aquella habitación vacía de muñecas, dibujos y pájaros de papel que la pequeña Elisa decidió volver a la cama para poder despertar de nuevo en la vida normal. Inmersa en la aventura que iban a comenzar ese día los pensamientos la sumergieron en un mundo aún más imaginario, el de sus sueños.
Barcos que surcaban los mares donde los piratas de las historias que cada noche Pedro le contaba para que se durmiera; príncipes que salvaban a princesas encerradas en la torre de un castillo y seres que aunque no los había visto nunca, ella sabía que existían. Seguro que en el viaje que iban a comenzar encontraría algún duende. Y justo cuando la aventura se ponía más emocionante, la dulce voz de Amaya despertó a la pequeña que apenas unas horas antes dotaba de alegría la casa ya vacía. Con dificultad se levantó de la cama por segunda vez aquella mañana y fue de nuevo a la cocina. Allí estaban todas las cosas empacadas y sobre la mesa estaba el gran tazón de loza blanca donde su madre le echaba la leche del desayuno cada día.
Amaya y Pedro recorrían todas las habitaciones de la casa y seguían reuniendo paquetes y más bultos a la cocina. Pero a Elisa le llamó la atención la gran maleta donde Amaya había guardado todos sus recuerdos, entre ellos la fotografía que les había tomado el tío Marco. Era una maleta enorme o eso le parecía a la pequeña; pero no tenía el aspecto adecuado para una aventura como la que ellos vivirían. Era demasiado vieja y muy sosa. Sólo era de color marrón y lo único que la hacía diferente a las demás maletas del resto de la gente era aquella cinta que la rodeaba.
- Vaya maleta más fea y además es muy grande. No vamos a entrar en el barco si todos los pasajeros llevan una maleta tan grande - pensó Elisa sin dejar de mirar la maleta mientras seguía removiendo despacio la leche con la cuchara.
-Tómate rápido la leche. Tenemos que irnos y sólo faltas tú.
Amaya entraba y salía de la cocina cada vez con una prenda más sobre ella. Primero la falda, después también con la camisa y ahora se dirigía a la percha que aguantaba su pañuelo para protegerse del frío. Ella tampoco podía apartar la vista de aquella vieja maleta que esperaba en un rincón de la cocina; pero a Amaya no le parecía una maleta fea ni inapropiada para aquel viaje, sino todo lo contrario. Aquella maleta conservaba sus recuerdos y no podría separare de ella durante el trayecto en el barco. También Pedro había entrado en la cocina con su sobrero en la mano.
- Ya está todo listo - dijo - podremos marcharnos en cuanto termines tu desayuno y te vistas - le dijo a su hija.
Sin perder más tiempo porque veía que sus padres tenían prisa, Elisa se tomó toda la leche, saltó de la silla y se vistió con las únicas prendas de su armario que no estaban en ningún paquete.
- Es tan pequeña que si no volvemos pronto,en unos años ni se acordará de esta casa, ni de sus amigos, ni de sus primos y abuelos. Ni siquiera recordará el columpio que le hiciste en el árbol.
Amaya pronunciaba estas palabras mientras se colocaba el pañuelo en la cabeza y miraba aquel columpio que Pedro le había regalado en un cumpleaños a Elisa y en el que al día siguiente la pequeña se había caído haciéndose una herida en el labio.
Elisa entró corriendo en la cocina, ya vestida y con el gorro de lana en la mano.
-Mamá ya estoy lista. Podemos empezar nuestra aventura.
Amaya se esforzó para mostrarle una sonrisa mientras la ayudaba a abrocharse el abrigo.
-Ponte el gorro y no te desabroches ningún botón. Afuera hace un frío horrible y tienes que estar muy abrigada para no resfriarte. Y acuérdate de poner tus botas nuevas de agua -le decía Amaya a su hija mientras la abrochaba el último botón del abrigo.
- ¿Qué botas? ¿Las que me regaló la abuela?- preguntó Elisa.
- Sí. Son esas las que más te gustan, ¿no? Además son las mejores para estos días de frío -dijo Amaya.
-Y son nuevas. Ya veras como no encontramos a nadie en nuestra aventura con unas botas como estas. Son como las de Antón - respondió la pequeña.
- ¿Qué Antón? -preguntó Amaya
- El niño del cuento que ayer me contó papá antes de acostarme. Son mágicas, cuando te pierdes sólo tienes que juntar los talones y ellas solas indican el camino. ¿Quieres que te cuente la historia?
Elisa había recuperado su vitalidad y no podía parar de hablar. Mientras la niña le contaba a su madre el cuento de la noche anterior, su padre iba cogiendo las maletas. Sin dejar de hablar Elisa cogió su maleta, en la que había metido toda su ropa y algunas de sus muñecas. Bueno, la cogía como podía porque era casi tan grande como ella, pero no tanto como la maleta fea que aún aguardaba quieta en el rincón de la cocina. Sobre la mesa ya no había ninguna taza, ni ninguna cuchara o cuenco; en la repisa tampoco estaban ya ni el reloj ni el pájaro de papel ni nada. Sólo había sobre la pared del fondo el dibujo de una familia feliz y disfrutando de una tarde de sol, porque Elisa lo había pintado en una tarde muy soleada y eso tenía que notarse.
El silencio reinaba en la casa, tan sólo se oía la voz de una niña contando una historia de unas botas mágicas y pasos cansados, arrastrados y alejándose de la casa. Todo empezaba ahí y los tres miembros de la familia lo sabían. Si se asomaban mucho al futuro, Amaya y Pedro sentían vértigo por el miedo al fracaso, el vivir una mala situación que los arrojase a un pozo negro sin fondo y verse en el suelo esperando una mano amiga. Verse como aquella vieja maleta que días atrás estaba abandonada en un rincón del desván y ahora era tan importante. Dar la mano al pasado para seguir caminando hacia un futuro mejor, ese era el pensamiento que se repetía una y otra vez en la cabeza de Pedro mientras se agachaba para coger la maleta.

sábado, 13 de octubre de 2007

EmigranteS: La maleta

Al fin lo había conseguido. Había sido capaz de levantar aquella maleta tan pesada de recuerdos aún frescos y llevarla hasta la cocina. Lo que no había conseguido era apartar su mirada de aquella vieja maleta. Sobre la mesa la tetera y dos tazas de té expulsaban un humo impaciente, dando calor a la fría sala que cada momento recuperaba la vida con todos los objetos que allí se iban acumulando.

Elisa ya no sentía nostalgia y de un salto había abandonado la silla desde la que había admirado por un largo rato su dibujo. Con la vitalidad propia de una niña de su edad, la pequeña había comenzado a llevar a la cocina todas las cosas que creía importantes en la aventura que comenzarían aquella mañana. El pájaro de papel, el reloj de su mesita de noche y sus muñecas, todo lo que aún quedaba en su habitación sin empacar. Ajena a aquella alegría, Amaya continuaba apoyada sobre su maleta, melancólica y pensativa, unos pensamientos a los que Pedro se había unido. Su fuerte expresión siempre llena de vida se había apagado y por un instante el respetuoso padre de familia se estremecía en su gesto de niño indefenso y débil ante la realidad. Necesitaba el calor de los que le querían. Colocó su mano bajo la de su mujer, aún apoyada sobre la veja maleta, y con suavidad le dijo:

-No te preocupes. Volveremos, estoy seguro de ello. Volveremos y nos reiremos de esta partida.

No hubo respuesta. Amaya era incapaz de articular palabra sin que las lágrimas que se acumulaban en sus ojos y nublaban su vista se escaparan y recorrieran su dulce rostro. Y de fondo, por detrás de ellos, las alegres canciones de Elisa regalaban las únicas estelas de esperanza que tarde o temprano volverían a brotar en la familia, quizás en la próxima estación.

domingo, 7 de octubre de 2007

EmigranteS

El ruido del viento golpeando la ventana la despertó. Era el día elegido. Sabía que tenía que dejar su casa, a sus amigos y todo lo que había conocido hasta el momento. Su padre le había prometido que sería una aventura emocionante y llena de sorpresas. A su lado estaba aquel pájaro que había aparecido una mañana posado en su ventana y ahora la miraba desde su mesita. Era un pájaro de papel, pero al fin y al cabo un pájaro, el animal que más le gustaba porque era el único que podía gozar de la libertad sin ataduras.

-!!!!!!!!!Riiiiiiingg!!!!!!!!!

Ya no había más minutos extra; había que levantarse. Al otro lado de la casa se oían unos pasos pausados y a alguien rebuscar en el fondo del armario del recibidor. Pedro, el padre de la familia, estaba recogiendo las últimas prendas que aún sujetaban aquellos enganches, los de oro, o eso creía Elisa. Lo estaba recogiendo todo, menos su sombrero que sería el último en abandonar su sitio en aquella casa.

De la cocina también salían ruidos que llegaban hasta el cuarto de Elisa. Aquellos eran del chocar de los platos, el mismo sonido que se oía cuando había fiesta y Amaya tenía que cocinar para toda la familia y los amigos que venían a casa. Elisa no aguantó más y fue hasta la cocina; pero cuando entró allí no había ninguna fiesta, tan sólo un viejo cazo y una cuchara de madera sobre la mesa. Aquellas paredes que tantas reuniones y risas habían acogido, aquella mañana sólo abrazaban una sala fría y vacía. Y allí, en la pared del fondo lucía el dibujo que Elisa había hecho la noche anterior. Tomó una silla y se sentó frente al dibujo, como para observarlo más detenidamente. Allí estaban ellos, toda la familia: sus padres, el pájaro de papel y ella, despidiéndose de su casa.
A sus espaldas la tetera de loza silbaba sobre la chapa. El sonido alertó a Pedro que entró en la cocina arrastrando sus pies, como de costumbre. Parecía que siempre estaba cansado. Sin apenas alertarse de la presencia de su hija en la cocina, Pedro quitó la tetera del fuego y se sirvió una taza de té. Se sentó y posó sobre la mesa todo lo que tenía en sus bolsillos entre lo que destacaban un par de billetes del dinero que habían ahorrado para la ocasión y los pases para el viaje. En ellos estaba retratado el barco en el que viajarían, con sus altas chimeneas de las que salía más humo que de la taza de té de Pedro.
-!Amaya! -llamó a su mujer sin levantarse de la mesa.
- !El té está listo!
Amaya dejó la maleta abierta sobre la cama del dormitorio principal y fue a la cocina. Al ver a Elisa sentada frente al dibujo se acercó a ella. Pedro se levantó e hizo lo mismo.
-Es un dibujo hermoso -dijo él posando su mano con dulzura en el hombro de su hija.
- Somos nosotros. No quiero que nuestra casa nos olvide y cuando llegue otra nueva familia si hay alguna niña pequeña puede que también haga el dibujo de su familia y lo cuelgue junto al mío - contestó la pequeña.
Estaban colocados igual que en aquella fotografía que les había tomado hacía unos meses el tío Marcos. Ella estaba sentada en un taburete alto y detrás estaban sus padres, uno a cada lado. Era una foto diferente a las demás porque era la última imagen tomada en aquella casa y Amaya le tenía un cariño especial.
La fotografía estaba en el salón, sobre el saliente de la chimenea. La tomó con delicadeza entre sus manos para observarla por última vez antes de envolverla en aquel papel amarillento para que el cristal que la protegía no se rayase. Cubrió todo el marco con el papel y después trenzó con una cuerda fina una cruz sobre él para evitar que el papel se escurriera durante el viaje y dejara desprotegida la fotografía. Regresó con el retrato envuelto al dormitorio y lo posó sobre la ropa que ya estaba metida en la vieja maleta. Había entrado todo: la ropa de Pedro y la de ella, sus objetos más íntimos y la fotografía. A ojos ajenos el contenido de aquella maleta no tenía valor, pero para ella allí viajaba toda su vida, sus recuerdos o lo que quedaba de ellos.
Cogió la cinta que guardaba para los largos viajes y rodeó con ella la maleta ya cerrada. Era una acción tonta, pero aquella mañana le había costado mucho encerrar tantos recuerdos. Pero tenía que asegurarse de que todos aquellos objetos llegarían a puerto, junto a ella. No podía resistir la nostalgia. Era incapaz de apartar la vista de aquella maleta, y entonces posó sus manos sobre ella. Como en señal de protección sus dos manos se cruzaban sobre la hebilla de la vieja maleta, porque no debía abrirse, no debía dejar escapar todo lo que guardaba en su interior. Todo debía llegar a Europa tal y como salía de su casa. Y para sí misma Amaya le pidió a sus recuerdos:
-Tenéis que llegar conmigo. Junto mi marido y mi hija sois lo único que me queda de mi tierra. Sois todos mis recuerdos y mi origen. No me abandonéis en el camino.

jueves, 4 de octubre de 2007

RefLeXión

- ¿Qué es la vida?



Era una pregunta fácil, pero en aquel momento no sabía cómo responder. ¿Qué es la vida? Nunca se lo había planteado. Simplemente la vivía, vivía cada día como mejor podía, pero ¿qué era la vida? ¿era simplemente el paso del tiempo? ¿una sucesión de eventos que se sucedían e iban acompasándose hasta tejer una historia?



Una historia, sí. Como en los cuentos que leía en su infancia, o como las películas que tanto le gustaba ir a ver en el cine. Eso debía de ser la vida: una historia escrita por alguien y proyectada en esa gran bola que gira en el espacio y con los mejores protagonistas, nosotros. Pero si nosotros mismos somos los protagonistas....¿quiere decir que no vivimos nuestra propia historia? Ah, el destino, esa gran incertidumbre que siempre le estropeaba sus mejores planes, ese poder que no sabía de dónde venía que le obligaba a cambiar sus proyectos para un día perfecto y le complicaba la vida. Sí, porque en realidad nosotros planeamos o ideamos nuestro recorrido por el mundo como en una historia de cuento, siempre con final feliz, pero que muy pocas veces se hace realidad. !Qué mal nos debemos de llevar con nuestros guionistas!



La felicidad, la alegría, ¿son el aceite y motor de la vida?

Que pena si es así porque el ser humano, siempre tan complejo e inacabado, nunca se sacia de felicidad. Cuando cree que no tiene nada, se amarga, llora y hasta puede poner el punto y final a su historia antes de que deba ser así. Y cuando lo tiene todo, aún quiere más. Nunca nos conformamos con lo que tenemos. Si hay salud, dinero y amor estaremos agusto por un tiempo, pero después querremos más, hay quien dice que es por evolucionar. ¿Evolucionar?¿a dónde? Esa es la avaricia, ese sentimiento tan humano de querer ser más, de querer tener más y por ello es que nuestra historia cuando predica un final feliz se complica, se enrosca en temas complejos de los muchas veces no salimos invictos.

Pero yo prefiero pensar que es el espíritu aventurero que siempre nos rodea, esa inquietud por saltar de una comedia a un drama, de una historia de intriga a una de terror, de las historias infantiles a la ciencia ficción de la adolescencia. No nos dan Óscars, aunque somos los mejores actores y actrices, protagonizamos plots inigualables, vivimos los guiones más originales...Pero la vida se diferencia del cine en un detalle fundamental: en lo real las historias no siempre terminan con final feliz.

Nunca sabremos si estamos a mitad de película, al principio o al final, pero para que todo de ruede con mayor facilidad mejor alimentarnos con alegrías.

Escena de un nuevo día de nuestra vida. Cámara, luces y ACCIÓN.