domingo, 23 de septiembre de 2007

¿Te GusTaS?

Cuando las muñecas y juegos dejan de importar, cuando despiertan y empiezan a moverse mariposas en el estómago al ver a un chico, cuando el pasar por delante de un espejo es como enfrentarse a un tribunal sabiendo que te va a castigar, es cuando dejas de ser niño y es ahí, justamente ahí cuando en vez de comerte el mundo éste se te cae encima.
Contemplando el mar era como mejor se estaba. Un mar imaginario por lo lejos que el real le quedaba, pero al fin y al cabo el mar con su tranquilidad y su perfección. Perfección. Ah! menuda palabreja. ¿Quién habrá sido el 'listo' que decidió inventarla? la palabra y su significado, claro. Los nervios y la frustración que le causaba pensar en la perfección, en ser perfecta hacía enrojecer su pálida cara. Estaba soñando con mar, pero estaba aún tumbada en la cama, mientras la radio seguía emitiendo noticias, o bueno lo que los políticos quieren que sea noticia. Y entonces, aquella dulce voz de la locutora hizo que levantara la cabeza. Sí, era una buena noticia para algunos, pero para ella.... Por primera vez en la historia las modelos que se presentaban para desfilar en la pasarela Cibeles superaban el peso y masa corporal reglamentarios.
Ellos tenían la culpa de todo. Las modelos, los modistas, los medios de comunicación y la gente por seguir a ciegas sus mensajes. El problema era que en el fondo tenían razón y que era ella la que quería enfadarse, gritar y discutir quién tenía razón: si todo el mundo porque admiraba a las chicas guapas y delgadas o ella: una pobre ventiañera, gorda, aburrida y con ninguna virtud a destacar. Con ella misma no podía discutir, así que se desahogaba con el resto del mundo pero en su cabeza, hasta que rompía a llorar. Era lo que le quedaba a sumar a su lista de defectos. Además de gorda y aburrida, también era débil. ¿Cómo se iba a fijar en ella aquel chico que la hacía soñar? Si ni ella misma se gustaba.
La radio seguía escupiendo noticias y los minutos pasaban; pero aún era demasiado temprano para levantarse porque a esa hora aún le daría tiempo a ducharse y prepararse para el trabajo y que su madre la obligara a tomar algo antes de salir de casa y eso sin duda, la perjudicaba, bueno, a su barriga porque ella era independiente del resto del cuerpo. !Maldita barriga!
El silencio era lo único que se oía ahora que se había apagado la radio; eso quería decir que era la hora más adecuada para levantarse. Sólo tenía media hora para arreglarse así que había que hacerlo aprisa y a ser posible haciendo todas las flexiones posibles recogiendo los cojines que cada noche tiraba al suelo para obligarse al día siguiente a agacharse y hacer las primeras abdominales del día. No tenía tiempo ni para pararse delante del armario para pensar qué ropa poner; así que cogió lo primero que encontró y se metió en el cuarto del baño. Y ahí estaba, nada más entrar, el espejo. El peor tribunal que te puedes encontrar y más cuando te levantas, !vaya buenos días! Mientras se desvestía para meterse en la ducha frente al espejo una única frase se repetía en su cabeza:
- Mírate. Sí, sí. Mírate cómo estás. !Menudo cuadro! Cómo vas a gustar a la gente con esa cantidad de grasa y carne ahí puesta? Que asco de cuerpo, que asco de carácter, que asco de YO.
Entre frustración y desesperación se metió en la ducha y dejó que el agua recorriera todo su cuerpo sin poder callar a esa voz que retumbaba en su cabeza una y otra vez insultándola, llamándola gorda, patética, fea. Cogió la toalla antes de poder ver de nuevo su reflejo en el espejo y se cubrió entera hasta que estuvo vestida. Salió corriendo del baño, cogió sus cosas y salió a toda prisa de casa, casi sin despedirse. El trabajo le quedaba lejos; a media hora caminando a un ritmo rápido, pero coger el autobús era dejar que la grasa de lo último ingerido hacía más de quince horas se acomodara en uno de sus michelines, aquellos asquerosos 'bultos' que no se quitaban por mucha gimnasia que hiciera o por muy poco que comiera, parecía que se alimentaban del aire porque cada día los veía mayores.
Sin dejar de caminar, miraba a todo su alrededor. Había gente que la miraba, debía ser por lo gorda, se notaba demasiado la barriga y eso que se había puesto una túnica que le alcanzaba la mitad del muslo. !Qué vergüenza! Y más viendo a las niñas guapas y perfectas que pasaban por su lado, incluso parecían más ágiles porque podían caminar más deprisa que ella y apenas sin agotarse. Si es que tenía razón ella: cuanto más delgada estés, menos te cansas, más guapa estás y más te aprecia la gente, toda la gente, incluso tus jefes. Aquel imbécil que la había casi echado a patadas de su despacho en la primera entrevista porque a su parecer 'no tenía la talla adecuada para el puesto de trabajo ofrecido'. Pero si en la recepción de un hotel se está detrás de un mostrador, ¿qué importa que lleves la talla 36 que la 32?
La talla 32. Ésa era su meta. Con esa talla toda la ropa que le gustaba fijo le quedaría bien sin necesidad de hacer viejos trucos con las medias o tener que ir todo el día aguantando la barriga para dentro, encontraría el trabajo para el que había estudiado y se había esforzado durante tantos años y lograría por fin que aquel chico se fijara en ella, pero no por su gran barriga, si no porque le gustase, porque tendría un cuerpo modelo.
Llegó a su trabajo agotada por la gran caminata que se había dado y por el ritmo que llevaba, porque se podía decir que corría más que andaba. Pablo, el portero del edificio le ofrecería un vaso de agua, lo hacía cada día pero por mucho que se le apeteciera un trago la respuesta tenía que ser NO. Si metía algo en el estómago antes del mediodía habría sido derrotada de nuevo y habría sido un día perdido, una oportunidad fallida para lograr el cuerpo que tanto ansiaba. Con la negativa se beneficiaba, estaba segura. Si metía algo, aunque fuera sólo agua, su estómago despertaría y empezaría a gruñir y a dolerse, y eso era lo último que deseaba en aquel momento. En cuanto a la respiración, recuperaría enseguida su ritmo habitual así que no era problema.
Le encantaba su trabajo. No era la ocupación con la que siempre había soñado, pero por lo menos era un trabajo que la mantenía en movimiento todo el día, perdiendo calorías y grasa todo el día porque no se sentaba ni para darle de comer a la viejecita. Ese era el momento más difícil del día porque era como su varias partes de su cuerpo hicieran un complot contra ella: los ojos veían la comida, avisaban al perezoso estómago y éste empezaba a retorcerse pidiendo comida. Maldita ansiedad. Si fuera capaz de comer y después devolverlo. ¿Cómo podían hacerlo las otras chicas?
Ya había intentado de todo. Olores fuertes que le provocaran vómitos, meter el cepillo de dientes que llegaba más al fondo de la garganta que metiendo los dedos, bebiendo mucha agua antes o comiendo helado, como decían todos aquellos consejos que había leído por Internet en páginas donde otras chicas decían cómo lo hacían ellas para que fuera más fácil. Pero ella nunca había conseguido aún vomitar. Cuando estaba a punto de conseguirlo, se ponía nerviosa, empezaba a temblar y después de los temblores llegaban las lágrimas y tenía que separarse de water. Y después aquel dolor de garganta y de cabeza hacían el día más oscuro de lo que era normalmente. Y con todo ello, aquella voz en su cabeza que no se callaba, pero esa vez cambiaba el discurso: ahora además de gorda, fea y aburrida era débil y su barriga vencía a su razón, le ganaba la batalla al cerebro que al fin y al cabo era la parte inteligente del cuerpo, se suponía.
Y entre tanta idea viajando por las autopistas de su cabeza, apareció aquella noticia otra vez. Perecía que no había ocurrido nada más importante en el mundo que las modelos de Cibeles pesaran lo establecido, y otra vez empezaba la discusión consigo misma:
- ¿Peso establecido por quién? A ver. Porque, ¿a ver quién es el listo que sabe cuál es el peso idóneo para una chica? Dependerá de su altura, digo yo y además, ¿por qué va a ser ese y no uno más bajo cuando siempre fue así y gustaban igual? Lo que quiere ahora el Gobierno es cebar a la población. ¿Está de acuerdo con las empresas alimenticias para que éstas vendan más o que? Tanto americanismo, ahora querrán que seamos tan gordas como las americanas que se ceban a comida basura y después las pocas que quedan delgadas son las más guapas y las más envidiadas, pero también las más atractivas, las más admiradas y las que siempre consiguen al chico que les gusta.
Y ahí apareció, era él; bueno, su imagen. Aquel chico que no sabía ni cómo se llamaba, pero la volvía loca. Por él tenía que conseguir adelgazar, por él y por echarle en cara al imbécil del hotel que había conseguido la talla adecuada y que ahora era ella la que decía que no a aquel trabajo.
Con todo aquel lío montado en su cabeza no se había dado cuenta que era ya la hora de irse a casa. La hora de 'comer'. Otra. Vaya nombrecito para una hora. 'Hora de comer', ¿y qué hora era esa si se podía saber? ¿y los que no comen cómo la llaman la hora del ayuno? Bueno, no era tiempo de discusión, sino de inventar alguna excusa para no pasar por casa que no haya utilizado ya esa semana. Pasaría por el gimnasio y estaría allí hasta la hora de aeróbic, a las 7 de la tarde. Aunque no estuviera todo el tiempo haciendo gimnasia, podía estar metida en la sauna para eliminar aquella grasa que los abdominales no quitaban. Y así fue. Llegó a casa a la mejor hora, esa en la que el cuerpo sólo te pide un ducha relajada, ponerte el pijama y meterte en la cama. Además, hoy había sido ella la vencedora: no había comida nada y sólo había ingerido el agua que había bebido mientras hacía deporte en el gimnasio.
Evitando pasar por el espejo para no ver el horrible cuerpo que aún tenía, se metió en la cama pero sin antes pasar la mano por la barriga y darle el mensaje de buenas noches de todos los días:
- Todo mi mal es por tu culpa, asquerosa. ¿Por qué no desapareces? Podré contigo. No comeré en días, iré al gimnasio y cuando tu ya no estés en mi cuerpo me mirarán por la calle con admiración, conseguiré el trabajo que merezco y ese chico se fijará en mi y me querrá. Pero cuando tu ya no estés.
La anorexia es una enfermedad muy peligrosa. La sociedad es su continuo alimento y las adolescentes sus principales víctimas. Hay mucha gente que sufre porque no se gusta, porque odia su cuerpo pero sabe bien cómo disimular su sufrir para llegar a su meta, una meta que en muchas ocasiones no se alcanza porque la anorexia no sólo ciega a sus víctimas sino que también las guía a una posible muerte o a quedar postrada en una cama, enchufadas a máquinas que ellas odiarán porque las verán como enemigos y obstáculos para el objetivo que se han marcado. La anorexia mata y cuando se cree superada sólo está dormida porque no tiene cura. En una cosa tiene razón: afecta a las débiles que juegan a ser fuertes.

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