domingo, 7 de octubre de 2007

EmigranteS

El ruido del viento golpeando la ventana la despertó. Era el día elegido. Sabía que tenía que dejar su casa, a sus amigos y todo lo que había conocido hasta el momento. Su padre le había prometido que sería una aventura emocionante y llena de sorpresas. A su lado estaba aquel pájaro que había aparecido una mañana posado en su ventana y ahora la miraba desde su mesita. Era un pájaro de papel, pero al fin y al cabo un pájaro, el animal que más le gustaba porque era el único que podía gozar de la libertad sin ataduras.

-!!!!!!!!!Riiiiiiingg!!!!!!!!!

Ya no había más minutos extra; había que levantarse. Al otro lado de la casa se oían unos pasos pausados y a alguien rebuscar en el fondo del armario del recibidor. Pedro, el padre de la familia, estaba recogiendo las últimas prendas que aún sujetaban aquellos enganches, los de oro, o eso creía Elisa. Lo estaba recogiendo todo, menos su sombrero que sería el último en abandonar su sitio en aquella casa.

De la cocina también salían ruidos que llegaban hasta el cuarto de Elisa. Aquellos eran del chocar de los platos, el mismo sonido que se oía cuando había fiesta y Amaya tenía que cocinar para toda la familia y los amigos que venían a casa. Elisa no aguantó más y fue hasta la cocina; pero cuando entró allí no había ninguna fiesta, tan sólo un viejo cazo y una cuchara de madera sobre la mesa. Aquellas paredes que tantas reuniones y risas habían acogido, aquella mañana sólo abrazaban una sala fría y vacía. Y allí, en la pared del fondo lucía el dibujo que Elisa había hecho la noche anterior. Tomó una silla y se sentó frente al dibujo, como para observarlo más detenidamente. Allí estaban ellos, toda la familia: sus padres, el pájaro de papel y ella, despidiéndose de su casa.
A sus espaldas la tetera de loza silbaba sobre la chapa. El sonido alertó a Pedro que entró en la cocina arrastrando sus pies, como de costumbre. Parecía que siempre estaba cansado. Sin apenas alertarse de la presencia de su hija en la cocina, Pedro quitó la tetera del fuego y se sirvió una taza de té. Se sentó y posó sobre la mesa todo lo que tenía en sus bolsillos entre lo que destacaban un par de billetes del dinero que habían ahorrado para la ocasión y los pases para el viaje. En ellos estaba retratado el barco en el que viajarían, con sus altas chimeneas de las que salía más humo que de la taza de té de Pedro.
-!Amaya! -llamó a su mujer sin levantarse de la mesa.
- !El té está listo!
Amaya dejó la maleta abierta sobre la cama del dormitorio principal y fue a la cocina. Al ver a Elisa sentada frente al dibujo se acercó a ella. Pedro se levantó e hizo lo mismo.
-Es un dibujo hermoso -dijo él posando su mano con dulzura en el hombro de su hija.
- Somos nosotros. No quiero que nuestra casa nos olvide y cuando llegue otra nueva familia si hay alguna niña pequeña puede que también haga el dibujo de su familia y lo cuelgue junto al mío - contestó la pequeña.
Estaban colocados igual que en aquella fotografía que les había tomado hacía unos meses el tío Marcos. Ella estaba sentada en un taburete alto y detrás estaban sus padres, uno a cada lado. Era una foto diferente a las demás porque era la última imagen tomada en aquella casa y Amaya le tenía un cariño especial.
La fotografía estaba en el salón, sobre el saliente de la chimenea. La tomó con delicadeza entre sus manos para observarla por última vez antes de envolverla en aquel papel amarillento para que el cristal que la protegía no se rayase. Cubrió todo el marco con el papel y después trenzó con una cuerda fina una cruz sobre él para evitar que el papel se escurriera durante el viaje y dejara desprotegida la fotografía. Regresó con el retrato envuelto al dormitorio y lo posó sobre la ropa que ya estaba metida en la vieja maleta. Había entrado todo: la ropa de Pedro y la de ella, sus objetos más íntimos y la fotografía. A ojos ajenos el contenido de aquella maleta no tenía valor, pero para ella allí viajaba toda su vida, sus recuerdos o lo que quedaba de ellos.
Cogió la cinta que guardaba para los largos viajes y rodeó con ella la maleta ya cerrada. Era una acción tonta, pero aquella mañana le había costado mucho encerrar tantos recuerdos. Pero tenía que asegurarse de que todos aquellos objetos llegarían a puerto, junto a ella. No podía resistir la nostalgia. Era incapaz de apartar la vista de aquella maleta, y entonces posó sus manos sobre ella. Como en señal de protección sus dos manos se cruzaban sobre la hebilla de la vieja maleta, porque no debía abrirse, no debía dejar escapar todo lo que guardaba en su interior. Todo debía llegar a Europa tal y como salía de su casa. Y para sí misma Amaya le pidió a sus recuerdos:
-Tenéis que llegar conmigo. Junto mi marido y mi hija sois lo único que me queda de mi tierra. Sois todos mis recuerdos y mi origen. No me abandonéis en el camino.

2 Comments:

Saruka said...

jo que bonito :'(
como cuestan los cambios verdad? y eso que aún hemos vivido pocos, pero dejarlo todo atrás con la falsa promesa de una vida mejor tiene que ser durísimo.
besines

Anónimo said...

Los cambios nunca son fáciles, desde luego.

Si hasta un mínimo cambio nos afecta, imaginar qué sentirías con un cambio de vida en mayúsculas puede ser tremendo... a mi me da algo de vértigo. A mi y creo que a cualquiera.

Crucemos los dedos para que todos nuestros cambios sean para bien...

Ah, y felicidades por el blog. Te las debía desde hace mucho, mucho tiempo :)