viernes, 11 de abril de 2008

Espeso ChOcOlaTe III

La oscuridad de la noche se diluía en un nuevo día como si una fuerza mayor hiciera sublevarse ante la inmensidad más temida. Era el resplandor de Ra, la vuelta a la vida después del reinado de la oscuridad. El bien volvía a alzarse sobre la tierra en una nueva batalla que el dios Sol ganaba al señor de las tinieblas bajo la mirada atenta de algún halcón Horus.

Despertarse pensando en la mitología y la religión egipcia hacía caer las primeras gotas de felicidad en la vida de Ariadna. Aquella fría y húmeda habitación se vestía de buen humor cuando desfilaban por sus pasillos los revoltosos rayos del sol. La claridad que inundaba su ventana acariciaba dulcemente el rostro de la joven junto con el aroma de una barra de incienso ya consumida, pero presente aún en el cuarto. Afuera, el enorme reloj se desperezaba estirando sus brazos marcando las 7.00 al ritmo del sonido de un claxon que protestaba en la todavía vacía John Islit Street. En el corazón de la vieja vivienda de la señora Mirley comenzaban a oírse los ajetreos del resto de huéspedes por el pasillo y el cuarto de baño.

No tenía una hora a la que levantarse por obligación, pero a Ariadna le gustaba madrugar para aprovechar más el día, y sobretodo en aquella ciudad donde a las seis de la tarde ya era de noche. Acostumbrada a tantas horas de luz en España y en Egipto, la madrugadora noche londinense era su más dura rival para sobrevivir en aquella ciudad. Le gustaba madrugar, examinar cada detalle de las tradiciones inglesas y no alterar los horarios de cocina y limpieza establecidos por la señora Mirley en la casa; pero siempre necesitaba un motivo muy bueno para tomar el impulso que la separase de las sábanas, y aquella mañana lo había.

Tenía que llamar a Raúl, hacer que él le transmitiera esa tranquilidad con la que transcurre la vida en Egipto a cambio de un poco del stress de Londres y lo más importante, redactarle los primeros deberes. Era consciente que no podía continuar con las investigaciones sobre su momia sin saber las respuestas a sus primeras preguntas. O poder, podía, pero sería dar pasos en falso y eso la frustraba, aunque formara parte del trabajo diario del arqueólogo.

Raúl siempre dejaba su móvil encendido y no mostró ninguna molestia tras haber sido despertado por la llamada de Ariadna; al fin y al cabo eran buenas noticias.
- ¿Dibujos en los dedos?

La primera reacción de Raúl a las palabras de Ariadna no indicaban que la investigación iba a ser cosa fácil. Los dibujos, como bien sabía la española, sólo se recreaban en el pecho del fallecido, porque era ahí donde se encontraba el lugar natural del corazón, y al vaciar el cuerpo para que no se pudriese, los dibujos y jeroglíficos en los vendajes le daban la vitalidad que necesitaría en su nueva vida, pero en los dedos no parecían tener mucho significado, a parte de no darse ningún otro ejemplo más de momias con dibujos en las manos o en los dedos.
- En cuanto al cruzado de los vendajes..... - Comenzó a decir Raúl dudoso- es cierto que en la época ptolemaica fue cuando se formalizaron e hicieron más rigurosos a la hora de cruzar las vendas para crear dibujos, pero hay momias más antiguas que también muestran un perfecto y estudiado cruzado de sus vendajes. Son las momias reales de Amarna, pero sólo se conocen ejemplos en momias reales, que yo sepa.

Amarna. Por la cabeza de la joven Ariadna comenzaron a desfilar los datos históricos más relevantes de las dinastías de Amarna, y en especial de sus reinas. Pero pensaba que en aquella tierra ya estaba todo descubierto, ya no había nada donde excavar y encontrar un nuevo hallazgo, algo que, sin duda ahora podía demostrar que la joven estaba equivocada. Sólo había una forma de saberlo.
- Tienes que hacerme un favor, Raúl. Viaja hasta Tell al-Amarna y averigua todo lo que puedas de las momias de esa época. De estar equivocados, por lo menos descartamos ya un rango real de todas las dinastías egipcias.

La historia de las reinas de Amarna era algo que siempre había apasionado a Ariadna, pero nunca había tenido el suficiente tiempo como para realizar estudios profundos de esa época. Sin poder quitarse de la cabeza la posibilidad de que la momia fuese descendiente de alguna familia regia de Amarna, la española realizó su ritual matinal pero esta vez sin hablar con nadie, sus pensamientos absorbían demasiado su atención como para seguir otras conversaciones, aunque la señora Mirley estuviese sentada a su lado en la mesa del comedor intentando saber cómo iba su relación con Ben.

La propietaria de aquel bed&breakfast no había perdido el tiempo y ya se había acercado a la cafetería de su sobrino para someterlo a uno de sus interrogatorios de tercer grado. El ingenuo joven se lo había contado todo, presionado por sus incansables preguntas en gran parte. Tanto le había dicho que incluso había llegado a confesar que estaba visitando páginas en Internet que indicasen el proceso para realizar el mejor chocolate caliente y así sorprender a Ariadna. Ben también le había dicho a su tía Mirley que esperaba con su chocolate ganarse el aprecio de la española y conseguir así llamar su atención porque notaba que la joven no se interesaba por sus conversaciones, aunque reconocía que no tenían mucho trasfondo, resultado también del poco interés que ella mostraba. Ben decía que Ariadna estaba tan metida y concentrada en su momia que apenas se estaba dando tiempo a si misma para disfrutar de los detalles de la vida londinense. Y no se equivocaba. La señora Mirley le echó aquella mañana a la joven española un buen sermón para que espabilara con su sobrino, pero Ariadna no se enteró de nada de lo que había hablado la señora Mirley durante el desayuno porque una vez más, sus pensamientos se concentraban en su momia.

Las investigaciones no podían cesar aunque para conseguir un adelanto tuviese que esperar por los resultados de las investigaciones de Raúl que ya le había confirmado que tenía el permiso de su empresa y del consulado para ir hasta Tell el-Amarna, e incluso había logrado que el responsable de velar por el legado histórico de Egipto le facilitara todo lo necesario para su investigación. Las cosas parecían ir mejorando y eso se dejaba notar en la auto presión que se ejercía Ariadna en su labor en Londres. Por ello, decidió dar una vuelta por la segunda planta del Museo Británico, donde se exhiben todos los objetos y monumentos del Antiguo Egipto. Quería empaparse de todas esas historias que los visitantes se inventan o mal cuentan en su visita al museo, se divertía con ello y se imaginaba cómo hubiese sido la historia de haber sucedido lo que narraban esas historias.

Junto a la cabeza de uno de los colosos de Ramsés estaba con extrema protección una tablilla del siglo XII a.C. donde se mostraba al faraón Akhen-Aton y a su hermosa mujer Nefertiti completamente desnudos. Aquella pareja había sido adelantada a su tiempo y ello los llevó a ser odiados por los sumos sacerdotes de los templos de las antiguas capitales del reinado egipcio. Akhen-Aton era un gran estratega, pero también era un excelente poeta que dedicaba cantos al dios Atón, al dios sol. Él supo transmitir a sus descendientes la importancia del sol bañando su cuerpo, como fuente de vida, y por ello practicaban la desnudez en todas las estancias de palacio.

Frente a aquella tablilla que en realidad había sido un cuento, un culto al sol y a la desnudez representado por los máximos protagonistas del reinado, Ariadna intentaba trasladarse a aquella época, trataba de sentir las emociones que recorría los cuerpos bañados por el sol de los súbditos de Akhen-Aton. En el fondo, deseaba sentirse como ellos para así poder saber algo más de la identidad de su momia.

Había recorrido ya demasiados pasillos del museo cuando decidió ir a ver a su momia. Impasible, relajada, como si nada hubiese pasado desde la primera vez que aquellos vendajes había rozado su cuerpo hasta aquella mañana. La serenidad y tranquilidad que transmitía aquel cuerpo embalsamado era lo que envidiaba Ariadna muchos días en los que el frío inglés se clavaba en los músculos paralizándolos por milésimas de segundo, cortaba la respiración en las laderas del río Támesis e inundaba de vahos Londres, unos suspiros que se unían a la gran nube de niebla que ocultaba la gran ciudad. Quieta, notando el peso de su cuerpo en los pies, jugando con él balanceándose de un lado al otro apenas sin moverse, era como si el cuerpo se moviera por dentro como si estuviera en un vaivén, pero apenas se notaba el balanceo en el exterior. Había pasado muchas horas en esa postura mirando a su momia, tantas que incluso podía averiguar que alguien había estado allí y había tocado el cuerpo.

La momia no estaba colocada en el centro de la mesa. Sus pies miraban levemente hacia la diagonal, como si alguien hubiese tropezado en la mesa y el cuerpo se hubiese movido con el golpe. Se acercó más para asegurarse que no era ilusión óptica, examinó con detenimiento el cuerpo desde los pies hasta la cabeza, pero se paró en el trayecto. Alguien había vuelto a cubrir el pulgar que contenía el dibujo y que Ariadna había intentado destapar más, dejando la noche anterior la venda levantada.

Sin detenerse y con la rabia que le causaban los meticones y cotillas en cosas tan serias como aquella investigación, fue directamente al despacho del director del museo para pedir una explicación a esos cambios, a la posible presencia de alguien en aquella habitación donde sólo, se suponía, podía entrar ella.
- Ni siquiera el servicio de limpieza, señor. Ese cuerpo tiene miles de años de historia y no es un juguete ni ningún objeto sin valor que pueda usted encontrar en cualquier bazar o en Candem Town. Un exceso de contacto con ese cuerpo y puede llevar al fracaso todos mis estudios e investigaciones, ¿lo entiende?

Cuando estaba enfadada su inglés era perfecto, y aquel que negaba entenderla mentía. No fue el caso del subdirector del museo, ya que el máximo responsable se encontraba de viaje, en un destino que nadie sabía con certeza.

-Señorita, por favor, ya le expliqué que es imposible que alguien haya entrado en esa sala porque todos los empleados del museo saben que está terminantemente prohibido, tal y como usted nos pidió en su llegada.

-Le digo que alguien entró ahí y tocó la momia. No está en la posición que la dejé ayer y han vuelto a cubrir una venda que yo había destapado. -Ariadna hablaba sin poder controlar su tono de voz que cada vez cogía más intensidad.

-Por favor, señorita. Créame. Ahí no entró nadie, yo mismo me haría responsable de cualquier cosa que le ocurriera a esa momia.

- ¿Responsable de cualquier cosa que le pasara, señor.....

- John, puede llamarme John. Venga señorita, comprenda que yo amo tanto como usted la historia del Antiguo Egipto. Mi mayor ilusión era haber sido arqueólogo para estar en El Cairo, en Karnak, en Alejandría, pero no pude con los estudios y ayudar a mi familia a salir adelante. Le juro que yo mimo esa momia tanto como usted.

- No hace falta que me cuente su vida, John. Lo único que le digo es que no voy a permitir que nadie entre en esa sala y manipule ni un sólo milímetro del vendaje de esa momia, ¿lo ha entendido usted bien? Ayúdeme usted a cuidar de que nadie entre ahí o encárguese de que alguien lo haga, pero no me obligue a hacerlo a mi porque puede que la solución sea sacar el cuerpo de este museo.

- No hace falta tanta descortesía. Permítame decirle que los españoles son muy bruscos para decir las cosas sencillas.

- No John, somos realistas. No confunda la brusquedad con la sinceridad.

Aquellas fueron las últimas palabras de Ariadna antes de regresar a la sala donde se encontraba el cuerpo. Cogió un taburete, lo acercó a la mesa y se sentó allí, tan cerca como pudo de la momia. Tenía ganas de gritar, de llamar a Raúl para que le dijera algo ya y contarle lo que le había sucedido, aunque fuera una tontería para algunos; pero en vez de ello, decidió relajarse como mejor lo conseguía: encendiendo una barra de incienso. De su estancia en Egipto había aprendido muchas cosas de aquella cultura, pero sobretodo había encontrado la mejor terapia para sus enfados e impotencias. Dejarse empapar por la música y embriagarse con el dulce aroma del incienso calmaba sus nervios y ganas de llorar.

Envuelta en aquella atmósfera mágica, cerró los ojos por un momento y cuando los abrió su mirada se concentró en el dibujo de aquel pulgar. Con cuidado y ayudada por unas pinzas especiales, tan largas como las utilizadas por los cirujanos en las operaciones más difíciles, levantó el vendaje de nuevo para descubrir el dibujo. Era claro, no necesitaba levantar más el vendaje, se trataba de una hoja, era el dibujo de una hoja que parecía crecer en el cuerpo oculto.

Ahora sí necesitaba llamar a Raúl y ponerle al tanto de las nuevas averiguaciones. Pero el arqueólogo no respondió a su llamada. Más tarde, le llegó un mensaje en el que Raúl se excusaba por no haber cogido el móvil y le explicaba que estaba camino de Tell el-Amarna y en cuanto al dibujo de la hoja en el pulgar, seguiría investigando. Ella hacía lo mismo en Londres. Ayudada de sus apuntes de universidad, libros y otros documentos conservados en el Museo Británico y en la biblioteca nacional buscaba algún indicio de la presencia de pinturas en las momias y que esas pinturas fuesen representaciones de la naturaleza. ¿El resultado?Nada. Absolutamente nada respecto a dibujos en momias que mostrasen hojas ni nada parecido.

Aquella tarde, cuando pasó por la cafetería de Ben un chocolate espeso la esperaba en su mesa de siempre. Como si fuera un robot, se sentó en el sillón, sacó sus apuntes y se tomó el chocolate sin levantar la vista de las hojas. Aquello era un verdadero chocolate espeso, pero su concentración y el dulce olor del incienso que aún recorría su ser le robaron el protagonismo a aquel chocolate. Con Ben apenas cruzó un par de palabras cuando fue a pagar la consumición. Cogió su abrigo y se fue.

El joven, con la mirada clavada en el cristal viendo alejarse a Ariadna por la larga calle encabezada por el BigBen, recogió la taza donde bailaba al fondo una mínima cantidad de chocolate aún caliente. Aquel baile de la oscura bebida era un 'gracias' no pronunciado y a la vez, un signo de que aquel chocolate todavía era demasiado líquido.

6 Comments:

ARSINOE said...

¿Realmente alguien ha entrado y movido la momia o.....?
Tal vez no le guste que vean sus tatuajes y por eso ha vuelto a colocar la venda de su deso....Uy uy uy, que misterio, esto se pone cada vez mejor.

ARSINOE said...

dedo, dedo, dedo, lo copiaré cien veces, je, je.

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO said...

ummmm el misterio continúa. Cada vez me engancho más.......

besos

Estefanía S.Redondo said...

¿Qué pasará después? Os pido una tregua por lo menos hasta mañana o el martes para seguir con la historia. Este finde ha sido plenamente oriental y lleeeeeno de danza, y eso se nota en el cansancio.

Prometo retomar la historia muy pronto.

Besossss para todos!

ARSINOE said...

Aquí estaremos esperando lo que haga falta..no te librarás de tú público..je, je.

Asmahan Medinet® said...

Digo lo de Tareixa, ¿alguién entró o es que la momia le gusta pasearse...? Ben, ya va consiguiendo hacer un chocolate espeso...y la hoja...¿será nuestra momia uno de los jardineros reales de Amarna? Un relato genial y sigue cuando puedas. Que te voy a decir yo, después de un weekend oriental... Besitos!