jueves, 10 de enero de 2008

En la estación de Oxford

Desde aquella odiaba las estaciones de tren. El ajetreo de la gente, los silbatos sonando a uno y otro lado, el lío de vagones y los fallos en las pantallas de información de salidas y llegadas. Lo detestaba. Todo. Mirara a donde mirara veía su cara reflejada. La de ella y la de Isabel, porque todo le recordaba a ella.
Nunca olvidaría aquellas largas charlas acompañadas de cafés ahumando entre sus manos en las frías tardes de invierno, cuando sentadas en una de las cafeterías de la estación de Oxford dejaban escapar sus escandalosas risas por cualquier tonta ingenuidad o comentario. El romántico aspecto de aquella estación inglesa le prohibía olvidarse de todo aquello, y eso mismo era lo que más le gustaba de Inglaterra, aquel país que le había robado lo que más apreciaba en su vida.
Nunca se perdonaría lo que permitió que sucediera con Isabel. Aquella morena de carácter alegre, tan dispuesta siempre a ayudar los demás aunque se tratara de desconocidos, con aquella sonrisa que encandila a todos los ingleses por ser tan diferente a las chicas de allí; a las de allí y a las demás morenas españolas, italianas, francesas y latinoamericanas. La morena que dejaba a su paso un rastro de olor a coco. Ella era diferente a todas y en todo; por eso, quizás, el destino también se encaprichó con ella y se la llevó.
Se fue sin despedirse, sin decir nada a nadie y ahora, casi tres años después de todo aquello nadie sabía nada de su paradero. Sin embargo, había dejado su huella en cada uno de los rincones de aquella estación que tantas confidencias había albergado. El gran reloj que sonaba a las horas en punto, el mismo que ella miraba cuando tenía que esperar por Isabel porque siempre le pasaba algo para llegar tarde a las citas. El pitido de un tren entrando en el andén. Parece mentira, pero aquel sonido aún la obligaba a mirar con atención a todas las personas que entraban en la estación desde el andén buscando una cara conocida, pero la de Isabel nunca más la vio. El tren, el que siempre cogía, el de las 7 y cuarto, con sus rayas azules y amarillas y su interventor de bigote, del que Isabel siempre se reía e imitaba.
Siempre cogía el mismo, para no llegar tarde a cenar en la casa de la familia que la acogía aquel curso. Tampoco ellos sabían nada de su paradero, pero la recordaban cada tarde cuando en vez de té tomaban un chocolate bien caliente, como los que le gustaban tanto a ella.
El calor del café que sujetaba en su mano la despertó entre tantos recuerdos, y entre los anuncios de las llegadas y partidas de los trenes veía caras conocidas, caras a las que ambas les habían puesto nombre, un puesto de trabajo y un carácter según sus rasgos, según sus gestos; pero al fin y al cabo todas personas desconocidas. Y entre todas ellas.....Allí, camino a los andenes el rostro más parecido a una careta que había visto en su vida. Era él, sin duda alguna. Cualquiera diría que bajo ese aspecto de niño inglés adinerado y con cara 'angelical' iba a ser tan absorbente, tan envidioso y tan dañino.
Todavía se acordaba del día en el que notó el cambio en el rostro de Isabel. Aquella tarde en la estación de Oxford su morena cara no lucía el brillo de siempre, algo había cambiado y desde entonces algo cambiaría mucho más. Problemas con gente desconocida por llevar emblemas diferentes, secretos demasiado oscuros como para contar en la cafetería de una estación de tren, marcas de algún que otro golpe oculto bajo una capa de maquillaje y conversaciones que giraban en torno a otros temas ya no tan entretenidos como los de antaño. No le gustaba echarle la culpa a nadie sin tener motivos, pero cuando Isabel comenzó con aquel chico estalló el alejamiento entre ambas amigas.
Sabía que él no se la había robado porque él seguía allí, en su Oxford natal, pero algo tenía que ver con la desaparición de Isabel. No tenía que haberla dejado enamorarse de él, no tenía que haber iniciado aquel juego que comenzó como un reto para después acabar guardándole sus secretos, los de él y los de sus amigos, y acabar ella teniendo muchos más que ocultar. Jugó con fuego y se quemó, y las chispas alcanzaron a todos los que estaban a su alrededor. Pero aquella no era la Isabel que había quedado en el recuerdo, aquella ya no gustaba tanto como la de comienzo de curso con la que compartía charlas en las cafeterías y viajes en los trenes.
Aquella tarde tomó su café habitual en la misma mesa de siempre, la de delante del gran reloj que cantaba las horas en punto, miró a todos los que pasaban poniéndoles etiquetas de identidad como de costumbre y a las 7 y cuarto tomó el tren. A su lado ya no había ninguna morena de carácter jovial y bella sonrisa; no había nadie con olor a coco ni nadie que liberara las carcajadas de su risa. A su lado ahora siempre viajaba una nueva amiga fría y distante que cada vez aborrecía más. Aquella nueva amiga se llamaba Soledad.

4 Comments:

Anónimo said...

Muy buena. Sabes como enganchar al lector. Enhorabuena. Magnífico relato breve.

un beso.

Estefanía S.Redondo said...

Muchas gracias por tus felicitaciones!!! me gusta 'gustar' jajaj.

Por cierto, te respondo aquí a tu pregunta sobre qué pasará en octubre....pues que (si todo sale como está previsto) viajaré Egipto por primera vez!!! ¿No te parece un buen plan para el nuevo año?

Gracias por firmar!

Un besín

Anónimo said...

Yo estuvé en Egipto en el verano del 2004. Dos semanas enteras. Visite toda la ribera del Nilo y me adentre también en la zona del mar Rojo. Me faltó Alejandría y la península del Sinaí. Disfrutarás seguro. Si necesitas cualquier consejo, me lo comentas. un beso.

Asmahan Medinet® said...

Uy!...que bien...mira tu por dónde me acabo de enterar de una que vendrá al viaje. Je,je,je. La verdad, es que tengo muchas ganas de llevar a las Medinetas a que disfruten de Egipto conmigo. Un besote!