miércoles, 1 de agosto de 2007

Donde empieza la LiBerTaD

Las olas del mar rugían entre el aire frío del invierno y la humedad del muro de piedra. Era lo que menos importaba. A Nadaya le encantaba ir a la playa y andar descalza por la arena hasta llegar a su rincón favorito, aquel lado de la playa que parecía abrazar el mar. Era el sitio más apartado del paseo que hacía poco habían construído sobre el muro que bordeaba la playa para venderlo como atractivo turístico; pero a la vez, también era el más próximo a los paseantes porque también en lo alto de aquel muro los más nostálgicos iban a pasar sus largas horas de las tardes.

Miraba al mar como sujetando las ganas por adentrarse en sus olas y ronroneos, aunque en su interior sabía que lo que sentía era envidia de la libertad en la que bailaban aquellas aguas. Quería ser como el mar, que moría y nacía cada segundo. Le gustaba pasarse las horas mirando al mar, porque cuando levantaba la vista hacia lo alto del muro sus sentimientos se hacían sombríos y volvía a sentirse encerrada en el círculo vicioso de la sociedad actual, lo que más odiaba.

Nadaya no era el prototipo de chica que llamaba la atención. Baja y un poco gordita (fruto de los continuos ataques de ansiedad por su timidez), aún no había sido capaz de encontrar a un sólo amigo en la ciudad, pese a llevar casi cinco meses viviendo allí. No deseaba el mal a nadie, pero el ver a parejas, grupos de amigos o incluso a una madre tirando de la silla de su hijo la hacía sentirse peor, más sola y 'amargada debido a la sociedad', como a ella le gustaba definirse. Pero de repente, cuando parecía que el mundo iba a venirse encima, el susurro del mar volvía a encantarla y daba alas a su imaginación.

Se veía en un mundo al que pese a estar y pertenecer a él, parecía estar alejada a todos los demás. Es lo que tienen la SOLEDAD. Te aleja de todo y de todos hasta que uno mismo crea a su alrededor una burbuja infranqueable. Otros días era mejor. Dentro de esa burbuja que había crecido en aquellos cinco meses, Nadaya se sentía como la narradora de las vidas de todas aquellas personas que paseaban por el muro. Entonces tomaba su lápiz y su libreta y comenzaba a idear un motivo por el que cada una de las personas que veía se comportaba así, vestía como vestía y cuál era el mensaje que sus ojos transmitían. Uno a uno, los viandantes del muro iban tomando carácter propio y la soledad se alejaba, como por arte de magia, porque con aquellas historias de aquellas personas reales e imaginarias Nadaya se sentía acompañada, como si todas ellas retratadas en una hoja de su libreta bajaran a la arena y se sentaran junto a ella. Era la victoria de la libertad de la imaginación sobre las barreras de la realidad.

1 Comment:

Saruka said...

Aunque no deja de ser peligroso encerrarse en una burbuja, aislandose y protegiendose de todo sea malo o bueno, coincido en lo maravilloso de apartarse por unos segundos de la realidad, cerrar los ojos, aspirar el olor a salitre, y arreglar el mundo.
Un beso