lunes, 20 de agosto de 2007

En un país mágico

La temprana brisa de la mañana hacía danzar a los juncos bañados por el Nilo. El cielo iba tomando diversos colores anunciando el nacer de un nuevo día con el despertar del Sol. El moreno rostro de Isis aún reflejaba la dulzura que había inundado su cuerpo aquella noche, una experiencia que ella nunca hubiera imaginado vivir.

Entrar como sacerdotisa en el templo de Abydos era un privilegio para una joven como ella, iniciada en el arte de la escritura, la música y la danza fascinada también por los misterios de los Dioses.

Su maestra, una gran bailarina de la casa del alcalde de Kahun, le había enseñado todo lo necesario para destacar entre las nuevas sacerdotisas del templo. Tampoco se había olvidado de aconsejarle a la joven pasar aquella noche entre los juncos del Nilo esperando la respuesta de los dioses. Y pasó. Tal y como le había descrito su maestra los Dioses de Egipto se le presentaron.

Por la cabeza de la joven no dejaba de repetirse una y otra vez las palabras de su maestra:
- Si realmente estás preparada para ingresar en el templo como sacerdotisa y servir a los
Dioses, éstos se manifestarán ante ti a las orillas del Nilo.

Con los últimos brillos del sol las aguas del río despertaban y dejaban ver su vida, la vida de Egipto. Desde esas mismas aguas se oía a lo lejos el retumbar de las darbuka, el silbido del viento y el cantar de la noche. Y en aquel mágico escenario apareció una gacela, símbolo de la diosa Anukis, responsable de ofrecer agua fresca en la isla de Elefantina. El animal posó a los pies de la joven una flor de loto. Los Dioses le daban el permiso para ingresar en el templo de Abydos, Isis ya estaba preparada para dedicar su vida y tomar parte de los misterios divinos.

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