martes, 22 de julio de 2008

EntreLíneaS



Los soldados cuadraban firmes. Desde aquel lado de la cama observar el regimiento de las pequeñas figuras de plomo imponía a cualquier intruso, para él aquellas filas eran su ejército. Casi debajo de la mesa donde se levantaban los soldados de plomo, se veía el zócalo que había albergado durante quién sabe cuánto tiempo aquel extraño mensaje. Al otro lado de la pared, el ambiente del Antiguo Egipto inundaba la habitación de su hermana.


La brisa juguetona se metía entre las arrugas que dejaba el caer de las blancas cortinas. El olor del incienso volaba por el dormitorio embriagando la mente de Leire, transportándola a otro lugar. Sentada en su tocador con su camisón de estilo romántico, miraba con añoranza las páginas de la pequeña libreta que desde hacía unos años la había acompañado allá a donde iba. Como si la tinta tatuada en ellas gritara su nombre, Leire acariciaba cada palabra con las yemas de sus dedos. La libreta granate de anillas doradas guardaba el mayor tesoro de la joven, sus sentimientos y pensamientos. Seguir con el tacto de sus dedos la caligrafía sellada en las páginas amarillentas de aquel montón de hojas la ayudaba a sentir próximas a sus amigas de siempre, las que había dejado atrás con la mudanza, y también a recordar a aquel chico con el que nadie, ni siquiera ella, sabía si entre ellos había pasado algo más que un bonito recuerdo alimentado de algunos paseos por la ribera del río grande como para considerarlo su novio, o tan sólo había sido la ilusión que se mantenía ahora como fruto de la distancia. Fuera lo que fuera, el ritual de firmar una nueva página con sus suspiros transformados en letras siempre provocaba una fría lágrima que rastreaba el rostro de Leire bañando cada facción.



A Luc le encantaba pasear por el interminable pasillo de la planta superior de su casa. Sentía cuando lo recorría, visitar diversos sentimientos que le permitían traspasar las frontera que interpone la piel del cuerpo para llegar a lo más profundo de sus seres queridos. El ambiente oriental que desprendía la habitación de su hermana reflejaba la melancolía que invadía a la joven y provocaba, al mismo tiempo, una gran obstrucción en el interior de Luc que se veía incapaz de salvar de aquel abismo a su única hermana. Unos metros más allá, la puerta siempre entreabierta del dormitorio de mamá desprendía su aroma. Era un perfume que imponía el respeto que se le tiene a un adulto, pero también el cariño que hay hacia una madre. Ella, al igual que Leire, había conseguido impregnar de personalidad su pequeño y privado espacio, algo que ni Luc ni papá habían conseguido aún, quizás por eso que dicen que las mujeres son más fieles a su interior, a su yo, más que los hombres. Lo que sí había conseguido papá era dejar aquel olor a tabaco cerca de la puerta de su despacho, un olor que a mamá le levantaba jaqueca y a Leire le causaba náuseas.


Cada dormitorio conservaba ya, apenas un mes después de haber llegado a su nueva casa, el olor característico de cada miembro de la familia y todas ellas guardaban a la vez un pequeño recuerdo de Marie, o más bien de los productos que elegía para asear los cuartos de baño y para librar los estantes de la capa blanquecina de polvo.




Abajo, en el jardín, los arbustos ya habían tomado diversas formas de animales y símbolos que para un niño de la edad de Luc no tenían ningún significado. Por las ventanas abiertas de la planta inferior de la casa entraba el olor a las flores que trepaban por las paredes. En la cocina, el ajetreo era el habitual a aquella hora de la mañana, entre preparar el menú que se serviría al mediodía y colocar los productos que acababan de llegar del supermercado. La casa era enorme, pero después de un mes, había pocos rincones que Luc no hubiese investigado y lo peor de todo, aún no había conocido a ningún niño con el que compartir sus aventuras. Así que, pensando en cómo podría conocer a alguien de su edad en aquel pueblo que parecía abandonado, regresó a su habitación.




Leire había cerrado por completo la puerta de su dormitorio y Luc hizo lo mismo tras cruzar el umbral de su cuarto. Aquella habitación se estaba convirtiendo poco a poco en su fuerte, en una sala donde se concentraba todo lo importante para él, era su mundo y su vida. Abrió el armario donde guardaba todos sus juguetes, y algunos que su madre había encontrado en el desván, lo más probable que propiedad de los niños que había habitado aquella casa antes que su familia. Cogió la vieja caja de un puzzle que en la portada presentaba el dibujo de un atardecer en las pirámides de Egipto. Era una estampa realmente maravillosa, de esas que te invitan a soñar despierto en medio de la nada.




Abrió la caja y volcó todas las fichas que contenía dentro. Por suerte no salió con ellas ninguna araña ni otro tipo de esos animales que tanta fobia le dieron siempre a Luc. Las colocó todas de forma que se viera el dibujo de cada una, buscó recipientes donde colocar las piezas parecidas y comenzó a seleccionar. Sería un trabajo difícil el terminar aquel puzzle con tantas piezas iguales que formaban la arena del desierto, a lo que se sumaba que las paredes de las pirámides tenían un color similar al de algunas dunas que se veían también en la caja del puzzle. Así todo, se decidió a comenzarlo, ya que no tenía otra cosa mejor que hacer. En su antigua casa, él y su padre solían hacer puzzles de barcos y batallas navales, que era lo que más les gustaba a los dos. Después que aquella experiencia que acogió el montaje de más de diez puzzles, Luc estaba preparado para enfrentarse al desafío de las piezas del desierto él sólo.




Ya había separado todas las piezas con un borde liso, las que formaban el marco del puzzle, cuando con su pie dio un puntapié a la única esquina de su habitación que comía terreno de la misma. Tras tocar aquella pieza de madera que recubría la zona más bajas de la esquina, se oyó el abrir de una cámara. ¿Otra trampilla en su habitación? ¿Qué era aquello, una broma o era producto de su imaginación y nada había sonado? Dejó por un momento el puzzle a un lado para investigar cada rincón de su dormitorio. Tenía que descubrir dónde estaba la nueva trampilla.




La esquina que había recibido su puntapié no mostraba ninguna variación. Ni grietas abiertas, ni el zócalo metido hacia dentro, ninguna pieza a distinto desnivel de las otras. Nada. Aquello sí que era un misterio.




Leire picó a su puerta y sin esperar respuesta la abrió pidiendo explicaciones al destrozo que Luc había hecho en su cuarto. El sonido había existido. Con el puntapié de Luc en aquella pieza, otra en la habitación de su hermana pareja a la misma se había desplazado dejando un hueco, era como un cajón que comunicaba ambos dormitorios. Luc intentó explicarle a su hermana todo lo que había encontrado, incluso le habló del mensaje que escondía otra trampilla del zócalo, pero Leire lo tomó como otra broma de su hermano pequeño.




A su adolescencia, no tenía ni tiempo ni ganas para aguantar chiquilladas. Por lo que no dejó que su hermano entrara en su habitación para comprobar que desde allí también podría abrirse la misma trampilla en su habitación. Aquello tenía que significar algo, esta vez iba en serio la existencia de un tesoro en un lugar inexplicable, pero ¿qué era?¿dónde estaba? ¿quién lo había escondido y para qué? Las preguntas comenzaban a rebotar pronto en la cabeza de Luc que no lograba ni concentrarse con el puzzle. Ahora, era más importante idear la manera de involucrar a Leire en aquello. Sin su ayuda sería imposible encontrar nada.

5 Comments:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO said...

Un placer volver a leerte. Besos.

ARSINOE said...

Por fin has continuado la historia..Veremos que misterios descubren los dos hermanos en esa mansión, la cosa parece que promete. ¿Sabes que tengo un puzle con esa misma foto que has puesto? En realidad tengo unos cuantos de Egipto, je, je.

Estefanía S.Redondo said...

Tareixa, pue spara hacerlo debiste tener muchos dolores de cabeza porque con tantas piezas de igual color...uffff!

Fernando, gracias siempre por tus palabras.

Mil besosssss

Félix Amador said...

Nunca deja uno de tener esa edad de creer en tesoros.

Por favor, continua la historia.

ARSINOE said...

Te contaré un secreto: el puzle conseguí hacerlo luego de meses y de tener el suelo de una habitación totalmente ocupado, y a mi madre furibunda por ello. Luego numeré las piezas por detrás, para facilitar el trabajo la siguiente vez que se me ocurriera armarlo de nuevo, je, je.