jueves, 14 de febrero de 2008

LágrimaS de PétaloS

Un San Valentín más. Desde hacía cinco años aquel no era un día más. Su viaje a París le había cambiado la vida y ya nada iba a ser igual que antes; a como lo era antes de aquellos cinco años. Igual para bien, igual para mal. No sabía muy bien qué camino tomar desde aquella visita a París. Nunca nadie le había hecho sentir igual, nadie le dedicaba palabras como las del señor S.

14 de febrero. ¿Un día comercial? Había gente en el mundo que lograba hacer de aquella campaña de marketing para levantar las malas cajas del mes de febrero en un día especial. Personas, a veces, sin rostro y sin nombre propio y apellidos, o al menos visibles.
No se podía levantar. No hasta que sonase su timbre. Sería entonces cuando en su puerta aguardara una rosa roja con una bonita dedicatoria del señor S. Cinco años ya recibiendo una rosa por cada san Valentín sin saber quién era ese señor S. ¿Sería alguien conocido que no se atreviese a confesarle sus sentimientos? ¿o sería un desconocido? ¿o uno que llevaba 5 años enviando rosas por equivocación a una desconocida? Fuese quien fuese, ella sabía que un día como aquel no se olvidaría de su rosa y su dedicatoria.
Muchas veces había intentado adivinar de quién se trataba, sobretodo los dos primeros años. Quería saber qué rostro tenía, mirarle a los ojos y ver en el fondo de éstos el verdadero sentimiento que el señor S. tenía hacia ella. Pero por más que se esforzaba nunca conseguía ponerse en contacto con él más que el día de san Valentín, más que nada porque era el único día del año que él daba muestras de vida. ni siquiera interrogando al chico que le llevaba a casa cada año su rosa con la dedicatoria había conseguido obtener algún detalle del señor S.
Lo bueno de todo aquello era que por lo menos sabía que había alguien ahí que la estaba esperando, que por lo menos alguien se acordaba de ella los 14 de febrero. Y lo malo, que llevaba 5 años rechazando a los poco chicos que se le acercaban por darle una oportunidad al señor s. o por miedo, más bien, a que aquel desconocido dejase de enviarle su rosa con dedicatoria por san Valentín al enterarse que ella tenía novio. Por una u otra razón, seguía viviendo sola y de la mano de su intriga sobre el señor S.
Se retrasaba. Ya habían pasado las 8 de la mañana y todavía nadie había picado a la puerta. Decidió entonces levantarse y empezar el día laboral que se presentaba, tan duro como el del día anterior. En la habitación, en el baño, en la cocina, el todas partes de la casa intentaba hacer el mínimo ruido posible por miedo a no oir el timbre, pero no se oía nada, nadie picaba a la puerta aquel año. Con decepción, se puso el abrigo y se colocó los cuellos hacia arriba, como intentando tener la caricia aunque fuera de un trozo de tela para no sentir el frío de la soledad. Agarró su maletín para ir a la oficina y abrió la puerta. Entonces lo vió. Un gran ramo de rosas rojas envueltas con cuidado en un papel transparente sujeto por una lazada blanca y en el centro una nota.
'Por la estela de las lágrimas rojas. Es tu destino, ¿lo tomas?'
Aquella era una dedicatoria muy extraña. ¿Estela de lágrimas rojas? ¿qué estela? ¿qué lágrimas? ¿qué quería decir todo aquello?Cinco años esperando para que ahora se rieran de ella. Las preguntas se sucedían entre rabia y nerviosismo, y entre toda aquella marejada, un pétalo se deslizó por su rostro hasta posarse en el suelo, donde unos cuantos pétalos más formaban una dirección. !Eso es! Una estela de pétalos rojos.
Posó todo lo que tenía en la mano y siguió los pétalos. Pero no llegó muy lejos, sólo hasta los buzones llenos como cada mañana de propaganda. Papeles de todos los colores, de todos los establecimientos y uno, el que asomaba de su buzón, tenía un pétalo pegado. Abrió rápido el buzón, cogió el sobre y mirándolo con miedo a lo que podía encontrarse, arrancó el pétalo y se lo metió en el bolsillo. En el sobre sólo había un billete de avión para esa mañana. Era un billete de ida con destino a París.
Aquel juego se complicaba. No podía dejarlo todo para irse a París sin saber con quién. Y mucho menos irse aquella mañana sin avisar a nadie y con un billete que no tenía la vuelta a casa. ¿o sí podía? al fin y al cabo, ¿no llevaba cinco años deseando saber algo más del señor S.?
Subió a su apartamento para hacer la maleta lo más rápido que pudo e ir al aeropuerto. Al abrir de nuevo la puerta, otra sorpresa la esperaba. Un sobre nuevo, éste contenía una trajeta del hotel parisino donde hacía cinco años había pasado unos días y su número de habitación. ¿Cómo podía saber el señor S. tantos detalles de aquel viaje? Nadie de los que allí conoció había vuelto a España. Sólo había una forma de saber quién era él y era ir a París. Así que sin pensarlo dos veces cogió su equipaje y fue a coger aquel avión.
París no había cambiado nada. La ciudad decían del amor, aunque amor fue poco lo que ella había encontrado en su primer viaje allí, o eso pensaba hasta aquella mañana. La citaba en París, en su hotel, en su habitación, y cuando estaba delante de la puerta su teléfono comenzó a sonar. Era de la oficina. David la llamaba para saber dónde se había metido y por qué no había ido a trabajar aquella mañana. No podía decirle la verdad, aunque sabía que él sabría que le estaba mintiendo, la conocía demasiado bien. Después de tantos años de haberlo dejado, él todavía había días que parecía intentar volver a tener algo, pero ella no lo permitiría. Había días que deseaba que el señor S. fuera David, sólo porque con él podía ser ella misma sin tener miedo a nada, porque él la comprendía y ella a él, pero aquello no podía funcionar.
Entró en la habitación. En el suelo había más pétalos de rosa que llevaban hasta la ventana principal del dormitorio. Las siguió y se detuvo por un momento ante aquella estampa con la torre Eiffel en el medio, hasta que una voz la arrancó de sus pensamientos sobre el señor S.
- No has venido a la oficina esta mañana, me acabas de mentir y aún así....espero que en tu vida no haya espinas y que las únicas lágrimas que recorran tu rostro sean los pétalos de una rosa deshojada.
No hicieron falta más palabras. David era el señor s. que ella quería que fuera y estaba allí de pie, frente a ella con su rosa en la mano. Aquel año no hubo dedicatoria ni en los sucesivos tampoco hubo una rosa por cada San Valentín, porque desde aquel último viaje a París se despertaba con una dedicatoria diferente cada día y las rosas entraban por la ventana de su dormitorio donde David había plantado un gran rosal para asegurarse de que se cumpliera la promesa que le hizo aquella mañana en París. Desde aquella mañana, todos los días eran San Valentín y cada mañana sus rosas lloran pétalos para recordarle aquel señor S. que ya tenía rostro y nombre.

2 Comments:

Anónimo said...

Bonito final y romántico al mismo tiempo. Ojalá el mundo fuera así siempre.

besos.

ARSINOE said...

snif, snif..que tierno. Bien por David, ya era hora de que se decidiera. Una historia preciosa.