miércoles, 6 de febrero de 2008

En la parada del bus

Helaba. El duro frío del invierno dominaba la calle y amenazaba con congelar a todo valiente que se atreviera a pasear por las aceras. A todo individuo menos a ella. Sentada en aquella parada con su largo abrigo gris y su gorro de lana. Como cada día desde hacía años, en el mismo sitio. A James le costaba controlar su marada para ni quedarse petrificado mirando a aquella mujer cuando se encontrada en frente de ella mientras esperaba el bus del colegio.


Helada. Así era la mirada de la mujer de la parada. Siempre fría, como ida, sin fondo en sus ojos. Su aspecto chocaba con la alegría que cada mañana acogía aquella parada con aquel autobús escolar, el mismo que James esperaba. El rostro de aquel niño le recordaba al de su pequeño. Y, entonces, el corazón se le estremecía aún más. Se había prometido cuidarlo sin cansancio, acompañarlo a cada destino y una mañana fría de invierno se había dejado tentar por el mal temporal para no salir de la casa. El sonido de la ambulancia había sido aún más amargo que el estridente pitido de su despertador. Era la voz de alarma,. la de su alma. Fua le primera vez que sentía cómo su corazón se encogía y apretaba fuerte en el pecho una fuerza que transmitía un sólo mensaje de peligro. Su pequeño, a lo que más quería en este mundo, perecía sobre una sábana blanca, pura como su infancia. El bus del colegio lo había llevado, pero no a un destino del que volvería con su sonrisa, siempre impresa en su iluminado rostro.


La mujer del abrigo gris y el gorro de lana nunca se lo había perdonado. Por eso, año después de aquel suceso, la cara del pequeño vecino inglés le traía dulces recuerdos y se prometió de nuevo proteger a aquel desconocido que le recordaba a su hijo. La mujer de la parada esperaba por James, le protegería, no se dejaría disuadir una vez más por el frío ni por el calor, nunca ya fallaría.


Doce años después, cuando auqels bus para James partía hacia la universidad el frío sacudió el ya fuerte cuerpo del que había sido niño. Miró a la parada, vacía y fría, por cuyos laterales arrollaban las gotas de lluvia que caían, como lágrimas. Aquella parada era la partida de un bus con un final desconocido. Un bus que paró para la mujer del abrigo gris y el gorro de lana. Entonces James lo entendió todo. La etapa del colegio había terminado para él, la promesa de la mujer por fin se había cumplido y su bus había pasado a recogerla, quizás el mismo bus que se llevó a su pequeño. Y todo en aquella parada de bus.

5 Comments:

FERNANDO SANCHEZ POSTIGO said...

Qué bonito leerte! Un placer para mi vista y mi cerebro. Besos.

Estefanía S.Redondo said...

Un poco triste esta semana, ¿no crees? Pero hay retos y/o encargos que me encanta aceptarlos.

Mil besos

ARSINOE said...

Unas historias cargadas de emociones..Dioses, que bonito escribes.

Estefanía S.Redondo said...

Gracias Tareixa! me alegr que te guste. A ver si empiezo a escribir algo más animado o menos melancólico porque si no voy a acabar cayendo en depresión!jajaja
Igual centrándome un poco ma´s en Egipto. ¿Proponéis algún tema en concreto?

ARSINOE said...

Si no fuera mucho pedir, algo sobre Keops, que el pobre faraón siempre tuvo fama de cruel y déspota, a ver si tú le suavizas un poco el carácter, je, je.