Le encantaba aquel aparato. Ruidoso y juguetón, el tren siempre había alimentado su fantasía de innumerables historias desde pequeña. El chiflar de la locomotora que la despertaba cada mañana en su casa de verano era el único sonido que conseguía arrancarle del cálido abrazo de las sábanas cuando era niña. Nunca olvidaría esa imagen del tren pasando por el límite de la finca de sus abuelos y de su abuela asomada a la ventana de la cocina reprendiéndola por no llevar nada más encima que el fino camisón de tirantes.
La casa de los abuelos era enorme. Rodeada de un inmenso jardín con palmeras, naranjos, avellanos y rosales, la vivienda se levantaba tres pisos del suelo y entre sus gruesos muros de piedra conservaba los recuerdos de su familia desde hacía más de cien años. Aquella casa había tenido de todo: establos, un bar, una tienda y hasta una guardería. Y de todo aquello ahora sólo quedaban grandes habitaciones que se fueron adecuando en el tiempo según las necesidades de sus abuelos.
Su habitación estaba en la buhardilla, que era tan grande como la planta de toda la casa. Por el invierno aquella estancia tan gran y apenas con mobiliario, le daba miedo. Las sombras de la noche, el chirriar de las maderas del suelo y sonido del viento...todo era motivo para estar asustado y pensar que algo raro iba a suceder en cualquier momento. Pero por el verano todo era diferente. No había apenas viento que la trasladara sin moverse de la cama al escenario de una película de suspense y en la ventana que se abría encima de su cama reflejaba el destello de miles de estrellas que parecían bailar en la laguna negra de la noche. Las noches de verano eran las que más le gustaba pasar en casa de los abuelos, y los despertares con el pitido del tren con el que bajaba a toda velocidad las escaleras de los tres pisos de la casa hasta llegar al jardín donde veía pasar el tren, mientras notaba el frescor del rocío posado en la hierba bajo sus pies.
Eran los trenes de madera. En los que los pasajeros del último vagón saludaban desde el pequeño balcón que servía de cola, en los que el juego de las ruedas al moverse hipnotizaba, y al que todavía se podía seguir con la mirada a un ritmo que te dejaba observar los detalles de los vagones.
Siempre le había encantado aquel aparato. Incluso en la actualidad, y después de haber pasado más de veinte años cogiendo dos trenes al día para ir de casa al trabajo, y del trabajo a casa. No quería parecer nostálgica, pero eran muchas las veces que se cruzaba por la calle con un pasajero habitual de su mismo vagón y sentía la tentación de ir a saludarle, como si se tratara de un amigo íntimo, y es que tantos viajes y días compartiendo asiento deberían estrechar amistades, o por lo menos crearlas. Entonces, cuando la razón tomaba el control de sus impulsos imaginaba cómo sería la relación de los pasajeros de los trenes que la despertaban de pequeña, aquellos trenes donde no todos los vecinos del pueblo podían permitirse el lujo de viajar todos los días. Quizás por eso, los pasajeros de aquellos trenes sí entablaban amistades, por ser menos o porque aún conservaban en su ser la actitud entrañable y amable de las personas; de las personas de verdad y no las de ahora tan frías e independientes del resto del mundo.
Puede, que por ese motivo, siempre dedicase sus días libres de trabajo a viajar en trenes turísticos, esos que intentando imitar el pasado, conservaban la estética de los primeros trenes, eso sí, de primera clase y con todas las comodidades del presente. Le encantaba acomodarse en sus amplios sillones, pasear por los vagones donde la gente era mucho más amable que en un cercanías, visitar el vagón comedor donde las mesitas sujetan lámparas antiguas y las ventanas están decoradas con cortinas muy bien colocadas. Esos eran los trenes que más le gustaban ahora, los que más se parecían a los de antaño y donde aún se podía respirar el calor de un viaje tranquilo y sin agobios. Un acierto. O eso pensaba ella que había sido el proyecto de las compañías de ferrocarril al proponer esos viajes turísticos por la región en trenes de siempre.
Y entonces, al llegar a la estación, el pitido que cuando era pequeña significaba el despertar hacia la felicidad, era ahora el despertar a la realidad, el final de un viaje inspirado en el pasado al que ya le ponían barreras. !Cómo odia esas horribles barreras automáticas!
Un niño, al otro lado de la barrera que marca la diferencia entre los que tienen billete y los que no, tira de la mano a su madre mientras le señala el tren que parece de juguete, un tren con aspecto de tener muchos años. Un tren al que ese niño sólo podrá ver desde el otro lado de la barrera, desde la frontera, pero sin sentir la libertad de un jardín enorme lleno de vida y paz ni el frescor de la hierba bajo sus pies. Ese niño nunca sentirá la atracción y verdadera devoción que ella siempre ha tenido por los trenes.
7 Comments:
Toda mi infancia me la pase pidiendo a los Magos de Oriente un tren de madera, pero ellos siempre se empeñaron en traerme muñecas y más muñecas..je, je.
A los niños "de antes" les fascinaban los trenes, supongo que como a los de ahora los aviones y los coches de F1. Mi padre siempre soñó con tener un tren eléctrico, que jamás tuvo. Mi abuelo, aún de muy mayor, iba a pasear a la estación para ver los trenes...
Y hoy los trenes han caído al olvido :-(
A mí me recuerdan los veranos de pequeña, cuando iba con mis abuelos a O Carballiño (Ourense) y, si me esfuerzo un poco, aún recuerdo la mayoría de las estaciones entre Coruña y Orense :-D
Todos tenemos muchos recuerdos de los trens por lo que veo je! La verdad es que el tren es el medio de transporte q más me gusta, aunque para viajes muy largos rpefiero el avión.
Por cierto Ivi, ¿cómo son los trenes en Egipto?
Yo no tuve tren en casa, pero me encantaba ver esas lindas maquetas de trenes. Hoy en día, el mundo de los trenes están cambiando su nivel debido al AVE.
un beso
A mi siempre me han gustado los trenes. Es mi transporte favorito (si no se tiene prisa). Tiene algo especial o de romántico, no sé...
Los trenes en Egipto, como el resto de Africa....muy viejos! En Tunez había de todo, pero se viajaba bien. Los de largo recorrido eran más grandes y nuevos que los de "cercanias" (por diferenciarlos de alguna manera).
Hay dos zonas. La de primera y segunda clase. La diferencia la marca el precio y como te puedes imaginar, la de segunda clase es la más demandada.
Este año me estreno en tren en Egipto. Será cuando bajemos a Luxor. El viaje durará toda la noche. Disponemos de un vagón cama y de cena por 5€ (no está mal). Ya te narraré la odissea a la vuelta!! :-)
Los trenes tienen un misterio especial. Los de juguete, esa magia de que van solos y jamás se salen del camino. Los reales, la capacidad para llevarte de forma cómoda y pasiva a lugares a los que no alcanza la vista.
Yo he escrito cosas sobre trenes y he viajado en tren menos de lo que me hubiera gustado.
Tu texto es precioso.
Un beso.
Fernando: yo tampoco tuve tren en casa, pero recuerdo que por las ventanas de mi colegio se veían pasar los trenes y eso siempre captaba mi atención. Nunca viajé en el AVE y la verdad que no será por ganas :-)
Asmahan: sé que lo leerás cuando vuelvas de tu viaje a Egipto. Espero ansiosa conocer tu nueva aventura. Mil besos
Félix: comparto contigo el notar ñla magia de los trenes, tanto los de las maquetas que no se salen del circuito como de los reales. Muchas gracias por tus palabras.
Mil besosssss
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