La página seguía en blanco. Sin vitalidad, los pétalos de las radiantes margaritas que hacía unos días miraban al patio desde su ventana, se desprendían briagados por el aire que los balanceaba hasta posarlos en alguna parte del escritorio. Fuera, la pasividad era constante.
Parecía un pueblo fantasma. Siempre vacío. Impasible a la llegada de la noche en las primeras horas de la tarde que lanzaba sobre los verdes jardines de la mañana un manto negro cargado de misterio y miedos. La visión no era el escenario adecuado para escribir una tesis doctoral. Ni siquiera unas cuantas líneas en cualquier papel con destino el buzón de una amistad lejana.
Pensar en los seres queridos le anudaba los nervios en la garganta impidiendo el limpio paso de la respiración. Entonces encendía la radio. Por su pequeño altavoz salían palabras irreconocibles para una mente extranjera y transportada en la nada a su país natal, afuera tan sólo se escuchaba la converación de algunos vecinos de habitación que regresaban al campus, quizás, después de haberse bebido un par de litros de cerveza para entrar en calor, para ahogar las penas y nostalgias o puede que para ser capaces de hablar en un idioma sin miedo a quedarse en blanco en medio de una explicación. El alcohol en aquel ambiente siempre ayudaba a hacer amigos de barra y noche.
El día era tranquilo. La noche anterior dejaba aún su rastro en habitaciones salteadas en los largos pasillos azules donde se podía oir el diálogo de alguna película, los sollozos de jóvenes arrepentidos de sus veladas nocturnas, los cotilleos pícaros de ojos invisibles pero atentos desde la sombra de algún bar. En alguna otra habitación, como en la suya, los pensamientos volaban en libertad y silencio hacia otras personas y lugares.
Allí estaban todos. Congelados en el tiempo, sin volumen y bailando en el corcho de una pequeña habitación. Cada una de aquellas fotografías le acercaba el calor de su tierra, las voces de los suyos conservadas en el baúl de su memoria, los escenarios que se manifestaban con su ambiente y alboroto.
- Ahora, ahora. Hazle la foto antes de que se de cuenta. Rápido!que ya van a sacar la falta. / Frío, lluvia y viento...
Sí. Aquella tarde el viento agitaba a todo valiente que se paseara por las calles, el frío amenazaba con penetrar hasta lo más profundo del ser, y la lluvia regaba los jardines que la tarde anterior habían acogido la fiesta de los estudiantes españoles. De fondo no se oían los cánticos de ninguna afición, pese a que el estadio de fútbol de club local quedaba próximo al campus. Eran canciones conocidas, el menos la melodía. Músicas que como ecos lejanos acercaban las letras que tantas y tantas veces había coreado a su equipo, en España,pero lanzadas a un equipo inglés y de las que apenas lograba identificar la letra. Era lo que menos importaba porque en su cabeza resonaban los himnos cantados en su grada, la de su estadio, las que iban a su equipo. Las mismas que su afición cantaba aquel día de partido en el que logró aquella foto que ahora compartía pared con el retrato de sus amigas de colegio.
-¿En serio dices que te vas a vivir con él?
- !Pero si sólo lleváis un año!
- De verdad te lo decimos. Te vas a acabar arrepintiendo. ¿No ves que nos queda mucha vida que disfrutar solteras por delante?
- La decisión está tomada.
Y de aquello ya pasaban cuatro años. La más pequeña del grupo, la que nunca había querido comprometerse con nada ni con nadie porque, como ella misma decía, 'me canso de todo y de nada a cada segundo' era la única con pareja estable. Tardaba en cansarse de ese trozo de su 'todo' y sonaban más cercanas las campanas de boda que las sirenas de ruptura. La más independiente del grupo era la primera en faltar a su palabra de adolescencia. No como ella, que desde la trágica pérdida de Omar se había prometido una y otra vez olvidarse de todo, pero eso era imposible.
Las flores en aquella curva de la carretera a Covadonga estaban presentes por él. No había mes, después de dos años del accidente que se había llevado la vida de Omar, que la madre no llevara un ramo fresco en la memoria del que había sido su único hijo. Tenía una mirada inolvidable y una carcajada contajiosa que lograba arrancar una sonrisa al más serio de la reunión. Si cerraba los ojos mirando la foto de Omar, todavía podía recordar el sonido de su risa, y ella misma sonreía antes de volver a abrir los ojos para mirar fijamente aquella fotografía colgada en el corcho de su habitación.
- Bájate de ahí, Omar. Te vas a caer y veo que terminamos en el hospital.
- ¿Qué vamos a acabar en dónde? Míra. Acércate. El agua está tan clara hoy que hasta se apetece tirarse aquí, aunque el golpe contra las rocas no debe de prestar mucho.
- No digas tonterías. Bájate de ahí que te vas a caer.
- Saca una foto. Ahora que viene.
La foto nunca hubiese quedado mejor con la espuma de la ola en su espalda, como anunciando su resurgir. Después de tantas risas y aventuras juntos, los meses posteriores a su muerte habían sido los más fríos y vacíos para ella. El brillo de sus ojos que a él tanto le gustaba se había ahogado entre las lágrimas y el miedo a la soledad le invadía por momentos, alejándola de toda relación social. Había decidido dejar una página en blanco, pasar hoja y comenzar un capítulo nuevo. Pero el recuerdo de Omar era ya imborrable, y el manto de la soledad cubría su vida cada vez que miraba aquellas fotografías.
La hoja sobre el escritorio seguía en blanco. Los sonidos de las demás fotografías se congelaron permitiendo entrar en la habitación un estricto silencio, las imágenes en ellas impresas era cubiertas por un velo aguoso creado por las lágimas que se acumulaban en sus ojos. Ni siquiera se veía una luz en el cielo negro que también lloraba aquella noche apagando la luz de las estrellas. Y en medio de todo aquello, el paso de la soledad volvía a posarse en sus hombros, invadiendo una pequeña habitación de un campus universitario lejos de todos los suyos.
La limpieza de la hoja que aún aguardaba sobre el escritorio se mostraba ahora como un obstáculo infranqueable y en su agonía crecía el miedo de tener que sentir cada día el frío de la soledad. No quería rellenar la novela de su vida de páginas en blanco. Un día más se propuso pasar página y comenzar un nuevo capítulo.
1 Comment:
Cada final es un nuevo principio. Ha pasado página, ha acabado un capítulo..yo casi diría que debería empezar un nuevo libro..
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