No corría ni una gota de brisa en aquel camerino. Afuera se escuchaba a la gente que poco a poco iba llenado el aforo de la sala que una noche más acogería los bailes de Aset. Era el sonido con el siempre soñaba antes de quedarse dormida imaginando una vida pacífica y cálida rodeada de las más antiguas tradiciones con las que su abuela conseguía dormirla cuando era niña. No era aquel estilo de vida el que quería, pero ya no había marcha atrás.
Mujer ya madura, veía cómo las bailarinas más jóvenes llenaban las salas de teatros y cabarets por su belleza más que por el respeto y expansión a una tradición honorable como era la danza más antigua que se conociera. Muchas de ellas ni siquiera se interesaban en el sentido de cada movimiento y eso se notaba encima del escenario. Ya no transmitían sensualidad, no había comunicación con el público, habían hecho de los movimientos sagrados de la época faraónica un mero espectáculo de luz, sonido y donde los más desentendidos confundían la sensualidad con la obscenidad. Pensar en la atmósfera que ahora envolvía a la danza oriental la enfurecía como lo haría con su abuela de estar aún viva. Todo ello la hacía recordar su pasado, cuando había tenido que marchar de su país para escapar de los celos e imposiciones de su marido. Su cuento de hadas se rompió tan sólo un mes después de haberse casado con aquel apuesto joven que había conocido en uno de sus espectáculos. Parecía que él también amaba la danza y que la amaba a ella no por su cuerpo o sus ondulantes movimientos cuando bailaba, sino por su ser. Se había equivocado y pretendía apartarla de los escenarios, quería poseerla y no amarla con libertad.
Separase del hombre al que ella, sin embargo, amaba había sido la lucha más difícil de toda su vida. Aquella que, no obstante, había dejado profundas brechas en sus sentimientos. Ahora todo iba mejor a pesar de llevar una vida más humilde y lejos de los suyos.
Mujer ya madura, veía cómo las bailarinas más jóvenes llenaban las salas de teatros y cabarets por su belleza más que por el respeto y expansión a una tradición honorable como era la danza más antigua que se conociera. Muchas de ellas ni siquiera se interesaban en el sentido de cada movimiento y eso se notaba encima del escenario. Ya no transmitían sensualidad, no había comunicación con el público, habían hecho de los movimientos sagrados de la época faraónica un mero espectáculo de luz, sonido y donde los más desentendidos confundían la sensualidad con la obscenidad. Pensar en la atmósfera que ahora envolvía a la danza oriental la enfurecía como lo haría con su abuela de estar aún viva. Todo ello la hacía recordar su pasado, cuando había tenido que marchar de su país para escapar de los celos e imposiciones de su marido. Su cuento de hadas se rompió tan sólo un mes después de haberse casado con aquel apuesto joven que había conocido en uno de sus espectáculos. Parecía que él también amaba la danza y que la amaba a ella no por su cuerpo o sus ondulantes movimientos cuando bailaba, sino por su ser. Se había equivocado y pretendía apartarla de los escenarios, quería poseerla y no amarla con libertad.
Separase del hombre al que ella, sin embargo, amaba había sido la lucha más difícil de toda su vida. Aquella que, no obstante, había dejado profundas brechas en sus sentimientos. Ahora todo iba mejor a pesar de llevar una vida más humilde y lejos de los suyos.
Desde que llegó al occidente, a Europa, Aset había luchado por impulsar los valores más puros de una danza que comenzaba a renacer con brillo en su nueva patria. Con estragos y dificultades, consiguió vivir de su pasión encima de escenarios que parecían respetar aquellas coreografías, rodeada de amigas y alumnas que compartían su sentir y aprendían con ella el significado de la danza oriental y también las costumbres de su tierra. Tendrían que ser momentos nostálgicos para ella, pero era todo lo contrario. Era en esas conversaciones cuando se veía como a su propia abuela, contando historias antiguas y cantando himnos ya por nadie entonados que le acercaban la esencia de su tierra.
Afuera el ajetreo de la gente era cada vez mayor. Encendió una vara de incienso para concentrarse, puso música muy suave para despertar sus sentidos y comenzó a preparase. Todo estaba perfectamente colocado sobre el tocador del camerino. El maquillaje, el kohl negro para el contorno de los ojos, las sombras brillantes. Aquellos productos la animaban a dar vida a los días que se hacían grises por momentos cuando la marea de recuerdos subía a su memoria. Se concentró. Cogió una brocha y comenzó a maquillarse.
Afuera el ajetreo de la gente era cada vez mayor. Encendió una vara de incienso para concentrarse, puso música muy suave para despertar sus sentidos y comenzó a preparase. Todo estaba perfectamente colocado sobre el tocador del camerino. El maquillaje, el kohl negro para el contorno de los ojos, las sombras brillantes. Aquellos productos la animaban a dar vida a los días que se hacían grises por momentos cuando la marea de recuerdos subía a su memoria. Se concentró. Cogió una brocha y comenzó a maquillarse.
Le encantaba perfilar sus ojos con la pintura negra, como hacían los egipcios en tiempos faraónicos para ahuyentar a los insectos. El ritmo de la darbuka que salía ahora de los altavoces agitaba su corazón que parecía estremecerse en cada latido. Aquel ritmo tan marcado le devolvía la alegría y sin apenas darse cuenta, producía una sonrisa en su rostro.
El tiempo apuraba y sólo faltaba ponerse el traje que con tanto cuidado había diseñado un buen amigo de El Cairo para ella, y justo para aquella noche. Esta vez no saldría con las alas de Isis, no habría espectáculo en su baile, tan sólo transmitiría un sentir, unas vibraciones que se comunicarían con el público e intimidad en la mirada, resaltada con el kohl y el velo que cubría el rostro y difuminaba su figura. El color rojo de su traje con piedras y encajes dorados como el membrete de su velo mostraba la pasión que Aset sentía por aquella danza.
El tiempo apuraba y sólo faltaba ponerse el traje que con tanto cuidado había diseñado un buen amigo de El Cairo para ella, y justo para aquella noche. Esta vez no saldría con las alas de Isis, no habría espectáculo en su baile, tan sólo transmitiría un sentir, unas vibraciones que se comunicarían con el público e intimidad en la mirada, resaltada con el kohl y el velo que cubría el rostro y difuminaba su figura. El color rojo de su traje con piedras y encajes dorados como el membrete de su velo mostraba la pasión que Aset sentía por aquella danza.
Mirando con cuidado detrás de la cortina que aún cubría el escenario hacia el aforo pudo ver caras conocidas. Allí estaban todas sus alumnas, las que lo habían sido y las que aún lo eran, conocidos de otros espectáculos y amigos llegados incluso de El Cairo, como su hermana. Ella había viajado hasta Europa aquella semana sólo para verla actuar y para pedirle que volviera a casa, a su casa, refiriéndose a la casa donde habían crecido. Aset no quería dejar Europa y la vida tranquila que llevaba en aquel continente, pero también le hacía ilusión volver con los suyos y dejarse empapar de nuevo por sus raíces.
La profunda voz de un presentador invisible frenó sus pensamientos y puso en alerta todas las partes de su cuerpo. Los últimos retoques en el traje y el velo, los ánimos de los que esperaban con ella y la última gran concentración antes de pisar el escenario. Entrando ya en el escenario a paso pausado, mirando a los ojos de cada persona que la miraba esperando su respuesta, invitando con sus manos a compartir aquel baile, sólo se concentraba en su última actuación antes de que volviera a bajar el telón y en su cabeza recordaba las palabras que tantas veces había repetido a sus alumnas:
"la bailarina de danza oriental siente la música en su cuerpo. Es su sangre, impulsada con cada golpe de la darbuka que late en su corazón. Hay que sentir cómo recorre todo nuestro cuerpo despertando nuestras caderas que se desperezan con golpes, nuestras manos y brazos que ondulean hechizantes y nuestro vientre que vibra como símbolo de vida, porque ese es el origen de esta danza, la fertilidad, la creación de la vida en nuestro interior. Dejad que nuestro cuerpo baile al son de las darbukas e invitad con la mirada a quienes sienten las caricias de nuestros movimientos. Entonces la magia de la danza oriental habrá conseguido renacer de nuevo como Isis logró que lo hiciera Osiris y como Ra lo hace a cada amanecer".
La profunda voz de un presentador invisible frenó sus pensamientos y puso en alerta todas las partes de su cuerpo. Los últimos retoques en el traje y el velo, los ánimos de los que esperaban con ella y la última gran concentración antes de pisar el escenario. Entrando ya en el escenario a paso pausado, mirando a los ojos de cada persona que la miraba esperando su respuesta, invitando con sus manos a compartir aquel baile, sólo se concentraba en su última actuación antes de que volviera a bajar el telón y en su cabeza recordaba las palabras que tantas veces había repetido a sus alumnas:
"la bailarina de danza oriental siente la música en su cuerpo. Es su sangre, impulsada con cada golpe de la darbuka que late en su corazón. Hay que sentir cómo recorre todo nuestro cuerpo despertando nuestras caderas que se desperezan con golpes, nuestras manos y brazos que ondulean hechizantes y nuestro vientre que vibra como símbolo de vida, porque ese es el origen de esta danza, la fertilidad, la creación de la vida en nuestro interior. Dejad que nuestro cuerpo baile al son de las darbukas e invitad con la mirada a quienes sienten las caricias de nuestros movimientos. Entonces la magia de la danza oriental habrá conseguido renacer de nuevo como Isis logró que lo hiciera Osiris y como Ra lo hace a cada amanecer".
9 Comments:
Aynsss...El texto me recuerda un montón de cosas...Te felicito, has sabido expresar el sentimiento de una bailarina minutos antes de salir al escenario. Un abrazo
Hola llevo por casualidad a tu blog (a traves del de Fernando). Escribes muy bien, me ha gustado mucho como has transmitido las sensaciones de la bailarina, pero sobre todo el como has plasmado la escenografia que la rodeaba.
Un saludo.
Una danza espléndida, mágica y misteriosa..Nada que ver con algunos espectáculos que nos venden en su lugar en estos tiempos, que como tú dices resultan obscenos y hasta pornográficos..nada que ver con la tradición.
Salam!!!!
gracias por vuestras respuestas. Me encanta que os gusten mis textos.
Asmahan: dicen que soy muy observadora y puede que haya sabido plasmar ese ambiente por lo que he visto o he aprendido contigo, por cierto, el mes que viene hago un añito. Por cierto, las palabras del final que aset dice a sus alumnas, a mi no me lo han dicho, pero es lo que yo me transmiten las clases.
elha: bienvenida a mi blog!!gracias por tus letras. Por cierto, ¿bailas danza oriental?
tareixa: sé que te debo un texto sobre Keops, me estoy informando para no poner muchas mentiras :p Y sobre lo que dices de la danza oriental, la verdad que como a aset a mi también me enfurece ver cómo algun@s 'admiran' esta danza milenaria como algo sexual. ¿qué se va a hacer? siempre habrá ignorancia.
Mil besosss
Me alegro de poder transmitirte todo lo que la danza significa para mi, en las clases y en los espectáculos.
Un abrazo a mi querida "voz en off".
Espero ese texto sobre Keops, pero no hay prisa, tú a tu ritmo..a un amigete mio le va a gustar mucho, je, je..
Una vez más, magnífico. Reflejas muy bien lo que siente la bailarina. Me la imagino bailando en El CAiro. Un beso.
Me gustan tus historias. Tienen una sensibilidad que no es fácil expresar sin caer en la sensiblería. Enhorabuena. Me gusta el toque exótico y original de tus personajes.
Prometo volver.
Un beso.
Qué bellos tus relatos, nos ha encantado tu blog...
Pasaremos sin duda y gracias por tu visita!!!!
Sherezade
N&R
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