miércoles, 7 de octubre de 2009

Dikra

Por fin he comenzado con el taller literari. Espero poder mejorar mi estilo y narración según vaya haciendo los ejercicios que nos proponen. Y también refrescar mi creatividad, que últimamente está un poco 'seca'.
Os pongo aquí abajo uno de los ejercicios propuestos para que me déis opinión. Se trataba de realizar una descripción de alguien conocido, más que nada, para que nos fijáramos y destacáramos aquellos rasgos y detalles que siempre pasamos por alto de las personas que nos rodean.
Se lo dedico a una de mis compañeras de Erasmus: Dikra
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Sus ojos parecían ventanas a la inmensidad de la noche. Sus largas y tupidas pestañas abanicaban lentamente su mirada, adornada por el khrol y las brillantes sombras de los cosméticos. Su blanca tez parecía esconder una fina y coqueta nariz que se afilaba con cada una de sus sonrisas, dejando entrever a cada uno de los lados unos pómulos rosados que enmarcaban la expresión de una tierna juventud. Sobre sus gruesos labios siempre brillaba un tímido brillo que le ayudaba a resaltar una dentadura no tan bella y perfecta como el resto del rostro.
Le encantaba untarse de bálsamo los labios. Siempre lo aplicaba con su dedo corazón, mientras que con los otros intentaba esparcir mejor el maquillaje que con el pasar de las horas se acumulaba las dos pequeñas hendeduras, una a cada lado de la comisura de los labios y resultado de su constante sonrisa. En sus manos siempre lucía brillantes sortijas de cristal de Swarovski, hechas por ella misma, que de vez en cuando se quitaba para aplicarse una crema que le aportaba la suavidad y el olor que la caracterizaba. Parecía que utilizara todos los perfumes y cosméticos procedentes de una misma sustancia. Sus manos, su ropa, su pelo; todos dejaban el mismo rastro embriagador para muchos.
El movimiento exagerado de sus caderas, aún por definir, hacía que los negros rizos de su melena bailaran de un hombro a otro. Por su rostro, se deslizaba un mechón enroscado en sí, pasivo del vaivén del resto y con el que ella solía jugar cuando estaba aburrida. Bajo el nacimiento de ese negro tirabuzón se escondía un pequeño lunar de forma un poco ovalada, idéntico al que tenía al lado izquierdo de su cuello y que sólo se dejaba ver cuando la curiosidad le hacía estirarse e inclinar la cabeza hacia atrás. Más lunares se esparcían por sus brazos. Era con ellos con los que se divertía y relajaba uniendo unos con otros, como si estuviera realizando uno de esos pasatiempos infantiles en los que tienes que unir puntos numerados para descubrir un dibujo.
Le gustaban los lunares y odiaba los tatuajes y piercings, lo que no le impedía adornar sus orejas con grandes pendientes de los que siempre colgaban monedas y bolitas, percusionistas de un tintineo que siempre la acompañaba en cada movimiento que hacía. Aquel sonido, como de campanillas, era característico en ella. Parecía ser una caja de sorpresas por descubrir y de música susurrada por sus labios siempre que paseaba sola por la ciudad.