miércoles, 30 de julio de 2008

EntreLíneaS

Lo había hecho. Al final la curiosidad puede a la moral y el ser humano siempre acaba cediendo. Pese a su corta edad, Luc conocía bien los puntos débiles de su hermana. Compartían más que la sangre y los genes, les unía la curiosidad por ir más allá de lo que pasaba ante sus ojos. Al parecer, Leire había investigado en aquella esquina de su cuarto que había salido disparada de la pared con el puntapié de Luc y ella le había devuelto la patada. Ahora le tocaba a él responder.
Apartó todos los recipientes que contenían el puzzle que se había propuesto hacer para no golpear ninguno y derramar las piezas que contenían, y colocó el cajón secreto de su cuarto para volver a golpear suavemente la esquina que activaba la trampilla en el cuarto de al lado. Al poco rato, el cajón volvió a aparecer en su dormitorio. Creía que conocía a su hermana y que aquello era fruto de la respuesta de Leire, pero para asegurarse Luc decidió iniciar un juego de intercambio, tal y como hacían cuando él era más pequeño.
El juego era fácil. Uno de los dos tenía que hacerle llegar al otro un objeto personal que requiriera de una posesión que el otro tuviera a mano. Por ejemplo, Leire siempre comenzaba el juego metiendo debajo de la almohada de Luc una bufanda con el mismo estampado que los guantes de Luc. Entonces él tenía que hacerle llegar sus guantes con otro objeto para que continuase el juego. Luc no se complicó. Sabía que los guantes llamarían a la bufanda de Leire si es que ella había aceptado participar en su aventura. Rebuscó en los cajones hasta encontrar uno de los guantes, lo metió en el cajón secreto y dió el golpe en el zócalo para que aquella trampilla pasase a la habitación de su hermana. Leire no falló. No habían pasado ni diez minutos cuando desde el cuarto de al lado se oyó un golpe para activar aquel cajón. En su interior se encontraba la bufanda y un bolígrafo.
Luc se quedó atónito mirando aquel bolígrafo. En él había un sarcófago que recorría todo el cuerpo del bolígrafo según lo movías hacia abajo o hacia arriba. Realmente no sabía qué pretendía Leire que le devolviera con aquella pista. ¿Una carta?¿Un dibujo de Egipto?¿Un mensaje?El mensaje.
Luc se acordó entonces del papel con el mensaje tan raro que había encontrado del otro zócalo que se había movido en su cuarto y fue a buscarlo, pero aquella vez no apareció. No estaba, había desaparecido de la caja donde lo había escondido para que nadie lo viera, ¿o se lo había dejado olvidado sobre la mesa y Marie lo había tirado a la basura? No podía ser, algo tan importante como un mensaje sin descifrar no lo habría dejado abandonado como si nada sobre la mesa y ante el peligro de que un adulto lo tirara. Siguió buscando sin encontrar nada, entonces un golpe en la pared volvió a captar su atención. Leire estaba impaciente por continuar el juego. Entonces él le escribió una nota:
'Ha desaparecido'
Esta vez fue Leire la que tardó en contestar. Luc pensaba que igual no lo había entendido, pero se equivocaba. Su hermana le respondió, pero al día siguiente y durante el desayuno. Era la primera vez que Leire rompía las reglas del juego, eso era señal de que estaba interesada por la historia que le había contado Luc el día anterior.
- Es el libro de los muertos. ¿Qué tal va ese puzzle?
Fue lo único que dijo y era bastante para que Luc entendiera que aquel puzzle iba a ser el confidente de su hermana, él y la aventura que compartirían.

martes, 22 de julio de 2008

EntreLíneaS



Los soldados cuadraban firmes. Desde aquel lado de la cama observar el regimiento de las pequeñas figuras de plomo imponía a cualquier intruso, para él aquellas filas eran su ejército. Casi debajo de la mesa donde se levantaban los soldados de plomo, se veía el zócalo que había albergado durante quién sabe cuánto tiempo aquel extraño mensaje. Al otro lado de la pared, el ambiente del Antiguo Egipto inundaba la habitación de su hermana.


La brisa juguetona se metía entre las arrugas que dejaba el caer de las blancas cortinas. El olor del incienso volaba por el dormitorio embriagando la mente de Leire, transportándola a otro lugar. Sentada en su tocador con su camisón de estilo romántico, miraba con añoranza las páginas de la pequeña libreta que desde hacía unos años la había acompañado allá a donde iba. Como si la tinta tatuada en ellas gritara su nombre, Leire acariciaba cada palabra con las yemas de sus dedos. La libreta granate de anillas doradas guardaba el mayor tesoro de la joven, sus sentimientos y pensamientos. Seguir con el tacto de sus dedos la caligrafía sellada en las páginas amarillentas de aquel montón de hojas la ayudaba a sentir próximas a sus amigas de siempre, las que había dejado atrás con la mudanza, y también a recordar a aquel chico con el que nadie, ni siquiera ella, sabía si entre ellos había pasado algo más que un bonito recuerdo alimentado de algunos paseos por la ribera del río grande como para considerarlo su novio, o tan sólo había sido la ilusión que se mantenía ahora como fruto de la distancia. Fuera lo que fuera, el ritual de firmar una nueva página con sus suspiros transformados en letras siempre provocaba una fría lágrima que rastreaba el rostro de Leire bañando cada facción.



A Luc le encantaba pasear por el interminable pasillo de la planta superior de su casa. Sentía cuando lo recorría, visitar diversos sentimientos que le permitían traspasar las frontera que interpone la piel del cuerpo para llegar a lo más profundo de sus seres queridos. El ambiente oriental que desprendía la habitación de su hermana reflejaba la melancolía que invadía a la joven y provocaba, al mismo tiempo, una gran obstrucción en el interior de Luc que se veía incapaz de salvar de aquel abismo a su única hermana. Unos metros más allá, la puerta siempre entreabierta del dormitorio de mamá desprendía su aroma. Era un perfume que imponía el respeto que se le tiene a un adulto, pero también el cariño que hay hacia una madre. Ella, al igual que Leire, había conseguido impregnar de personalidad su pequeño y privado espacio, algo que ni Luc ni papá habían conseguido aún, quizás por eso que dicen que las mujeres son más fieles a su interior, a su yo, más que los hombres. Lo que sí había conseguido papá era dejar aquel olor a tabaco cerca de la puerta de su despacho, un olor que a mamá le levantaba jaqueca y a Leire le causaba náuseas.


Cada dormitorio conservaba ya, apenas un mes después de haber llegado a su nueva casa, el olor característico de cada miembro de la familia y todas ellas guardaban a la vez un pequeño recuerdo de Marie, o más bien de los productos que elegía para asear los cuartos de baño y para librar los estantes de la capa blanquecina de polvo.




Abajo, en el jardín, los arbustos ya habían tomado diversas formas de animales y símbolos que para un niño de la edad de Luc no tenían ningún significado. Por las ventanas abiertas de la planta inferior de la casa entraba el olor a las flores que trepaban por las paredes. En la cocina, el ajetreo era el habitual a aquella hora de la mañana, entre preparar el menú que se serviría al mediodía y colocar los productos que acababan de llegar del supermercado. La casa era enorme, pero después de un mes, había pocos rincones que Luc no hubiese investigado y lo peor de todo, aún no había conocido a ningún niño con el que compartir sus aventuras. Así que, pensando en cómo podría conocer a alguien de su edad en aquel pueblo que parecía abandonado, regresó a su habitación.




Leire había cerrado por completo la puerta de su dormitorio y Luc hizo lo mismo tras cruzar el umbral de su cuarto. Aquella habitación se estaba convirtiendo poco a poco en su fuerte, en una sala donde se concentraba todo lo importante para él, era su mundo y su vida. Abrió el armario donde guardaba todos sus juguetes, y algunos que su madre había encontrado en el desván, lo más probable que propiedad de los niños que había habitado aquella casa antes que su familia. Cogió la vieja caja de un puzzle que en la portada presentaba el dibujo de un atardecer en las pirámides de Egipto. Era una estampa realmente maravillosa, de esas que te invitan a soñar despierto en medio de la nada.




Abrió la caja y volcó todas las fichas que contenía dentro. Por suerte no salió con ellas ninguna araña ni otro tipo de esos animales que tanta fobia le dieron siempre a Luc. Las colocó todas de forma que se viera el dibujo de cada una, buscó recipientes donde colocar las piezas parecidas y comenzó a seleccionar. Sería un trabajo difícil el terminar aquel puzzle con tantas piezas iguales que formaban la arena del desierto, a lo que se sumaba que las paredes de las pirámides tenían un color similar al de algunas dunas que se veían también en la caja del puzzle. Así todo, se decidió a comenzarlo, ya que no tenía otra cosa mejor que hacer. En su antigua casa, él y su padre solían hacer puzzles de barcos y batallas navales, que era lo que más les gustaba a los dos. Después que aquella experiencia que acogió el montaje de más de diez puzzles, Luc estaba preparado para enfrentarse al desafío de las piezas del desierto él sólo.




Ya había separado todas las piezas con un borde liso, las que formaban el marco del puzzle, cuando con su pie dio un puntapié a la única esquina de su habitación que comía terreno de la misma. Tras tocar aquella pieza de madera que recubría la zona más bajas de la esquina, se oyó el abrir de una cámara. ¿Otra trampilla en su habitación? ¿Qué era aquello, una broma o era producto de su imaginación y nada había sonado? Dejó por un momento el puzzle a un lado para investigar cada rincón de su dormitorio. Tenía que descubrir dónde estaba la nueva trampilla.




La esquina que había recibido su puntapié no mostraba ninguna variación. Ni grietas abiertas, ni el zócalo metido hacia dentro, ninguna pieza a distinto desnivel de las otras. Nada. Aquello sí que era un misterio.




Leire picó a su puerta y sin esperar respuesta la abrió pidiendo explicaciones al destrozo que Luc había hecho en su cuarto. El sonido había existido. Con el puntapié de Luc en aquella pieza, otra en la habitación de su hermana pareja a la misma se había desplazado dejando un hueco, era como un cajón que comunicaba ambos dormitorios. Luc intentó explicarle a su hermana todo lo que había encontrado, incluso le habló del mensaje que escondía otra trampilla del zócalo, pero Leire lo tomó como otra broma de su hermano pequeño.




A su adolescencia, no tenía ni tiempo ni ganas para aguantar chiquilladas. Por lo que no dejó que su hermano entrara en su habitación para comprobar que desde allí también podría abrirse la misma trampilla en su habitación. Aquello tenía que significar algo, esta vez iba en serio la existencia de un tesoro en un lugar inexplicable, pero ¿qué era?¿dónde estaba? ¿quién lo había escondido y para qué? Las preguntas comenzaban a rebotar pronto en la cabeza de Luc que no lograba ni concentrarse con el puzzle. Ahora, era más importante idear la manera de involucrar a Leire en aquello. Sin su ayuda sería imposible encontrar nada.

viernes, 11 de julio de 2008

Las excavaciones de la UJA en Egipto comienzan a dar los primeros resultados

El pasado uno de julio comenzaron las excavaciones de la Universidad de Jaén en la necrópolis faraónica de Qubbet el Hawa (Asuán, Egipto). La primera fase consiste en la excavación del patio de acceso a la tumba de un noble, lo que llevará al menos dos semanas. Durante estos primeros días, el equipo investigador dirigido por el profesor del Área de Historia Antigua de la institución universitaria jienense, el doctor Alejandro Jiménez Serrano, ha descubierto un depósito de cerámica de época medieval, un ostracón (un trozo de cerámica con texto) y una estela funeraria de época faraónica.
Las excavaciones se desarrollarán durante todo el mes de julio y en ellas participa un equipo multidisciplinar. Además, se ha podido acceder al interior de la tumba, donde se han realizado mediciones de la misma y se ha descubierto que la cámara funeraria se encuentra al final de un pozo de 10 metros de profundidad. Los investigadores aún no saben si el enterramiento está intacto.
Este proyecto de investigación de la Universidad de Jaén se ha podido llevar a cabo gracias a la financiación de la propia Universidad, la Asociación Española de Egiptología, Caja Rural de Jaén y la empresa Guillermo García Muñoz SL. Gracias a estos esfuerzos desinteresados, la Universidad de Jaén se une al selecto grupo de universidades y centros de investigación extranjeros (solo hay tres misiones españolas más en el país del Valle del Nilo).
Los objetivos de esta primera campaña se centran en la realización de un plano topográfico de la zona, la limpieza del acceso de la tumba, la creación de un acceso seguro para que en los próximos años se pueda documentar y estudiar la gran cantidad de objetos que hay en el interior y el estudio del estado de la tumba.
La tumba fue construida probablemente para un noble y su familia en el periodo del Reino Medio (1800 a.C.) y seguramente fue reutilizada posteriormente. Es una de las más grandes de la necrópolis.

sábado, 5 de julio de 2008

EntreLíneaS

El canto de las aves era el único despertador que había aún en aquella casa. Estaba claro que a mamá no le había dado tiempo a deshacer todos los paquetes el día anterior y que el día que amanecía requeriría un trabajo en conjunto de toda la familia para adecuar la vivienda a su gusto.




Luc intentó llamar varias veces a Marie, pero fue en vano. No recordaba que la casa tenía dos pisos y que lo más probable era que su nana estuviera abajo preparando los desayunos para la familia y colocando todos esos aparatos tan raros que Samuel, el nuevo empleado, había pedido. Él decía que todos eran necesarios para preparar sus platos, algo que Luc no comprendía porque siempre había muy buena comida y platos en su casa y ni mamá ni Marie habían necesitado nunca todos esos cacharros. En fin. Igual con ellos probaban sabores nuevos o quizás las comidas tradicionales de aquel lugar tenían que hacerse con esos cubiertos.




Unos golpes en la pared que le quedaba a los pies de la cama, la que dividía su habitación con la de Leire, hicieron que Luc se levantara de la cama, pese a lo a gusto que estaba entre las sábanas, y fuera a ver qué estaba pasando en el cuarto de su hermana.




Lo que se imaginaba. El rostro de Leire era sincero con sus sentimientos. En aquellos momentos en los que Luc sabía perfectamente lo que le sucedía a su hermana con tan sólo mirarle a la cara, recordaba las palabras que solía decirle el abuelo. La cara de la joven, pecosa y con sus ojos verdes, era como un loto abierto, desprendiendo toda su esencia, sus sentimientos. La mirada de Leire aún aguardaba las últimas lágrimas del disgusto desatado la noche anterior por la mudanza, pero bajo aquella tristeza se escondía una fuerte ira que Luc conocía muy bien. Cuando Leire se enfadaba, el frágil loto se convertía en una fiera capaz de atacar a todo el que osara calmarla.




Con la cama deshecha aún y con algunas cajas abiertas, la habitación de Leire ya había comenzado a transformarse. Luciendo su camisón blanco, casi transparente, con tirantes fruncidos con hilo dorado, Leire intentara clavar un enganche en la pared para sujetar las cortinas que daban a cualquier lugar ocupado por su hermana su toque personal. Por la ubicación de todos los objetos necesarios, Luc averiguó las intenciones de su hermana. Al igual que en su anterior dormitorio, el de su casa de siempre, Liere recrearía un idílico escenario inspirado en el antiguo Egipto.




Los cojines de mil colores que cubrirían la cama durante el día, ya estaban por el suelo; su cama estaría orientada al oeste, para coincidir con la puesta de sol, el lugar de la muerte según creían los antiguos hijos del Nilo, como llamaba Leire a los egipcios. A la derecha iría el tocador blanco y con decoración abstracta y muy cerca de una ventana para permitir que el sol acariciase su rostro cuando se sentara en la pequeña silla que acompañaba el mueble. Sobre él ya descansaba la caja que había servido de transporte para todos los frascos de fragancia también de colores, como los cojines y con aquella forma tan peculiar, tan oriental. Las cajas de madera de ébano que guardaban los secretos de Leire y el espejo de mano redondo en cuyo revés aparecía el ojo de Horus. Todos esos objetos tomarían la misma posición que ocupaban en su anterior vivienda, al igual que lo haría la pequeña mesa redonda y con grabaciones en estaño y marfil que luciría bajo las cortinas que Leire intentaba colgar.


Ante aquel desorden, Luc decidió bajar a desayunar. La cocina presentaba un aspecto ordenado y limpio. Samuel se había tomado su tiempo para dejarlo todo impecable y en su sitio, tanto que hasta daba apuro entrar en aquella cocina. Un sentimiento que pronto se esfumó de la cabeza del niño ante la presencia de los bollos que sobresalían de una cesta de mimbre sobre la barra de la cocina y con aquel olor a chocolate ácido que pedía a gritos una cucharada de azúcar.


Los desayunos era lo que más le gustaba a Luc. Le encantaba ver cómo el azúcar se fundía en el chocolate caliente, y después cómo la cuchara tenía que hacer un esfuerzo para abrirse un hueco entre el líquido espeso de la taza. Sin duda disfrutaba con ello. Estaba en mitad del ritual de su desayuno cuando sus padres irrumpieron en el hall con un griterío imposible. Lleno de curiosidad, Luc cogió un panecillo en una mano y en la otra su taza de chocolate y se fue a ver qué pasaba.


Un hombre con pinta de pobre hablaba en un idioma extraño. No se le entendía ni una palabra, pero sus gestos de brazos y cara tan exagerados daban a entender que lo que decía era importante, al menos para él. Papá lo despidió de la casa como él solía hacer, con su sonrisa y buena educación, invitándolo a salir más que expulsándolo. Él sí había entendido todo lo que aquel hombre había dicho, pero se negó a descifrarlo en cuanto notó la presencia de Luc.

¿Qué quería esconder su padre de las palabras que había dicho aquel hombre?


Leire también había aparecido en lo alto de la escalera, alterada por las voces. Papá hizo como si no pasaba nada, mamá sonrió quitándole importancia al tema y ascendió las escaleras hasta encontrarse con Leire. Era claro que el espectáculo había terminado y que de él no iba a saber nada más de lo que había presenciado, por lo que la mejor opción era olvidarse de ello por un momento y seguir disfrutando del desayuno.


Samuel no se había enterado de nada. Estaba canturreando alguna canción desconocida para Luc mientras entraba y salía por la puerta lateral de la cocina que daba a la calle para colocar los paquetes que había acercado a la casa el servicio a domicilio del supermercado. Papá ordenaba a un grupo de tres hombres jóvenes qué era lo que tenían que hacer en el jardín, mamá seguía colocando toda su ropa en el gran vestidor del dormitorio principal y Marie ayudaba a Leire a colgar las cortinas. Parecía que todos tenían asignada una tarea. Todos menos Luc. Entonces decidió encerrarse en su habitación y comenzar a colocar todas sus cosas, para convertirlo en su fuerte.


El ejército de los soldados de plomo iba tomando forma cuando un fuerte golpe de martillo procedente de la habitación de Leire hizo bailar el zócalo que estaba al lado de Luc. Lo que le faltaba. Un zócalo suelto en su nueva habitación. Ahora sí que tendría que aguantar intrusos en su fuerte para arreglar aquello.


Luc se tumbó en el suelo para alcanzar mejor aquel zócalo. Primero lo movió suavemente con la mano para asegurarse que realmente estaba suelto. Una vez confirmada la duda, lo movió con más fuerza hasta que saltó un poco hacia arriba un pequeño triángulo del parqué. Lo apartó y entonces la pieza del zócalo salió de forma limpia. Luc cogió su linterna y se agachó para ver qué había dentro. Era un pequeño hueco oscuro, como una cámara secreta y parecía estar vacía. Se decidió y metió la mano para examinar mejor, entonces los rozó.


Era un trozo de papel enroscado y atado con un cordel. Tenía toda la pinta de ser un pergamino. Le quitó la cuerda que los sujetaba en forma de cilindro y de él se desprendió una flor disecada. En su interior sólo había escrito un mensaje:

'Me despierta en la oscuridad el movimiento de los pájaros, un murmullo en los árboles, un aleteo. Es la mañana de mi nacimiento, el primero de muchos. En el templo rugen los leones y la tierra tiembla. Pero sólo es la mañana que vela sobre el hoy'

viernes, 4 de julio de 2008

Brillante Weblog 2008


La brisa que acaricia las aguas del Nilo ha premiado este blog con el premio Brillante Weblog 2008. Un premio que os pertenece a todos aquellos y aquellas que cada día dejáis vuestras palabras en este 'cuento sin final' para dar vida a relatos que crean sus propios castillos en el aire.
Ivi, mi admirable amiga por sus vivencias y valía, del blog Contigo Pan y Cebolla ha premiado este blog por permitirle participar en los cuentos.
Me toca a mi ahora elegir a siete bloggers más para acercarles este premio.
Blog de Asmahan, por mostrarme que los sueños se hacen realidad y por ser un modelo a seguir como bailarina y persona.
Planeta Fernando, porque sin conocernos físicamente compartimos muchas afinidades.
Baraka, por ser un ejemplo de constancia y por la sinceridad de sus textos.
Diario de un Feo, porque él es cada uno de nosotros y nosotros cada una de sus letras. Te sientes como un amigo leyendo sus textos.
Abejitas, por hacer da cada lunes un día divertido
Tareixa, por su fidelidad en mis cuentos
Blog de Sara, para que recuperes tu afición por los poemas y vuelvas a deleitarnos con tus letras.