martes, 29 de abril de 2008

Espeso ChOcOlate VI



- Está embarazada!


La alegría que la voz de Ariadna transmitía hacía creer a cualquiera que estuviera cerca que hablaba de si misma, a o ser porque con Raúl siempre utilizaba el castellano y en Londres pocos la entendían.

- La momia, nuestra momia. Estabas en lo cierto. Se trata de una mujer embarazada, de ahí el doble vendaje. ¿Y quieres más? Supuestamente falleció a los 19 años de edad y pertenece a una época que se remonta 3.300 años en la historia, eso sí, con un margen de error de 25 años. Es de Amarna, estoy segura. Raúl, no te muevas de Tell el-Amarna.


Ariadna hablaba tan rápido que incluso a su compañero de trabajo le costaba entender todo lo que le decía. Los nervios de la joven estallaban en su interior como las piedras de una presa débil que se deja derrumbar por la potencia del agua del río que estanca. Los sentimientos, como el agua, son fuerzas muy superiores a todo intento humano y tarde o temprano vencen sus barreras para estallar en libertad. Aquella libertad que en Ariadna se dejaba notar en el ritmo de sus palabras, la risa tonta que se le escapaba y la intensidad que iba tomando su voz. La gente de su alrededor se quedaba mirándola, como si se tratara de una loca extranjera y alterada por algún altercado que sin duda le provocaba felicidad, porque eso no entiende de idiomas.

- Ariadna, por favor. No te alteres. Vamos a razonar cómo está la situación. - Raúl intentaba poner cordura en aquel alboroto. - Ya sabemos que se trata de una mujer, que está embarazada..

- Sí, de dos meses - interrumpió Ariadna.

- De dos meses. que falleció a los 19 años y que posiblemente tenga 3.300 años de antigüedad, sin contar con el margen de error. Pero nada de eso nos lleva a la época de Amarna. Puede que nuestra mujer haya pertenecido a una buena familia opuesta al Hereje y, por lo tanto, no proceda de Amarna.

- Eso no lo sabemos. Por eso te pido que examines más de cerca todo lo relacionado con Amarna.

- Ariadna, ahí ya no hay nada nuevo que encontrar. Ya se sabe todo de la época de Amarna y no sólo te lo digo yo, te lo aseguran también muchos otros arqueólogos mucho más experimentados que tu y que yo, incluso Gereh Fathi dice que es imposible que la momia pertenezca a las dinastías del culto a Atón.


La joven española sabía que las palabras de Fathi en Raúl tenían mucho peso. Por eso, y porque no quería que toda su alegría se diluyera como el humo de un cigarrillo de papel malo, decidió asentir a las palabras de Raúl y pactar con él un estudio más exhaustivo del cuerpo momificado. Aunque, de todas formas, por su parte en Londres ya había conseguido todo lo posible ante la negativa de la directiva del Museo Británico de realizar pruebas al cuerpo momificado.


Con los resultados de los análisis del cabello extraído a la momia resguardados de todo roce en un sobre sellado, y con la caja de cristal donde conservaba el cabello de aquella mujer momificada, se dirigió al museo. Tenía que ver a su momia una vez más antes de continuar con sus estudios e indagaciones entre los libros de la biblioteca.


Delante de ella todo cambiaba. Era como si el mundo se parase, como si la vida en pleno siglo XXI diera un giro y la trasladara más de tres mil años en el tiempo. Sentía que tenía la obligación de mimarla, de acariciarla para ayudarla, a la momia y a su bebé, en su viaje al más allá. Como si una fuerza extraña la guiara en sus movimientos, Ariadna encendió una barra de incienso, puso música dulce y bajó la intensidad de la luz. Entonces se quedó mirando a la momia con el rostro vendado. Colocó su mano en el vientre el cuerpo, como esperando notar una respuesta de su interior y entonces, comenzó a susurrar la melodía que sonada mientras hacía temblar su vientre.


Un fuerte golpe de darbuka con la que iniciaba la siguiente canción de CD hizo que Ariadna volviera a su tiempo, a su época. Cuando lo hizo, y se vio en aquella escena, comenzó a pensar el porqué de esas sensaciones. ¿Había desatado el caprichoso destino los lazos que la unían de algún modo a la vida pasada de aquella momia? ¿O era simplemente el cansancio de muchas horas trabajando sin descanso? Motivada por la reacción lógica o quizás por el miedo de haber llegado a pensar en una posible conexión entre un cuerpo de más de 3.300 años y ella, Ariadna apagó la música, cogió sus cosas y dejó la sala bañada en el tenue velo que producía el incienso.


En su camino a casa hizo una breve parada en la cafetería de Ben. Desde su encontronazo con las malas consecuencias para el inglés, Ariadna se veía comprometida a ser más atenta con el joven. Por ello, pasaba más a menudo por la cafetería, donde Ben la estaba esperando siempre sentado en la misma mesa, la más próxima a la barra. Desde allí se veía toda la cafetería y el interior de la barra, por lo que podía dirigir desde aquella postura a Mery y controlar a la vez qué clientes aún no estaban atendidos o quién entraba en el local.

- ¿Cómo va ese brazo?

- Bien, gracias. ¿Un chocolate espeso?

- No, esta vez prefiero un té con canela

- ¿Con qué? Mira que no aprendes nuestras costumbres. Aquí el té lo tomamos con leche.

- Eso es muy poco exótico.


Ben notaba un tono diferente en las palabras de Ariadna. Su voz era más dulce, ella estaba mucho más atenta a sus conversaciones y ya ni siquiera abría sus libros mientras Ben la acompañaba en la mesa, o ¿era ella la que lo acompañaba a él? Eso era lo que menos le importaba al joven inglés, aunque todavía le pesaba en la conciencia no haber conseguido el chocolate perfecto para aquella chica.


Entre las risas de los dos jóvenes y su conversación sobre historia antigua y clásica un zumbido en el móvil de Ariadna puso en alerta a la arqueóloga que sin mediar palabra se alejó de la mesa antes de descolgar.


Era Raúl. Sin duda tenía que tener motivos importantes para llamar de nuevo ese día, y los tenía. Según explicó en su nueva conversación con Ariadna, había seguido sus indicaciones, aunque reconocía que lo había hecho de mala gana y desconfiado. Tell el-Amarna acogía aquellos días a un grupo de arqueólogos egipcios que estaba estudiando sobre la historia de las dinastías seguidoras del culto a Atón. Raúl había pasado la tarde entera con ellos sin contarle su verdadero objetivo allí, pero sin quererlo uno de los egipcios se puso a leer en castellano y en voz alta uno de los jeroglíficos inscritos en las pocas losas calcáreas que aún se conservan de aquella época. El joven egipcio había traducido un cartucho como el 'Reflejo de la bella'. Muchas veces los antiguos utilizaban también ese nombre para referirse a Nefertiti, pero según las teorías del estudiante egipcio aquel era el nombre de otra esposa de Akhenatón de la que muchos se habían encargado de borrar de la historia, aunque se habían olvidado de eliminar un papiro que se conservaba actualmente en el museo de Berlín.

- ¿Una esposa de Akhenatón de la que no se sabe nada? ¿Cómo es posible?

- Aquí todo es posible, Ariadna. Ahora eres tú la que debes viajar hasta Berlín y averiguar lo que sea de ese papiro y de la llamada 'Reflejo de la bella'.

sábado, 26 de abril de 2008

Espeso ChOcOlate V

No había signos de visitas inesperadas en la sala. Todas las pistas que Ariadna se había acostumbrado a dejar estaban tal y como las había proyectado el día anterior. La momia continuaba inmersa en su paz, con su pulgar destapado dejando airear aquella hoja que inducía a seguir su tallo por el interior del entramado de los vendajes.
Las ideas estaban claras aquella mañana. Con la mascarilla protegiendo su cara, Ariadna tomó unas largas pinzas y a tan sólo unos milímetros distanciada del cuerpo momificado comenzó a examinar cada pliegue. En alguno de ellos tenía que haber una entrada aún secreta para alcanzar la superficie del cuerpo. Comenzando desde los pies y continuado con extrema delicadeza el análisis, la joven arqueóloga española llegó hasta la cabeza de la momia sin observar más entrada que aquel pulgar ya descubierto. No obstante, la hoja dibujada estaba en otra venda, lo que significaba que el cuerpo tenía dos capas de vendas. ¿Dos capas de vendas?
La situación era extraña. No conocía ninguna momia anterior que tuviera dos capas de vendas. En el proceso de momificación, los antiguos egipcios, después de lavar el cuerpo y extraerle los órganos, lo cubrían con natrón para garantizar su desecación; volvían a rellenar el cuerpo con serrín y, después de coserlo, lo untaban con bálsamos sobre los que se colocaban las vendas empapadas en resina para que se pegasen a la piel. Había veces que el cuerpo ya vendado se protegía a su vez con una sábana, pero no era el caso de aquella momia.
Invadida por los nervios que recorrían su cuerpo, Ariadna telefoneó a Raúl para comunicarle su nuevo descubrimiento. Dos vendajes, la momia tenía dos vendajes, por lo que era posible que aquel cuerpo hubiese recibido dos veces el ritual de la momificación, pero ¿por qué?
- No te adelantes a los acontecimientos, Ariadna. El mundo de las momias es muy complicado y en cada época los antiguos egipcios tomaban costumbres diferentes en el ritual.
- ¿Entonces es que conoces más casos en los que el cuerpo esté cubierto por más de una capa de vendas?
- La verdad es que no. Pero, ¿tú estás segura que el dibujo de la hoja está sobre una venda y no sobre el cuerpo directamente?
- ¿Te estás riendo de mi? No soy experta en momias, pero sé diferenciar si un dibujo está sobre un trozo de venda o sobre el cuerpo, para eso sólo hace falta examinar la momia, y yo llevo haciéndolo un mes largo ya.
- Perdona, Ariadna. Sé que aquí en Egipto eres una arqueóloga reconocida, pero también puedes tener fallos, ¿o no? Además nosotros dos estamos para colaborar y trabajar juntos en esto, y no para discutir. ¿Has encontrado algo sobre dibujos en momias?
- No. En la biblioteca de Londres no hay nada sobre eso. ¿Y en Alejandría?
- Nada tampoco.
- No todo son malas noticias, ¿sabes? He conocido a un chico que me pondrá en contacto con el hospital universitario. Allí podré analizar por rayos algo que hoy obtenga de la momia. Estoy con ello ahora mismo.
- Eso es lo más importante. En cuanto tengas resultados me avisas. Yo me pondré a investigar sobre el doble vendaje, aunque....ahora que lo pienso, hay momias reales, de reinas, y también de otras mujeres de alta cuna que tienen dos vendajes. Eso sólo se hacía cuando una mujer en estado fallecía con el niño dentro, entonces eran dos los cuerpos que tenían que pasar el umbral de la otra vida.
- ¿Una mujer embarazada? Pero si el vientre de esta momia no muestra signos de embarazo, además no sabemos con certeza si se trata de una mujer.
- Ese será nuestro primer punto a investigar, entonces. A partir de ahí continuaremos.
La relación entre compañeros de trabajo en la distancia era muy complicada. Ninguno de los dos se conocía físicamente y su única relación era telefónica y tan solo en cuestión de minutos en cada llamada, por lo que tampoco se conocían lo suficiente para llevar una investigación de tan relieve como aquella a un exitoso puerto. Pero eso ahora era lo menos importante. Ariadna se veía delante de un cuerpo cuyo significado para la arqueóloga había cambiado en cuestión de minutos. Pensar que podía tener delante el cuerpo de una mujer embarazada, una mujer que podía pertenecer a una familia regia y de la que no se sabía que había fallecido con un niño en su vientre. Cada vez eran más los detalles a aclarar sobre aquel cuerpo que transmitía una sensación de amor y protección, ahora que podía tratarse de una mujer embarazada.
Los pensamientos le rebotaban en la cabeza impacientes por conocer más respuestas acerca de la identidad de la momia. Ariadna seguía sintiendo en su interior cómo la corriente de nervios le recorría todos los rincones de su ser, haciendo temblar sus manos y bailar sus entrañas. Tenía que calmarse para poder extraer algo del cuerpo, tenía que mantenerse objetiva para hacer una operación sin dañar a la momia y sólo lo conseguiría con un poco de música y el aroma del incienso. Bajo aquella atmósfera, Londres parecía más cálido, y si cerraba los ojos incluso podía imaginarse en tierras egipcias, rodeada de las alegres mujeres y niños que bailaban con cada sonido de la naturaleza. Entonces se acordó de las palabras de aquella anciana que siempre le llevaba té a media tarde y a media mañana, cuando Ariadna se tomaba un descanso en la excavación. La anciana, observadora como buena árabe, sabía que la española temblaba cuando se ponía nerviosa y por ello le había aconsejado soltar su energía mediante el vientre. De pie y con los ojos cerrados, la anciana había enseñado a Ariadna hacer temblar su vientre relajando así todo su cuerpo. Aquel movimiento, que tanto les gustaba realizar a las mujeres y tanto les gustaba admirar a los hombres árabes, conseguía excelentes resultados en la española que se sorprendía a si misma realizando aquel shimmi, como lo llamaba la anciana, en cualquier lugar y de forma inconsciente.
La música, el olor del incienso consumiéndose lentamente sobre una estrecha placa de madera y el shimmi devolvieron a Arianda a un tiempo pasado en el que la joven se veía como una egipcia más incorporando la serenidad en su rostro, la sensualidad en su mirada y la seguridad en sus pasos. Bajo aquel aspecto, la española tomó las pinzas, se acercó a la momia y con la delicadeza con la que una madre acaricia a sus hijos para hacerlos dormir cada noche, Ariadna descubrió una pequeña parte de la cabeza del cuerpo descubierta. La momia tenía su cabeza rapada, pero en la parte más inferior, la que Ariadna había descubierto, había un manto de cabello.
Ya tenía todo lo que necesitaba. La ciencia a estas alturas era capaz de descifrar muchos datos del cuerpo del que procedía un pelo, incluso si su propietario o propietaria padecía alguna enfermedad. Antes de abandonar la sala, dejó una nueva señal para asegurarse que nadie entraba en ella durante su ausencia. Cogió sus apuntes, y el pelo bien protegido en una caja de cristal y salió de la sala apresurada, no sin antes recordarle a John que extremase la vigilancia a aquella sala porque el cuerpo momificado escondía grandes secretos. Unas palabras de las que podía arrepentirse en un futuro no lejano, pero se dio cuenta tarde, cuando ya se encontraba a la entrada de la cafetería de Ben.
Con la caja de cristal que contenía el pelo de la momia en la mano, Ariadna se dirigió directamente al joven inglés y le pidió las referencias de su amiga para someter el pelo a pruebas científicas y así conocer su ADN. Christine era un excelente contacto en el hospital universitario de Londres y al día siguiente de la llamada de Ben, la joven logró un hueco en el laboratorio para Ariadna. Los resultados del análisis también fueron rápidos y no menos buenos de lo esperado.
Aquel análisis del cabello confirmaba las sospechas de Raúl y Ariadna. El pelo pertenecía a una mujer de unos 19 años y embarazada de 2 meses. La época a la que pertenecía el cuerpo obligaba a echar la vista unos 3.300 años atrás en la historia. Aquellos datos volvían a generar en las estadísticas de Ariadna que la mujer momificada pertenecía a la época de Amarna.

miércoles, 23 de abril de 2008

Espeso ChOcOlate IV

Raúl había llegado a Tell el-Amarna. En las ruinas que aún se conservan en la ciudad de Akhenatón se dibujan las tres calles principales trazadas paralelas al Nilo dividiendo la ciudad en tres sectores. De norte a sur y de sur a norte. Aquellas tres calles marcaban en tiempos pasados la parte de la ciudad destinada a los templos, la dedicada a la administración y las familias ricas y en una tercera parte, la más alejada donde vivían los artesanos. Era la lógica en toda su esencia plasmada en un terreno arenoso hoy pero fértil y lleno de vida en época de Akhenatón. Un rey obsesionado con las formas perfectas, como las que dibujaban el cuerpo femenino.

- Las formas femeninas.


Su obsesión por Akhenatón hacía que todo lo que llegara a sus manos quisiera datarlo en aquella época para estudiar al rey que más admiraba de la historia del Antiguo Egipto, pero también por ello, porque se conocía a si mismo, buscaba signos que separaran cada objeto de estudio de la estirpe de Akhenatón. No obstante, Ariadna le había pedido que investigara sobre las técnicas de momificación en Amarna y eso haría. Para ello, decidió comenzar sus estudios por los restos de la tumba de Ay donde se encuentra el gran himno a Atón y también lo que para los antiguos egipcios significaba para fase de la momificación, como paso previo a la siguiente vida después de la muerte. Raúl necesitaba además que Ariadna continuara con sus estudios sobre la momia, había que pasarla por rayos o si no era el cuerpo entero, algo extraído de él.


En Londres parecía que las cosas se habían formalizado después del altercado de los días anteriores en la sala donde se encontraba la momia. John vigilaba gran parte del día la única entrada de aquella sala y cuando no estaba él dejaba en el cargo a su más fiel vigilante. Así todo, Ariadna había decidido dejar pistas que mostrasen la presencia de alguien en la sala durante su ausencia para asegurarse que la vigilancia era segura.


Siguiendo las directrices de Raúl, una vez más había intentado sacar el cuerpo momificado para someterlo a los rayos X. Era la única forma de saber con certeza el sexo del cuerpo. Aquella decisión iba en contra de la opinión de la dirección del museo, o más bien de las órdenes que había dejado el director en su marcha y hasta su vuelta sería imposible hacer cambiar la opinión los trabajadores. Los intentos de Ariadna no caían en vano y cada vez que intentaba mover el cuerpo del museo un trabajador diferente le decía la misma negativa, pero cada vez sonaba menos convincente. ¿Por qué no podía sacar el cuerpo del museo? Y de ser así, la solución era fácil, que permitiesen la entrada del equipo de rayos en la sala del museo y hacer allí la sesión, pero tampoco les valía.


Por otro lado, tampoco en la biblioteca pública había referencias sobre los dibujos en las momias, por muchos papiros que mirara y revisara. Un día, en la entrada de la biblioteca el destino obligó a Ariadna a hablar con Ben. El tropezón entre los dos jóvenes fue tan fuerte que Ben acabó en el suelo y doliéndose de un brazo. El diagnóstico: fractura múltiple en el brazo izquierdo. En el momento de la caída de Ben en el interior de Ariadna se desató un tornado de sentimientos. La frustración por no tener acceso a ningún dato que le facilitada descubrir la identidad de su momia, vergüenza por haber hecho a Ben caer al suelo con su consecuente fractura de brazo; y arrepentimiento por no haber prestado más atención a aquel inglés que se escapaba de la regla de oro que etiquetaba a todos los británicos como personas sosas, insensibles y ridículas. Como buen caballero, Ben supo contener su dolor para quitarle importancia a la situación y calmar a la joven española.
- Ahora no me puedes exigir un buen chocolate. Con el brazo escayolado, ¿cómo voy a conseguir la textura adecuada para tu chocolate?
Aquella indiferencia en el joven provocó una sonrisa en el rostro de Ariadna que por un momento pareció iluminarse después de tanto tiempo sumergida en sus pensamientos y estudios.
- Así eres más bonita.
- Perdona por todo. Y...sé que no te lo he dicho porque siempre me cuesta decir cosas bonitas, pero ya has conseguido la textura adecuada para el chocolate. Estoy demasiado metida por mis estudios y eso hace que parezca una persona distante, pero no soy así, los españoles no somos así.
- Lo sé, mi tía me lo dice - Ben hablaba intentando esconder una sonrisa escuchando las disculpas de Ariadna, al final iba a parecer que la joven además de atractiva era simpática y agradable. - Puede que yo te pueda ayudar en tus estudios - continuó él.
- ¿Ayudarme? Eso es imposible. Necesito que un compañero que está en Egipto me facilite los resultados de unas investigaciones que le encargué.
- Me ha dicho mi tía que tu principal problema era que no te dejaban analizar la momia bajo rayos X.
La cara de sorpresa de Ariadna hizo reaccionar rápidamente a Ben.
- Lo sé. Mi tía habla mucho, pero es una buena mujer, no lo hace con mal sentido. En serio te digo que te puedo ayudar. Tengo a una muy buena amiga que trabaja en el hospital universitario y allí van muchos científicos a examinar por rayos diferentes objetos para conocer su antigüedad, ¿por qué no ibas a poder ir tú con algún extracto de tu momia?
Ahí estaba la primera puerta que se abría. Sin quererlo el destino la obligaba a hablar con Ben por algo, él tenía el acceso para conocer un poco más de su momia, e incluso su identidad. Lo único que necesitaba era un pelo, un pequeño trozo de piel, una uña. Algo. No era por ser egocéntrica ni creída pero sabía que aquel chico la ayudaría con tal de escuchar unas palabras de agradecimiento a su chocolate.
Aquel día pasó sin saber nada más de su momia, o eso pensaba Ariadna de camino a casa de la señora Mirley y después de acompañar a Ben hasta su cafetería. No había alcanzado la enorme sombra que proyectaba el BigBen cuando su teléfono sonó tan inesperadamente que hizo reaccionar el corazón de la joven con un palpito más fuerte de lo habitual.
Las palabras de Raúl no traían muy buenas noticias. En Tell el-Amarna no había ningún indicio de plantas ni flores dibujadas en las vendas de las momias, ni siquiera el texto de la tumba de Ay hacía referencia a símbolos o dibujos en los cuerpos momificados como símbolo de identidad o profesión. Sin embargo, algo había hecho viajar hasta la ciudad de Akhenatón al responsable de antigüedades egipcias del Cairo, Gereh Fathi, y allí había charlado con su hombre.
Raúl trabajaba de arqueólogo en el museo del Cairo para Fathi. Su labor allí era datar todos los objetos que llegaban, pese a llegar ya con una completa ficha desde cada excavación. De este modo, Raúl había aprendido mucho más de las tradiciones y vida de los antiguos habitantes de aquel país que en todos los años pasados en la universidad. Desde su llega a El Cairo, Gereh Fathi le había ayudado mucho en todo lo relacionado con su trabajo y formación, pero también en lo personal. Él le había acogido en su casa en su llegada, y lo trataba como a un hijo más de su familia. Le había enseñado hablar el idioma y hasta la jerga de la calle, gracias a él Raúl había aprendido a amar las tradiciones del pueblo egipcio, aunque no las practicara. Y si estaba ayudando a Ariadna en aquella misión era porque Gereh Fathi le había recomendado a él y eso sólo beneficiaría la carrera del arqueólogo español. Todo ello hacían de Fathi un hombre respetable y en el que Raúl confiaba plenamente.
Las palabras de Raúl a través del teléfono sonaban tan convincentes que Ariadna no se atrevió a debatirle ninguna teoría. El arqueólogo le anunciaba que iba camino de Alejandría donde podía encontrar textos valiosos para su investigación en algunos documentos que se habían rescatado de la antigüedad, evidentemente porque no formaban parte del depósito de la biblioteca cuando ésta de incendió. Además, Fathi, que estaba al corriente de cada paso que daban los dos jóvenes españoles, aseguró a Raúl que en Tell el-Amarna ya estaba todo descubierto y estudiado, por lo que esa momia no debería pertenecer a aquella estirpe hereje. Y en cuanto a los dibujos en las vendas, el responsable de antigüedades se inclinaba más por que fueran un símbolo de identidad de alguna mujer dedicada a los cuidados estéticos de una señora de buena casa. Cuando se embalsamaba un cuerpo, se intentaba que con él pasara a la otra vida todo aquello que en la vida terrenal había hecho feliz a aquella persona, y por ello en cada momia se encuentran objetos tan diferentes según la profesión o aficiones que había tenido la persona embalsamada.
¿De Alejandría? Eso situaba al cuerpo a una época mucho más próxima a nuestro tiempo de lo que podían reflejar las vendas que la cubrían. Pero por otro lado, la perfección en las formas de cruzar los vendajes procedía en su parte de la época Ptolemaica, y eso los situaba en Alejandría. Así todo, Ariadna no sentía plena seguridad en las palabras de Raúl que sí parecía convencido de que se habían equivocado de camino en su primera decisión. En cuanto tuviera algo nuevo la llamaría. Por su parte, Ariadna se acostó grabando en su mente las tareas a realizar el día siguiente. La primera de ellas extraer algo de la momia, y la segunda ir a visitar a Ben y de paso que le pusiera en contacto con su amiga para acercar a rayos algo de la momia.

Feliz día del libro


El polvo rociaba su tez. Sus años de experiencia obligaban a descansar todo su peso en su parte derecha, la izquierda ya había quedado inútil e insensible después de tantas décadas compartiendo estancia con aquella francesa aireada. Quién iba a imaginar que tras tantos años de vecindad la relación iba a romperse en tan trágico suceso.


Todos los demás vecinos de la manzana compartían el mismo temor. Las nuevas generaciones llegaban marcando nuevos ritmos incapaces de seguir para los más veteranos. Llegaban con aires frescos, con el color en sus mejillas bien maquilladas que no vacilaban al rozarse con los más atractivos inquilinos, hasta que los hacían caer al vacío, como quien se asoma demasiado a un pozo sin fondo en el que el aliento del viento los libera de sus ácaros y pecados de tantos años de silencio y soledad.


En todos aquellos años que él recordaba haber vivido en su estancia muchos habían sido vecinos temporales. De nada les había servido tener en su carta de presentación un buen padrino, ni tampoco llenar sus estanterías de diplomas y brillantes premios que resplandecían con las caricias del sol. Llegaban y se iban sin dejar rastro de su experiencia en aquella manzana mientras los más veteranos, observaban impasibles para los ojos ajenos aquel ajetreo de idas y venidas, aunque en el fondo todos temblaran con la llegada de un nuevo inquilino por temor a un desplante a una zona más oscura e inaccesible o quizás, por miedo a ser sustituídos. Pero no era su caso.


Con su aspecto rudo, con reflejos del paso del tiempo, él lograba conservar su sitio entre todos los demás. Nadie había sido el valiente de quitarle el sitio, el mejor de todos, con sus vistas al mundo y, a la vez, visto por todos los demás. Ningún otro, ni nuevo ni veterano, había osado a rozarle más de la cuenta intentando desplazarlo. Todos lo admiraban y se sentían atraídos por su ya rugosa piel, aunque orgullosa de su historia. Loco, solían llamarle los más atrevidos en la sombra de los cobardes, por las aventuras y desventuras que salían con cada uno de sus movimientos; con solera decían los más respetuosos que danzaban cada una de sus palabras cuando salían a desfilar. Por unos o por otros, todos los demás qurían compartir un día a su lado y contarle sus historias.


Aventuras de piratas, de detectives desconfiados, de animales salvajes, de países lejanos, de galaxias aún sin descubrir, de románticos y enamorados, de mares y tierras, de realidad y de ciencia ficción. Sus años le habían enseñado a escuchar todas aquellas historias que se acercaban, a acariciar sus letras, a viajar con sus estampas, a aprender a entrar en una época diferente y sentirse como uno más, hablando otras lenguas y degustando otros aromas y sabores. Todo ello le apasionaba, y disfrutaba con ello manteniendo a la vez, intacta su personalidad, intocable a su padrino y logrando alzarse, de manera silenciosa y respetuosa entre todas las demás historias.


Aquel grueso tomo que narraba las historias de un tal Don Quijote de la Mancha sujetaba el polvo que se posaba en sus pesadas tapas, guardianas de los más cómicos sucesos, de las más románticas veladas, de los espejos más fieles a una realidad disfrazada que aún hoy se mantiene perenne bajo el trazado de una firma del que hoy se celebra el homenaje de su ida: Miguel de Cervantes.
Feliz 23 de abril. Feliz día del libro y del autor!

viernes, 11 de abril de 2008

Espeso ChOcOlaTe III

La oscuridad de la noche se diluía en un nuevo día como si una fuerza mayor hiciera sublevarse ante la inmensidad más temida. Era el resplandor de Ra, la vuelta a la vida después del reinado de la oscuridad. El bien volvía a alzarse sobre la tierra en una nueva batalla que el dios Sol ganaba al señor de las tinieblas bajo la mirada atenta de algún halcón Horus.

Despertarse pensando en la mitología y la religión egipcia hacía caer las primeras gotas de felicidad en la vida de Ariadna. Aquella fría y húmeda habitación se vestía de buen humor cuando desfilaban por sus pasillos los revoltosos rayos del sol. La claridad que inundaba su ventana acariciaba dulcemente el rostro de la joven junto con el aroma de una barra de incienso ya consumida, pero presente aún en el cuarto. Afuera, el enorme reloj se desperezaba estirando sus brazos marcando las 7.00 al ritmo del sonido de un claxon que protestaba en la todavía vacía John Islit Street. En el corazón de la vieja vivienda de la señora Mirley comenzaban a oírse los ajetreos del resto de huéspedes por el pasillo y el cuarto de baño.

No tenía una hora a la que levantarse por obligación, pero a Ariadna le gustaba madrugar para aprovechar más el día, y sobretodo en aquella ciudad donde a las seis de la tarde ya era de noche. Acostumbrada a tantas horas de luz en España y en Egipto, la madrugadora noche londinense era su más dura rival para sobrevivir en aquella ciudad. Le gustaba madrugar, examinar cada detalle de las tradiciones inglesas y no alterar los horarios de cocina y limpieza establecidos por la señora Mirley en la casa; pero siempre necesitaba un motivo muy bueno para tomar el impulso que la separase de las sábanas, y aquella mañana lo había.

Tenía que llamar a Raúl, hacer que él le transmitiera esa tranquilidad con la que transcurre la vida en Egipto a cambio de un poco del stress de Londres y lo más importante, redactarle los primeros deberes. Era consciente que no podía continuar con las investigaciones sobre su momia sin saber las respuestas a sus primeras preguntas. O poder, podía, pero sería dar pasos en falso y eso la frustraba, aunque formara parte del trabajo diario del arqueólogo.

Raúl siempre dejaba su móvil encendido y no mostró ninguna molestia tras haber sido despertado por la llamada de Ariadna; al fin y al cabo eran buenas noticias.
- ¿Dibujos en los dedos?

La primera reacción de Raúl a las palabras de Ariadna no indicaban que la investigación iba a ser cosa fácil. Los dibujos, como bien sabía la española, sólo se recreaban en el pecho del fallecido, porque era ahí donde se encontraba el lugar natural del corazón, y al vaciar el cuerpo para que no se pudriese, los dibujos y jeroglíficos en los vendajes le daban la vitalidad que necesitaría en su nueva vida, pero en los dedos no parecían tener mucho significado, a parte de no darse ningún otro ejemplo más de momias con dibujos en las manos o en los dedos.
- En cuanto al cruzado de los vendajes..... - Comenzó a decir Raúl dudoso- es cierto que en la época ptolemaica fue cuando se formalizaron e hicieron más rigurosos a la hora de cruzar las vendas para crear dibujos, pero hay momias más antiguas que también muestran un perfecto y estudiado cruzado de sus vendajes. Son las momias reales de Amarna, pero sólo se conocen ejemplos en momias reales, que yo sepa.

Amarna. Por la cabeza de la joven Ariadna comenzaron a desfilar los datos históricos más relevantes de las dinastías de Amarna, y en especial de sus reinas. Pero pensaba que en aquella tierra ya estaba todo descubierto, ya no había nada donde excavar y encontrar un nuevo hallazgo, algo que, sin duda ahora podía demostrar que la joven estaba equivocada. Sólo había una forma de saberlo.
- Tienes que hacerme un favor, Raúl. Viaja hasta Tell al-Amarna y averigua todo lo que puedas de las momias de esa época. De estar equivocados, por lo menos descartamos ya un rango real de todas las dinastías egipcias.

La historia de las reinas de Amarna era algo que siempre había apasionado a Ariadna, pero nunca había tenido el suficiente tiempo como para realizar estudios profundos de esa época. Sin poder quitarse de la cabeza la posibilidad de que la momia fuese descendiente de alguna familia regia de Amarna, la española realizó su ritual matinal pero esta vez sin hablar con nadie, sus pensamientos absorbían demasiado su atención como para seguir otras conversaciones, aunque la señora Mirley estuviese sentada a su lado en la mesa del comedor intentando saber cómo iba su relación con Ben.

La propietaria de aquel bed&breakfast no había perdido el tiempo y ya se había acercado a la cafetería de su sobrino para someterlo a uno de sus interrogatorios de tercer grado. El ingenuo joven se lo había contado todo, presionado por sus incansables preguntas en gran parte. Tanto le había dicho que incluso había llegado a confesar que estaba visitando páginas en Internet que indicasen el proceso para realizar el mejor chocolate caliente y así sorprender a Ariadna. Ben también le había dicho a su tía Mirley que esperaba con su chocolate ganarse el aprecio de la española y conseguir así llamar su atención porque notaba que la joven no se interesaba por sus conversaciones, aunque reconocía que no tenían mucho trasfondo, resultado también del poco interés que ella mostraba. Ben decía que Ariadna estaba tan metida y concentrada en su momia que apenas se estaba dando tiempo a si misma para disfrutar de los detalles de la vida londinense. Y no se equivocaba. La señora Mirley le echó aquella mañana a la joven española un buen sermón para que espabilara con su sobrino, pero Ariadna no se enteró de nada de lo que había hablado la señora Mirley durante el desayuno porque una vez más, sus pensamientos se concentraban en su momia.

Las investigaciones no podían cesar aunque para conseguir un adelanto tuviese que esperar por los resultados de las investigaciones de Raúl que ya le había confirmado que tenía el permiso de su empresa y del consulado para ir hasta Tell el-Amarna, e incluso había logrado que el responsable de velar por el legado histórico de Egipto le facilitara todo lo necesario para su investigación. Las cosas parecían ir mejorando y eso se dejaba notar en la auto presión que se ejercía Ariadna en su labor en Londres. Por ello, decidió dar una vuelta por la segunda planta del Museo Británico, donde se exhiben todos los objetos y monumentos del Antiguo Egipto. Quería empaparse de todas esas historias que los visitantes se inventan o mal cuentan en su visita al museo, se divertía con ello y se imaginaba cómo hubiese sido la historia de haber sucedido lo que narraban esas historias.

Junto a la cabeza de uno de los colosos de Ramsés estaba con extrema protección una tablilla del siglo XII a.C. donde se mostraba al faraón Akhen-Aton y a su hermosa mujer Nefertiti completamente desnudos. Aquella pareja había sido adelantada a su tiempo y ello los llevó a ser odiados por los sumos sacerdotes de los templos de las antiguas capitales del reinado egipcio. Akhen-Aton era un gran estratega, pero también era un excelente poeta que dedicaba cantos al dios Atón, al dios sol. Él supo transmitir a sus descendientes la importancia del sol bañando su cuerpo, como fuente de vida, y por ello practicaban la desnudez en todas las estancias de palacio.

Frente a aquella tablilla que en realidad había sido un cuento, un culto al sol y a la desnudez representado por los máximos protagonistas del reinado, Ariadna intentaba trasladarse a aquella época, trataba de sentir las emociones que recorría los cuerpos bañados por el sol de los súbditos de Akhen-Aton. En el fondo, deseaba sentirse como ellos para así poder saber algo más de la identidad de su momia.

Había recorrido ya demasiados pasillos del museo cuando decidió ir a ver a su momia. Impasible, relajada, como si nada hubiese pasado desde la primera vez que aquellos vendajes había rozado su cuerpo hasta aquella mañana. La serenidad y tranquilidad que transmitía aquel cuerpo embalsamado era lo que envidiaba Ariadna muchos días en los que el frío inglés se clavaba en los músculos paralizándolos por milésimas de segundo, cortaba la respiración en las laderas del río Támesis e inundaba de vahos Londres, unos suspiros que se unían a la gran nube de niebla que ocultaba la gran ciudad. Quieta, notando el peso de su cuerpo en los pies, jugando con él balanceándose de un lado al otro apenas sin moverse, era como si el cuerpo se moviera por dentro como si estuviera en un vaivén, pero apenas se notaba el balanceo en el exterior. Había pasado muchas horas en esa postura mirando a su momia, tantas que incluso podía averiguar que alguien había estado allí y había tocado el cuerpo.

La momia no estaba colocada en el centro de la mesa. Sus pies miraban levemente hacia la diagonal, como si alguien hubiese tropezado en la mesa y el cuerpo se hubiese movido con el golpe. Se acercó más para asegurarse que no era ilusión óptica, examinó con detenimiento el cuerpo desde los pies hasta la cabeza, pero se paró en el trayecto. Alguien había vuelto a cubrir el pulgar que contenía el dibujo y que Ariadna había intentado destapar más, dejando la noche anterior la venda levantada.

Sin detenerse y con la rabia que le causaban los meticones y cotillas en cosas tan serias como aquella investigación, fue directamente al despacho del director del museo para pedir una explicación a esos cambios, a la posible presencia de alguien en aquella habitación donde sólo, se suponía, podía entrar ella.
- Ni siquiera el servicio de limpieza, señor. Ese cuerpo tiene miles de años de historia y no es un juguete ni ningún objeto sin valor que pueda usted encontrar en cualquier bazar o en Candem Town. Un exceso de contacto con ese cuerpo y puede llevar al fracaso todos mis estudios e investigaciones, ¿lo entiende?

Cuando estaba enfadada su inglés era perfecto, y aquel que negaba entenderla mentía. No fue el caso del subdirector del museo, ya que el máximo responsable se encontraba de viaje, en un destino que nadie sabía con certeza.

-Señorita, por favor, ya le expliqué que es imposible que alguien haya entrado en esa sala porque todos los empleados del museo saben que está terminantemente prohibido, tal y como usted nos pidió en su llegada.

-Le digo que alguien entró ahí y tocó la momia. No está en la posición que la dejé ayer y han vuelto a cubrir una venda que yo había destapado. -Ariadna hablaba sin poder controlar su tono de voz que cada vez cogía más intensidad.

-Por favor, señorita. Créame. Ahí no entró nadie, yo mismo me haría responsable de cualquier cosa que le ocurriera a esa momia.

- ¿Responsable de cualquier cosa que le pasara, señor.....

- John, puede llamarme John. Venga señorita, comprenda que yo amo tanto como usted la historia del Antiguo Egipto. Mi mayor ilusión era haber sido arqueólogo para estar en El Cairo, en Karnak, en Alejandría, pero no pude con los estudios y ayudar a mi familia a salir adelante. Le juro que yo mimo esa momia tanto como usted.

- No hace falta que me cuente su vida, John. Lo único que le digo es que no voy a permitir que nadie entre en esa sala y manipule ni un sólo milímetro del vendaje de esa momia, ¿lo ha entendido usted bien? Ayúdeme usted a cuidar de que nadie entre ahí o encárguese de que alguien lo haga, pero no me obligue a hacerlo a mi porque puede que la solución sea sacar el cuerpo de este museo.

- No hace falta tanta descortesía. Permítame decirle que los españoles son muy bruscos para decir las cosas sencillas.

- No John, somos realistas. No confunda la brusquedad con la sinceridad.

Aquellas fueron las últimas palabras de Ariadna antes de regresar a la sala donde se encontraba el cuerpo. Cogió un taburete, lo acercó a la mesa y se sentó allí, tan cerca como pudo de la momia. Tenía ganas de gritar, de llamar a Raúl para que le dijera algo ya y contarle lo que le había sucedido, aunque fuera una tontería para algunos; pero en vez de ello, decidió relajarse como mejor lo conseguía: encendiendo una barra de incienso. De su estancia en Egipto había aprendido muchas cosas de aquella cultura, pero sobretodo había encontrado la mejor terapia para sus enfados e impotencias. Dejarse empapar por la música y embriagarse con el dulce aroma del incienso calmaba sus nervios y ganas de llorar.

Envuelta en aquella atmósfera mágica, cerró los ojos por un momento y cuando los abrió su mirada se concentró en el dibujo de aquel pulgar. Con cuidado y ayudada por unas pinzas especiales, tan largas como las utilizadas por los cirujanos en las operaciones más difíciles, levantó el vendaje de nuevo para descubrir el dibujo. Era claro, no necesitaba levantar más el vendaje, se trataba de una hoja, era el dibujo de una hoja que parecía crecer en el cuerpo oculto.

Ahora sí necesitaba llamar a Raúl y ponerle al tanto de las nuevas averiguaciones. Pero el arqueólogo no respondió a su llamada. Más tarde, le llegó un mensaje en el que Raúl se excusaba por no haber cogido el móvil y le explicaba que estaba camino de Tell el-Amarna y en cuanto al dibujo de la hoja en el pulgar, seguiría investigando. Ella hacía lo mismo en Londres. Ayudada de sus apuntes de universidad, libros y otros documentos conservados en el Museo Británico y en la biblioteca nacional buscaba algún indicio de la presencia de pinturas en las momias y que esas pinturas fuesen representaciones de la naturaleza. ¿El resultado?Nada. Absolutamente nada respecto a dibujos en momias que mostrasen hojas ni nada parecido.

Aquella tarde, cuando pasó por la cafetería de Ben un chocolate espeso la esperaba en su mesa de siempre. Como si fuera un robot, se sentó en el sillón, sacó sus apuntes y se tomó el chocolate sin levantar la vista de las hojas. Aquello era un verdadero chocolate espeso, pero su concentración y el dulce olor del incienso que aún recorría su ser le robaron el protagonismo a aquel chocolate. Con Ben apenas cruzó un par de palabras cuando fue a pagar la consumición. Cogió su abrigo y se fue.

El joven, con la mirada clavada en el cristal viendo alejarse a Ariadna por la larga calle encabezada por el BigBen, recogió la taza donde bailaba al fondo una mínima cantidad de chocolate aún caliente. Aquel baile de la oscura bebida era un 'gracias' no pronunciado y a la vez, un signo de que aquel chocolate todavía era demasiado líquido.

miércoles, 9 de abril de 2008

Espeso ChOcOlaTe II

Un chocolate caliente espeso. Es-pe-so. Tan concentrada estaba en la lectura de su libro que tomó el primer sorbo de aquel chocolate sin atender a las advertencias de Ben. Su insolencia la traicionó y el chillido sonó en la cafetería abriendo una brecha en la levitante atmósfera. Además aquello se parecía más a agua manchada con cacao que a un chocolate.

Ben se acercó a Ariadna con una sonrisa y un vaso de agua.
-Te lo advertí

-Y yo te pedí un chocolate espeso y tu me traes un cacao. - Respondió la joven.

-No me habían dicho nada de tu mal genio, sino todo lo contrario, Ariadna.

La dificultad de pronunciar su nombre en inglés había hecho brotar una sonrisa en el rostro de la joven española. Al parecer la señora Mirley le había hablado muy bien de ella a su sobrino, tanto que incluso se había esforzado en pronunciar correctamente su nombre. Sintiendo su cara sonrojada, Ariadna hizo un intento de esconder su rostro en alguna parte del cuello alto de su jersey.
- Supongo que tú también sabrás mi nombre. Mi tía es una excelente cotilla. Me dijo que eras una española muy linda y simpática. Pero tu nombre es de origen griego, ¿lo sabías?
En tan sólo cuatro frases aquel joven inglés se había ganado el aprecio de Ariadna. Realmente rompía la opinión que la joven se había formado de los ingleses. No sólo era amable, sino que también mostraba ser inteligente. Sin tiempo a contestar, Ben continuó hablando mientras se sentaba a su lado.
- Permíteme sentarme un rato. Mery seguirá. Es un poco sosa, pero buena en su trabajo. Yo en el mio....en fin, mejor no hablar porque estudié algo que no me apasionaba de verdad y después terminé aquí, que es lo que realmente me llena. ¿Y tú? ¿Estás a gusto en Londres?

-Bueno, pensab...

- ¿Y tu momia? ¿Ya le has puesto un nombre?

Aquel joven sabía demasiadas cosas de ella y parecía dispuesto a cantarlas como un niño que se había estudiado bien la lección y quería presumir delante de la maestra. Ariadna, callada y con su especie de chocolate entre las manos, escuchaba atenta cada palabra que Ben pronunciaba, como tanteando cómo podía contestarle para seguir la conversación de manera educada. Mientras, él continuaba hablando sin parar.
- Debe ser un trabajo fascinante ese de arqueóloga. Aunque supongo que estar en Egipto es mejor que estar en Londres, bueno, ¿o no? Por lo menos aquí puedes verte cara a cara con una momia real, bueno, supongo que allí también, aunque lo decía porque mi tía me comentó que tú no eras experta en momias, ¿es cierto? De todos modos, todavía no sabemos de quién se trata. Supongo que en este año lo descubriremos....quería decir...Lo descubriás...jeje...pero, ¿me dirás al menos quién es antes de que te vayas, no? ¿Su nombre?

- Espeso

- ¿Perdón?

- Espeso. El chocolate caliente debe ser más espeso. Así es cacao.

Sabía que se había equivocado en las palabras. Pero Ben la había dejado sin habla después de contarle toda su vida, al fin y al cabo era un extraño que la conocía casi mejor que ella a si misma. La señora Mirley había hecho un buen trabajo, y tampoco se había equivocado en lo que había dicho de Ben. A ella le habían salido aquellas palabras porque no había encontrado otras mejores para seguir la conversación, y después de darse cuenta de su equivocación salió de la cafetería incluso antes de haber pagado.

Aquella noche no pasó ni por el comedor. Subió a su habitación, se puso cómoda y se sentó a leer todos los apuntes que había tomado por la tarde sobre su momia. La pantalla de su teléfono móvil parpadeaba. Tenía un nuevo mensaje y no se había dado cuenta. Seguramente le habría llegado por la tarde mientras conversaba con Ben y estaba tan concentrada en cómo contestarle que no había oído el teléfono.

Se trataba de Sir Wilord, el cónsul inglés en Egipto. Le preguntaba por sus primeros estudios sobre la momia y le facilitaba un número de contacto de un arqueólogo que la ayudaría desde El Cairo por si necesitaba que se siguiesen investigaciones sobre su momia en aquel país. Pero, ¿cómo podía pedir ayuda si ni siquiera sabía de quién se trataba?¿Dónde iba a mandar investigar si no sabía dónde había sido encontrada la momia? Aquello era un caos. Así todo decidió marcar aquel número de teléfono y por lo menos presentarse.

El arqueólogo era un español afincado en El Cairo y con muy buenas referencias en la arqueología, en especial en el estudio de tumbas reales. Bueno, por lo menos su especialidad se acercaba más a la de ella para averiguar de quién se trataba aquella momia. Raúl siempre tenía encendido su teléfono a la espera de llamadas urgentes, quizás esperando la noticia de algún hallazgo de gran relevancia. Raúl no sabía nada sobre aquella tumba más que tenía que ayudarla a ella en sus indicaciones cuando le surgieran dudas sobre la identidad de la momia, pero ni la más mínima idea de quién podría tratarse. El chico parecía muy majo, pero útil, por el momento muy poco, por no decir nada.

Al día siguiente, en el museo ya fue mejor. Después de tanto examinar la momia creía que ya conocía cada doblez de sus vendajes, pero no era así. Los antiguos egipcios sabían cómo ocultar aquello que no querían que trascendiera en el tiempo, era como si aquella momia perteneciese a una persona con muchos secretos en su vida porque el trozo de venda que cubría su pulgar izquierdo estaba levantado y bajo él se podía ver el final de un dibujo, algo que aún conservaba los colores. Ariadna se colocó la máscara para cubrirse el rostro, se acercó todo lo que pudo a aquel pulgar e intentó mover el vendaje, pero por miedo a poder dañar el cuerpo, decidió no levantar la venda más allá de lo que el puño cerrado de la momia permitía. Sin duda alguna aquel dedo tenía algo dibujado, algo que nunca antes había visto en ninguna otra momia, ni tampoco había oído que tuvieran dibujos en sus pulgares.
Con detenimiento examinó la mano derecha de la momia, pero ésta estaba muy bien protegida y casi era imposible rasgar la venda para ver qué había en el doblez interior. Se quedó por un momento mirando fijamente el rostro de la momia, esperando a recibir alguna respuesta sobre su identidad o sobre el significado de aquel dibujo que sobresalía del pulgar de su mano izquierda. Y, de repente, como si la momia le hubiese transmitido una señal, se dio cuenta que pese a la mala calidad de los vendajes, por la colocación de los brazos en el pecho y las pinturas bien conservadas de aquel pulgar reflejaban que tenía que tratarse de alguien adinerado. Ningún obrero, ni artesano ni descendiente de servidores de palacio tendría el suficiente dinero para poder recibir aquel tratamiento de momificación. Esa fue entonces la primera vez que se interesó por los cruces que dibujaban las vendas en su baile alrededor del cuerpo oculto.

En el proceso de momificación cada vuelta de los vendajes alrededor del cuerpo tenía un significado, una tarea que cumplir en el más allá, o al menos así lo creían los antiguos egipcios. En la época ptolemaica, además, los vendajes comenzaron a ser más rigurosos y formaban formas geométricas al trazarse. Eso lo cumplía fielmente aquella momia sin nombre, pero aquellos dibujos en su pulgar... Lo normal era que los dibujos estuvieran en el pecho, junto con otros objetos que aseguraban un buen viaje al más allá. La incógnita sobre la identidad de la momia cada vez era mayor y las preguntas se multiplicaban en cada nueva mirada al dibujo que asomaba por su pulgar. Lo hacía como invitando a investigar qué seguía más allá, en la capa cubierta por el vendaje superior, pero si Ariadna hacía un mínimo esfuerzo por levantar aquel tozo de vendaje y perjudicaba con ello el estado de la momia, su carrera vería el fin de sus días.
Cuando salió aquella tarde del Museo Británico, en su cabeza rebotaban las mil preguntas que había provocado aquel dibujo y también las formas de los vendajes. Por lo menos ya sabía por dónde podía empezar Raúl a investigar. ¿Qué tipo de vendaje se utilizaba en la época ptolemaica? ¿Había algún indicio anterior a esa época de perfección a la hora de cruzar las vendas y crear figuras?¿Por qué aquella momia tenía un dibujo en su pulgar? ¿Acaso fue eso algo normal en alguna época?
Aunque eran muchas preguntas sin respuesta, por lo menos veía que algo había avanzado, y más si Raúl tenía la solución a ellas. De camino a casa vio luz en la cafetería de Ben y decidió acercarse para tomar algo caliente y pagar lo que debía. Su temor porque el joven se mostrara grosero por no haber pagado lo del día anterior y por su respuesta seca, se rompió cuando vio su sonrisa dirigida directamente a ella.
- Hola. ¿Intentamos hacer un chocolate a lo español? - preguntó Ben.
- Siento lo de ayer. Yo....no sé qué me pasó.
- No pasa nada. Con los clientes de casa hay confianza como para que marchen corriendo sin haber pagado. Además, mi tía no iba a permitir que te fueras a España sin pagarme ese chocolate, y sin yo saber hacer un buen chocolate, ¿me dejas intentarlo de nuevo?
Ariadna no se pudo negar, quizás por la vergüenza que ahora le daba mirar a la cara a Ben o quizás por cortesía. El chocolate volvía a ser leche manchada, pero esta vez peor. Había echado tanto cacao que la leche no era capaz de disolverlo todo. La mirada atenta de Ben esperando una aprobación de la joven morena, hizo que Ariadna se tomara aquello parecido a un batido hecho por un niño de 5 años sin rechistar y sin un mal gesto. Aquel día, Ben se lo merecía. Más tarde seguiría pensando en su momia y llamaría a Raúl. Ahora tenía que mejorar su imagen y no hacer un feo a los halagos de la señora Mirley.

Espeso chOcOlaTe


Las 7.00. El fuerte caer de la lluvia sobre el tejado ya había dado los primeros avisos de la llegada de la mañana en la habitación que ocupaba Ariadna. Los fuertes golpes del reloj de la torre del Parlamento ya avisaban que no había más minutos de tregua para espabilar el cuerpo. Con un ojo medio abierto, Ariadna asomaba su curiosidad a la fría sala que se abría ante ella cada mañana. Nada. Nada más que la soledad en un día más en aquella ciudad que le apasionaba desde que había posado un pie en tierra pero nada más. Lo rancio de su gente, de su gastronomía, lo mal conservadores de los edificios tan valiosos que soberbios en su fachada veían pasar los años curtiéndose de madurez, tanta que algunos parecían que iban a venirse abajo de un momento a otro.




Londres era como sus habitantes. Fríos y grises por dentro y soberbios por fuera. En la semana que llevaba en la ciudad no había conocido a nadie que fuera inglés cien por cien, como a ella le gustaba decir de los nativos, que regalara un gesto de afecto o de cariño. Pero lo que más odiaba de aquella ciudad, que en el fondo tenía su encanto, era el compartir el diminuto cuarto de baño con todos los demás huéspedes de aquel bed&breakfast, donde el suelo era el plato de la ducha, la lavabo casi besaba la puerta y alguien rellenito no podría removerse para arreglarse cada mañana. Cada día se duchaba pensando cómo los inmensos señores y señoras ingleses podían arreglárselas en ese baño tan pequeño, pero el intento de imaginárselo pronto hacía que pensara en otras cosas más atractivas, como aquella momia sin identificar.




Tras cinco años en Egipto trabajando en varias excavaciones arqueológicas, su nombre ya era conocido por toda Europa como una de las arqueólogas más jóvenes y con dotes de gran maestría para identificar objetos del Antiguo Egipto. Aquella fama barata, adjetivo que su enfado había elegido para su nueva aventura, era el capricho del cónsul británico para que fuese ella la que viajara a Londres y no otra persona más experimentada en la arqueología y lo que era más importante, experta en momias. Ella era experta en pelucas y peinados del Antiguo Egipto, pero no en momias. De todas formas, tenía una tarea difícil que cumplir dentro de un tiempo establecido del que no podría excederse, ni tampoco fracasar si quería regresar a trabajar en Egipto. Un año, ese era el tiempo que tenía para averiguar de quién se trataba aquella momia que había aparecido sin inscripción ni detalle alguno en el depósito del Museo Británico.




Acompañada siempre de sus libros de arqueología e historia y alguna novela histórica del Antiguo Egipto, Ariadna se mostraba siempre reservada a las insistentes preguntas de la propietaria del bed&breakfast. Con su sonrisa dibujada en la cara y su dulce tono de voz, la señora Mirley era el prototipo de mujer inglesa, estancada en la década de los cincuenta.




Viuda y sin hijos, la señora Mirley trataba a los huéspedes de la que había sido su casa y también la de sus vecinos de antaño, como si fueran de su propia familia. Aquel trato se agradecía cuando la nostalgia del hogar se echaba encima de uno como una gran sombra negra y oscura que intenta tapar cualquier intento de claridad, pero también podía llegar a ser pesada si se le daba demasiada confianza a la señora Mirley. No tenía hijos, pero si un sobrino. Ben era su ojito derecho. Había estudiado historia pero lo que realmente le gustaba era la hostelería y el turismo, por ello hacía 2 años había abierto en frente del BigBen una cafetería-heladería, un establecimiento muy atractivo para los turistas que se cansaran de tomar un café en un vaso de cartón mientras paseaban por la gran ciudad. El local de Ben ofrecía la comodidad de un hogar con su cuidada decoración y el excelente trato del chico, algo extraño para ser inglés cien por cien. Al parecer, Ben rompía la regla de Ariadna sobre los británicos, o eso quería hacer ver la señora Mirley en cada desayuno de la joven. Antes de abandonar el bed&breakfast para ir al museo, Ariadna siempre le prometía a la señora Mirley que pasaría a conocer a su sobrino que, al parecer, la señora Mirley también le había hablado de Ariadna. El cuento de la Celestina es algo que tienen todos los países.




En Egipto más de uno le había intentado emparejar con algún oficial o ayudante en las excavaciones, pero la concentración de Ariadna en su trabajo impedían que las proposiciones fueran a más. En Londres era diferente. Allí no estaba arropada por sus compañeros de expedición y ella más que nadie necesitaba hablar aunque fuera media hora al día con alguien para no volverse loca. Por ello, se había prometido a si misma pasar una tarde por la cafetería de Ben, pero no antes de adelantar sus investigaciones sobre aquella momia.




El trabajo era más complicado de lo imaginado. Había estudiado sobre los vendajes en las diferentes etapas de la historia egipcia, del tipo de venda utilizada para cada rango familiar y social, pero hacía mucho tiempo que no examinaba en profundidad un cuerpo momificado. Aquella momia no presentaba ni una mínima seña de identidad, ni siquiera la época a la que pudo pertenecer. Además había una anomalía en ella: los vendajes no eran de alta calidad como los usados por las familias poderosas, pero la colocación de los brazos en cruz y sobre el pecho, con los puños cerrados era un símbolo de las familias reinantes. ¿Quién se había equivocado al momificar aquel cuerpo?¿Pertenecía a una familia que había sido poderosa y en el momento del fallecimiento de aquella persona momificada estaba en la ruina? ¿O se trataba de alguien perteneciente a las clases bajas pero próximo a los embalsamadores o a una familia rica y sabía cuál era la colocación perfecta de los brazos?




Era temprano aún para conocer las respuestas a esas preguntas, pero de lo que estaba segura era que se trataba o de un niño o de una mujer por el reducido tamaño, pero tampoco sabía si era varón o mujer. Días atrás había solicitado analizar la momia a través de rayos para conocer su fisionomía, pero las autoridades del Museo Británico la habían prohibido hacerlo y le dificultaban aún más sus investigaciones. Así no entendía cómo iba a averiguar en un año de quién se trataba si ni siquiera la dejaban analizar el cuerpo con rayos!




Cuando estaba en España y tenía que enfrentarse a momentos de impotencia como aquel iba a casa de su abuela y allí se tomaba un buen chocolate caliente mientras desahogaba sus penas y apuntaba muchos de los sabios consejos de la que consideraba la mujer más sabia de la familia. A causa del calor del desierto, en Egipto había perdido aquella costumbre, pero la humedad londinense le pedía a gritos un buen chocolate. Y fue entonces cuando decidió ir a la cafetería de Ben. Por lo menos, iba convencida de que había adelantado que se trataba de una mujer o de un niño, algo era algo.




La cafetería era tal y como se la había descrito la señora Mirley. No faltaba detalle. Mesas bajas acompañadas con sillones de pata corta y muy bien combinados con el color de la pared, dos barras con taburetes altos formando un pasillo que señalaba la barra a un extremo y la nevera con los helados al opuesto, lámparas blancas en forma redonda pero con pétalos enlazándose los unos con los otros, música muy suave de fondo y un olor a canela que hacían aumentar las ansias a un buen chocolate. Detrás de la barra una chica muy inglesa, alta y delgaducha, y de cara muy pálida, pude también por el gesto de amargura que tenía dibujado. Ni siquiera contestó al saludo de Ariadna que ya tomaba asiento en un taburete cerca de la barra. Aquel sinsabor de la joven camarera hizo que Ariadna volviera a tener malas impresiones de la gente inglesa, pero sus pensamientos frenaron en seco cuando escuchó una alegre voz que se interesaba por ella.




Con cara dulce y sonriente, un joven de aspecto también muy inglés con una bandeja en su mano se ofrecía a atenderla. No tardó mucho en darse cuenta de que se trataba de Ben, tenía que ser él porque coincidía con la descripción de la señora Mirley. Él también se dio cuenta de quién era aquella chica morena con acento fuerte que indicaba que era extranjera, española como él adivinó en cuanto pidió un chocolate espeso. Era la primera vez que alguien le pedía algo así y con tanta concreción, pr lo que tenía que tratarse de una española.




Mientras esperaba por su chocolate, Ariadna abrió uno de sus libros, el de novela histórica. Le encantaba empaparse del Antiguo Egipto con documentos reales o con historias ficticias, lo único que pedía era coherencia y que el texto invadiera su ser trasladándola a aquella época en la que el mundo que existía era el alimentado por el río Nilo, el que recibía los regalos de los verdaderos dioses y el gobernado por los faraones. Egipto la absorbía.