lunes, 26 de noviembre de 2007

Gracias SPORTING!






Estefanía Suárez-Otero Redondo se graduó y obtuvo en la Universidad de de Wolverhampton, en Inglaterra, una de las mejores notas con su trabajo de fin de carrera, en el que lo primero que aparecen son los colores rojiblancos, con los que se siente plenamente indentificada. El título del trabajo lo dice todo: “Idioma Sportinguista (labores de comunicación en el Real Sporting de Gijón).
El trabajo hace un recorrido por la metodología informativa y comunicativa en general del club, situada en el entorno temporal de su centenario, y añade deliciosos retazos que pasan por la simbología de la entidad hasta llegar a la propia afición sportinguista.
Liberados ya por la universidad británica los proyectos fin de carrera que han obtenido las mejores calificaciones, el próximo paso de Estefanía Suárez-Otero será la publicación de este trabajo, que puede considerarse pionero en los de su especie dentro del fútbol español.
Dept.Prensa

sábado, 24 de noviembre de 2007

Nos vemos en Debod


Había llegado a su lugar sagrado. Un templo antiguo donde la tranquilidad rompía todo bullicio de la gran ciudad que es Madrid. Aquel día no había llevado consigo ningún buen amigo, como le gustaba referirse a sus libros. Se había propuesto conocer un poco más aquel idílico lugar observando cada detalle.


La brisa acariciaba su rostro con la suavidad que descubre el carácter pícaro del atardecer, como antesala de una buena o mala noche, depende quién se lo preguntara. Un bicho raro decían que era. No. Era justamente todo lo contrario. Un poco especial, sí, pero nada de bichos ni rareces, más bien era detallista. Le encantaba estudiar a los desconocidos con los que todos los días compartía las calles madrileñas, e incluso había días que ante tanto carácter descortés y frío de los viandantes de la gran ciudad se encontraban miradas cálidas que parecían responder a sus preguntas. Preguntas que se hacía sobre cada persona que entraba en su muestra de estudio, sobre sus comportamientos ante determinadas situaciones, su forma de caminar y hacerse paso ante la multitud... Conocer el interior de los desconocidos para entender el significado de su existencia, si es que existe algo así. Y eso era precisamente lo que aquella tarde se proponía con el templo de Debod, conocer al detalle su historia, sus sufrimientos a lo largo de tantos siglos, intentar encontrar el motivo de qué pintaba en medio de Madrid y un templo del antiguo Egipto.


El buen tiempo de noviembre invitaba a sentarse a los pies de Debod, cerrar los ojos para oír el susurro de la brisa y disfrutar del cantar de las aguas que rodean el templo.

- Es una pena que no sean las aguas del Nilo las que sigan bañando las piedras más bajas, pero las más importantes de la jerarquía del templo, más que nada porque ellas son sus pilares - se decía para si mismo.

Decidió tumbarse para disfrutar de la línea longitudinal del templo y cuando levantó la vista, allí estaba. Era la mirada que aún no había encontrado ese día. Sentada en uno de los bancos del parque del Oeste que rodea el santuario egipcio y bañada en un mar de hojas ya secas, una joven le observaba. Su mirada pedía a gritos una historia, una explicación de aquella maravilla antigua que se alzaba ahora en Madrid. Con una media sonrisa dibujada en su cara, se levantó clavando sus ojos en aquellos ojos verdes de la joven del banco. Y comenzó la conversación, una charla sustentada en miradas.


- Seguramente a ti también te apasiona este sitio, ¿y a quién no? La belleza del Antiguo Egipto reina, rodeada de naturaleza en este parque y en pleno corazón de una gran urbe cosmopolita. Pero ese entorno no era el que originalmente enmarcaba a este templo.


Ella había puesto su pie izquierdo en el banco y apoyaba su cabeza en la rodilla. Era la primera respuesta a aquella conversación. Sabía que iba a ser una historia larga y simplemente se acomodaba. Él continuó paseando por la explanada donde se alza el templo rodeado de agua.


- Fue mandado construir en Nubia, al sur de Egipto, hace más de 2200 años y como honor al dios Amón y a la diosa Isis, la Gran Maga, la Diosa de las Pirámides, la mujer, esposa y madre prototipo. Y es que, este templo que hoy podemos tocar, formaba parte del gran santuario dedicado a la diosa.


La historia del templo y de los dioses que en sus relieves se representan tomaron parte en aquel primer contacto con la chica de los ojos verdes. Hasta que una hoja se posó sobre su mano en señal de que ya era hora de irse. Él sabía que volvería, regresaría a sentarse a aquel banco para conocer más cosas del templo egipcio. Y no se equivocó.


Dos días después decidió visitar de nuevo el antiguo templo con la esperanza de ver aquellos cálidos ojos verdes. Tuvo que esperar el tiempo suficiente para saber en qué detalle del templo iba a fijar hoy su explicación. Los motivos decorativos del exterior, porque no se atrevía a perder el contacto con aquella mirada si entraba en el interior del templo, ya habría tiempo más adelante para pasear juntos por las salas y conocer su corazón. También ella tenía claro qué iba a preguntar aquel atardecer.


Se sentó en su banco, se recostó hasta sentirse cómoda y lo miró fijamente, no sin antes fijarse en las columnas que se alzan a ambos lados de la puerta de acceso al templo. Era asombrante. Los dos habían coincidido en el tema de conversación aquella tarde y todo sin haberse dirigido nunca ni una palabra. Era como si hubiese una conexión, una unión entre sus mentes. ¿Telepatía? No sabía qué podía ser pero aquel entendimiento sólo por miradas le hacía sentirse bien. Aún quedaba afecto y algo cálido en esa ciudad donde las personas se cruzan unas con otras sin mirarse a la cara. Y ella debía sentir lo mismo porque se encontraban allí siempre que alguno iba, era como si se reclamaran las almas cuando ambos necesitaban calor humano.


Sin embargo, nunca ninguno de los dos se atrevió a presentarse o a tocar al otro, ni siquiera aquel atardecer en el que ella había decidido compartir el paseo por Debod y acceder a su interior. Puede que no lo hiciera en aquel momento por no manchar el símbolo de pureza de un lugar sagrado, o puede que no lo hiciera por miedo a perder la extraña relación que había comenzado una bonita tarde de noviembre con un desconocido desde el banco de un parque de Madrid.

lunes, 19 de noviembre de 2007

Pasos cansados bajo las escamas del dragón

La puerta de la casa gris se cerró y el golpe sonó como un signo de interrogación. ¿Qué futuro le depararía a aquella casa, tan similar a sus vecinas? ¿Quién sería la persona que volvería a abrir aquella puerta e inspirar el aire que tan bien le hacía sentirse a Amaya cuando llegaba a casa cansada de un día agotador?
Los pensamientos y las preguntas iban y venían en su cabeza como aquella bola de las máquinas que los establecimientos estaban incorporando como muebles.
- No sé para qué - se decía a si misma y con gritos en silencio, como enojada. -No sé para qué gastan el dinero en esas máquinas que nadie va a usar porque la gente ya no tiene dinero ni para tomarse un refresco. No hay dinero para nada, ni tan siquiera para comprar los billetes que susurran cuando los agitas esa maldita frase de 'bienvenido a bordo de su nueva vida'. ¿Nueva vida? Y si yo estaba bien en la que tenía, ¿por qué la sociedad es tan egoísta para quitarnos a nosotros, una de las familias más humildes de la ciudad, todo lo poco que teníamos?
Amaya estaba enfadada, pero no sabía el porqué, ¿o estaba dolida? Esas preguntas aparecían en su mente como una nueva bola que se sumaba al rebotar de las demás cuestiones. Y de fondo, la melodía de la dulce voz de su hija seguía marcando el ritmo que debería tomar esa nueva vida, o aventura, como ella se había empeñado en llamarla.
- Y es que aunque se ensucien o me pisen, mis botas seguirán siendo mágicas. Puedo bailar con ellas el juego del 'un, dos, tres con un pie y sin caer. Cuatro, cinco......
- Elisa no juegues ni saltes, las maletas pesan mucho y si sigues saltando nos vamos a caer. - La pequeña sabía lo que significaban las palabras de su padre, más que nada porque aquel tono sólo lo ponía cuando estaba cansado o enfadado.
Elisa bajó la cabeza, coartada por la orden de su padre. No comprendía por qué sus padres estaban así de tristes, porque cuando se empieza una aventura siempre se hace con muchas ganas, como habían hecho aquellos niños de Londres cuando volaron a un país de las estrellas; o aquella niña que perseguía al conejo del reloj porque quería saber a dónde iba, o los capitanes de los barcos que surcaban los mares en busca de tesoros. Hasta que una sombra le cubrió el rostro e hizo que Elisa levantara la mirada hacia la pared de su casa.
- Mamá, papá. !Es un dragón! Un dragón de los de verdad. Volvamos a casa y ya salimos cuando se vaya. Si se enfada y nos sopla fuego nos va a quemar. Volvamos a casa hasta que no haya peligro. Mis botas mágicas sólo nos ayudan a encontrarnos cuando estemos perdidos, no son tan mágicas como para defendernos de dragones.
Elisa tiraba de las manos de sus padres para regresar a la casa asustada por la sombra del dragón.
- Elisa, vale ya. No tengas miedo y sigue caminando sin hacer ruido y entonces el dragón no nos hará nada porque no nos oirá. - Le decía Pedro para que se calmara.
- ¿Cómo es eso?. - Preguntó curiosa la niña.
- Porque no pueden oír susurros, por eso sueltan fuego cada poco por si tienen a algún enemigo próximo, pero si gritamos nos oirán. - Pedro iba enumerando las carencias sensitivas de los dragones a su hija bajando cada vez más el tono de voz.
Elisa, sin dejar de mirar aquella sombra, contestaba a su padre con el mismo tono de voz que él utilizaba, casi en susurro.
- Entonces tenemos que correr para llegar primero al barco y rodeados de agua no se acercará tanto, para que no se le apague el corazón, de donde le sale el fuego, como al dragón que venció Sebastián en Timberland. ¿te acuerdas papá? ¿Te acuerdas de Sebastián y la bola de agua que secó al dragón y que...?
- Sí Elisa, claro que me acuerdo.- Comenzó a contestar Pedro, pero antes de terminar su frase las frías palabras de Amaya le cortaron.
-Vale ya de historias imaginarias, Pedro. Hija, no existen los dragones, ni niños que vuelan, ni Timberland ni conejos con reloj. Esos son todos personajes que se inventa tu padre para que duermas bien. Lo que ves son dragones de tela y no vuelan, los sujetan personas con palos muy altos y finos, por eso apenas los ves.
- Papá dile a mamá que está equivocada. Es mentira lo que dice. Díselo. Sebastián, los dragones, los niños de Londres sí existen. !Díselo! - Elisa le rogaba a su padre con el llanto a punto de romper. Las palabras de su madre le había atravesado como el frío del crudo invierno se metía entre las descuidadas rendijas que quedaban entre las prendas y cortaba la piel.
- No te enfades Elisa. Mamá te está tomando el pelo. Claro que existen todos ellos, pero mamá está cansada y preocupada por nuestra aventura porque ella prefiere que no nos pase nada interesante y lleguemos todos bien y sin problemas a nuestra nueva casa. ¿Verdad, Amaya? Díselo tú, dile que era una broma. - Pedro sabía cómo calmar situaciones como aquella. Sabía cómo tranquilizar a su pequeña niña y con un sólo guiño de ojo hacer comprender a su mujer que Elisa no tenía culpa de aquella marcha y que era muy pequeña como para entender que es mentira todo lo que dicen los cuentos, demasiado pequeña para enfrentarse a la realidad.
- Vale Elisa. Perdóname, cielo. Era una mala broma. Pero no te preocupes por los dragones, veremos muchos a nuestro camino hasta el puerto.
- ¿Por qué?. -Preguntó la pequeña
- Porque hoy para ellos es un día especial. - respondió la madre.
- ¿Por qué?. - Volvió a insistir Elisa.
Al ver que Amaya se había quedado sin recursos, Pedro tomó la palabra:
- Porque hoy es el último día que pueden salir de sus cuevas sin miedo a que se les apaguen sus corazones de llamas. ¿Y sabes por qué?.
Elisa movió de un lado para otro la cabeza en señal de negación e impaciente por escuchar la historia de su padre.
- Porque pronto caerán las primeras nieves y cada vez hará más frío. Y con el frío y la nieve o el agua, el fuego......
- Se apaga. - Contestó rápidamente Elisa.
- Eso es. Y por eso hoy celebran su baile de fin del dominio del Sol, su mejor amigo. - Prosiguió Pedro.
- ¿Ellos pueden llegar al sol?. - Preguntó Elisa.
-!Claro que pueden! Porque ellos no se queman. Al contrario, se le caen las escamas con el frío y sin ellas se pueden morir, porque las escamas son su piel. - Contestó Pedro.
Elisa miraba con asombro a su padre mientras éste le contaba su historia. Sus ojos, abiertos como platos seguían el compás del baile de los dragones con los que se cruzaban a su paso y cuando veía que uno se acercaba demasiado, apretaba con fuerza las manos de sus padres e incluso acurrucaba su cara al abrigo de su padre por miedo a que le cayese alguna escama y le quemara sus ojos.
- ¿Bailan sin música?. -Volvió a preguntar Elisa.
- Ellos cantan, pero nosotros no los podemos oír porque su idioma sólo se escucha muy, muy bajo, tanto que sólo pueden oírlo ellos. Es incluso más bajo que los susurros.
- Pero si me habías dicho que no podían oír los susurros. - Se quejó Elisa.
Pedro se quedó por un momento callado y miró a su mujer que esta vez le miraba de reojo y escondiendo bajo su nariz una tímida sonrisa. Aguantando la risa porque sabía que su hija le había pillado en un momento flojo, levantó la cabeza y dijo con firmeza:
- Los dragones tienen un problema o una virtud.
- ¿Cuál?. - preguntó Elisa.
- De las voces humanas sólo pueden escuchar las voces, pero entre ellos y de los demás animales pueden escuchar hasta los sonidos más bajos...
- ¿De verdad? ¿no me engañas?- preguntó Elisa. - ¿Y cómo es eso? - siguió.
- Porque ellos son seres especiales, casi mágicos. - contestó Pedro.
- ¿Cómo mis botas?- Elisa había pronunciado aquella frase con la frescura típica de una niña de su edad.
- Eso es, como tus botas - le respondió su padre.
- Entonces, ¿todo es mágico y especial? - preguntó Elisa.
- Todo es mágico y especial cuando nosotros queremos que sea así. Si deseas algo con mucha fuerza y de corazón se cumple lo que deseas - siguió Pedro.
- ¿De todo corazón? -Preguntó la pequeña.
-Sí, desde lo más interior de tu cuerpo. Porque nosotros, nuestro corazón, se parece un poco al de los dragones. En él también nace una llama, pero las personas mayores lo prefieren llamar coraje. Y eso es lo único necesario para que una aventura como la nuestra salga bien. Eso y unas botas mágicas como las tuyas- decía Pedro mientras afirmaba con su cabeza para dar más contundencia a sus palabras.
- Eso, unas botas como las mías y coraje. Yo debo de tener mucho porque siento como un poco de calor aquí, donde el corazón- dijo la pequeña soltándose una mano para señalarse el corazón.
Elisa ya no tenía miedo de los dragones que bailaban para despedirse del dominio del sol y su fuerza o coraje había alcanzado los ánimos de sus padres, en especial a su madre que ahora, caminando más deprisa, había expulsado de su cabeza aquellas bolas inquietantes y preguntonas que la llenaban de ira. Ahora parecía que incluso ellos bailaban con aquellos dragones de tela para despedirse del dominio del sol, o quizás de aquella oscura y triste ciudad.